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Muere Sebastiana, la madre del Padre Manjón

Estremecedor relato de la muerte de la madre de Don Andrés Manjón. Se llamaba Sebastiana Manjón, era analfabeta, viuda joven y con cinco hijos. 'Fiat voluntas Dei'.La mujer falleció el 26 de febrero de 1898 en Sargentes de la Lora, en Burgos · Su cuidadora y su hermano informaron al Padre del delicado estado de la matriarca que estaba en cama y padecía un catarro pulmonar y una afección cardiaca

1. Imagen del Padre Manjón, en un burro, por las calles de Granada. 2. Al Padre Manjón sólo le quedó rezar y dejar obrar a la voluntad divina. /Rpo. Gráfico: José Luis Delgado

15 de febrero 2010 - 01:00

Repasando el Diario del fundador de las Escuelas del Ave María, catedrático que fue de la Facultad de Derecho de Granada desde 1880, nombrado Hijo Predilecto de la ciudad de Granada y entregado benefactor de los pobres del Sacromonte, me tropiezo con el estremecedor y resignado relato que hace el día que le anuncian la muerte de su madre en su pueblo natal de Sargentes de la Lora (Burgos).

Desde diciembre del año 87 viene el Padre Manjón recibiendo noticias de la cuidadora Magdalena sobre el estado de su madre; está en cama, con ahogos, las piernas hinchadas, con catarro pulmonar y afección cardiaca. Su hermano José le advierte que va de mal en peor y que vive de milagro porque ya ni come.

Fue el 26 de febrero de 1898 en el gélido pueblo de Sargentes de la Lora, Burgos; se llamaba Sebastiana Manjón y murió precisamente el día del Beato Sebastián Aparicio, pastor, jornalero, socorro de huérfanos y de viudas.

Misas se dijeron en todas las capillas del Ave María y en el Sacromonte. Caras compungidas le dieron el pésame. El Padre Manjón tenía en Granada miles de amigos de todas las clases sociales. Pero él se preguntaba por qué lo sentían puesto que, según decía desde su coherente cristianismo, su madre vivió y murió en el Señor y vivirá desde ahora eternamente.

Así relata este hijo de forma literal lo que fue su madre: "una santa sin ruido. De pequeña perdió a su padre y le dieron padrastro y niños que cuidar, por lo cual no la admitían en la escuela y no aprendió las letras; pero sí la Doctrina que desde fuera oía. Casó joven con un primo [Lino Manjón] que enfermó y murió pronto, dejándole 5 hijos. Obligada por la pobreza empuñó la esteva [el arado] y aró, cavó y segó, para poder dar un pedazo de pan de morcajo [mezcla de trigo y centeno] a sus hijos. Cuando éstos estuvieron colocados, siguió trabajando, vistiendo de sayal, comiendo titos [almorta, chícharos] y negándose a recibir dineros preguntándose: yo ¿para qué los quiero?".

Asistía a los apestados

Jamás temió a muertos ni a vivos, sólo a Dios. Hacía viajes de noche y de día, sola y sin precauciones, ayudaba a sus muertos, asistía a los apestados cuando todos los abandonaban y los llevaba al cementerio si morían y no había quien por miedo se atreviera.

Al caer en cama, dio su ropa a los pobres, mostró grandes y continuos deseos de morir por ver lo que Dios le tenía preparado; comulgó dos veces, deseaba le estuvieran leyendo siempre la recomendación del alma, mandó que se la enterrara en el suelo y sin caja, y murió creyendo y esperando con fe viva. Al final de su vida, cuando no se podía mudar ni mover, un nieto médico observó en ella una dislocación muy molesta; preguntándole cuánto tiempo hacía que la sufría, contestó que veinticinco años, y a nadie se lo había manifestado. Descanse en paz la buena madre de este mal hijo; goce de Dios aquélla a quien tantas veces hice llorar, y que me engendró dos veces, una para el mundo y otra para Cristo.

Así resultó su exposición. Merece respeto esta confesión cristiana. Entregado en cuerpo y alma a su fe, muy ocupado con las Escuelas del Ave María y con sus clases en la Facultad de Derecho, al Padre Manjón sólo le que quedó rezar y dejar obrar a la voluntad divina musitando aquello de Fiat voluntas Dei.

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