De Miguel Ríos a Saiko
20 aniversario Granada Hoy
La renovación se ha dado en todas las disciplinas artísticas, haciendo hueco a las nuevas voces
Dos décadas dan para mucho o para muy poco, según se mire. “Nada ha cambiado. Han pasado los años. Yo entonces iba a un psiquiatra, ahora voy a otro, y seis psiquiatras más tarde, y tres mujeres, aún sigo sin tener mi vida amorosa solucionada”. Las palabras del personaje al que da vida Woody Allen en su comedia Desmontando a Harry pueden resumir lo que es la vida cultural de una ciudad a lo largo de 20 años. Han sucedido muchas cosas, pero alguno de los principales problemas siguen sin resolverse. Las instituciones han planteado pequeños pasos para ellas que serían grandes para la humanidad, pero al final unos se han dado y otros no. Se proyectó un Teatro de la Ópera, porque la ciudad necesitaba un gran espacio escénico. Lo ganó el equipo de un pope de la arquitectura, el japonés Kengo Kuma, en un concurso que se falló en 2008 a bombo y platillo. Se llegaron a ver las maquetas y se habló de la idea del futurista trabajo, que se iba a llamar Granatum, pero al final no se hizo y tampoco ha pasado nada.
En este tiempo se ha mareado mucho la perdiz con algunos proyectos, como el traslado de la Biblioteca de Andalucía a un espacio más grande y de la mudanza del Museo de Bellas Artes desde la Alhambra al centro de la ciudad, pero por ahora tampoco han traspasado estas propuestas el terreno de las ideas más platónicas. La misma suerte ha corrido la ampliación del Museo Arqueológico, aunque en el ámbito de las infraestructuras culturales, a veces que todo siga igual es un triunfo. Eso pasó con el Museo José Guerrero, que a punto estuvo de perder los fondos del pintor granadino cuando los herederos amagaron con llevárselos. Al final los cuadros permanecieron en las salas del magnífico centro expositivo de la calle Oficios y la ciudad aprendió dos cosas: que las negociaciones con los descendientes de los artistas no siempre son sencillas y la palabra comodato.
La palma en ese tipo de cuestiones se la llevó el Centro Lorca. Sería necesaria una tesis doctoral para explicar todo el proceso que llevó a su inauguración sin contenido 2015 cuando estaba anunciada para 2009. Varias corporaciones municipales se vislumbraron en la foto cortando la cuerda roja del edificio de la Plaza Romanilla como esa zanahoria colgada delante de los ojos del caballo que nunca se puede alcanzar. Al final el sueño se logró y sus 4.5000 metros cuadraros convirtieron el entorno de la Catedral en la milla de oro de los museos granadinos, pero todavía hubo que esperar tres años más para la foto de la llegada del legado.
Pero no solo de infraestructuras vive la cultura de una ciudad. Aunque las instituciones accionan casi siempre el motor son los artistas son su combustible principal. En ese ámbito, ese Círculo de la vida de la canción ha seguido su curso implacable, tanto en el sentido figurado como en el literal. En estos 20 años, Granada ha despedido a un narrador como Francisco Ayala, que fallecía en 2009; un músico como Enrique Morente, que moría en 2010; o un poeta como Rafael Guillén, del que se despidió en 2023. Pero si bien las pérdidas han sido bastantes más y todas igual de sentidas y notables, la renovación por suerte ha venido en el terreno del paso del relevo a las nuevas generaciones.
Mientras los veteranos se aferraban al testigo y el Ayuntamiento se promocionaba en Fitur como “Granada ciudad del rock” cuando ya se creía “Granada, ciudad del indie”, en realidad se convertía en “Granada ciudad del trap” o “Granada ciudad del reguetón”. Y ha dado igual que la evolución haya pillado con el pie cambiado a políticos e incluso a medios de comunicación, la juventud siempre se abre paso: a golpe de redes sociales los nuevos músicos encontraron un camino les llevó a agotar en horas las entradas del Palacio de Deportes para varios días seguidos.
Aunque los promotores musicales estuvieron más rápidos y empezaron a programar grandes festivales como el Granada Urbana y el Granada Latina antes de que estos artistas llegaran al prime time de las televisiones, casi de la noche a la mañana Lola Índigo, Dellafuente, Pepe y Vizio, Maka, La Zowi, Yung Beef, La Plazuela o Saiko se convertían en estrellas nacionales e internacionales. Artistas que empezaron en los márgenes del sistema musical pero que ahora son recibidos por los alcaldes que les abren la puerta del Ayuntamiento o del Estadio de Los Cármenes.
Los de siempre, eso sí, mantienen su público fiel que siempre llena cada vez que anuncian vuelta después de una retirada. Miguel Ríos, 091,Los Planeta, Lagartija Nick, Niños Mutantes o Lori Meyers siguen llenando igual que en la copla o el flamenco lo hacen Marina Heredia, Estrella Morente o Juan Pinilla, y en la música clásica Mariola Cantarero, Moisés Marín o Pablo Heras Casado. Un terreno que sigue teniendo en la Orquesta Ciudad de Granada su gran valedora y en el Festival de Música Clásica su principal cita -aunque han ido surgiendo nuevas propuestas dedicadas en exclusiva a la música antigua o a la guitarra.
Esa renovación se ha dado en todas las disciplinas artísticas, que han visto como las promesas de hace veinte años son ahora los nombres consolidados que van haciendo hueco a nuevas voces. Por ejemplo en el de las letras, Rosa Berbel en poesía o Cristina Morales en narrativa. Aunque quizás lo más notable no sea el nombre de algunos autores, sino el de un premio, el García Lorca de Poesía, que se presentaba en 2004 en Nueva York con la intención de convertirse en uno de los más importantes de las letras hispanas. Y así era por su dotación, 50.000 euros en su inicios que luego se redujeron a los 20.000 actuales. Mientras que en el de las artes plásticas, Juanjo Guarnido, con su cómic Blacksad, y Sergio García, dibujante de larga trayectoria que captó la atención institucional con las portadas para The New Yorker, se han convertido en las nuevas puntas de lanza de una nueva oleada que comprende tantas generaciones como estilos.
Nuevos nombres que se van sumando a los anteriores al igual que se van sumando nuevas las políticas culturales a las anteriores para hacer que todo cambie, para que todo siga igual.
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