Nicolás Olea, un cruzado contra el plástico

pasado con presente incluido

Es catedrático de Radiología de la Universidad de Granada

Piensa que hemos pasado de una época en la que todo era de madera, cristal o metal a una en la casi todo está hecho de derivados del petróleo

Está convencido de que esto tiene que ver en el aumento de casos de cánceres a nivel mundial

Nicolás Olea, en su despacho. / A. C.

El despacho de Nicolás Olea está en la undécima planta de la Facultad de Medicina del PTS. Es donde se encuentra el Departamento de Radiología. “Antes estábamos en los sótanos y ahora estamos en todo lo más alto. Eso sí que ha sido un cambio”, me dice Nicolás mientras observamos la amplia panorámica, que incluye Sierra Nevada (con sus cumbres blancas) y el Centro Comercial Nevada (con sus cumbres de neón).

Después me enseña con cierto orgullo su amplia mesa en forma de habichuela gigante que tuvo Emilio Muñoz y después Vicente Pedraza. Sobre ella hay papeles en desorden y libros por doquier, como si estuviera acostumbrada al trajín de la sabiduría. Catedrático de Radiología y Medicina Física, es uno de los pioneros en España en la investigación del impacto de los tóxicos en el sistema endocrino y por ende en el desarrollo de tumores, la obesidad o la diabetes, relación de la que no tiene ninguna duda.

Antes de sentarnos a charlar, Nicolás me lleva a un habitáculo donde nos preparamos un té. En muchos lugares, a la hora de prepararnos un té o un café, podemos encontrarnos que los vasos o las cucharillas son de plástico. Pero allí nada hay de este producto. Las tazas son de loza y las cucharillas de las de toda la vida. Nicolás dice que cuando bebes café de una máquina estás bebiendo también polietileno del vaso. Y es que Nicolás es el enemigo público número uno del plástico.

Sus estudios le han llevado a pensar que algunos componentes de este material tienen actividad hormonal y que esa actividad hormonal puede estar relacionada con el cáncer y la génesis de tumores. Dice que el cien por cien de los niños españoles mea plástico y que eso no parece preocuparles a las autoridades sanitarias, esas que advierten que el tabaco es malo para la salud. ¿Cómo llega ese plástico a la orina de los niños? Igualmente ha advertido que el maldito petróleo con que se fabrican numerosísimos objetos puede estar en esas cifras que dicen que ha disminuido en el mundo casi dos puntos el coeficiente intelectual de las personas y en un cincuenta por ciento la calidad seminal de los hombres. O sea, que somos menos y más tontos. Y así lo va advirtiendo en cuantos foros es reclamado. Me dice que ha sido tratado de alarmista y de pesimista, pero que su mensaje está calando en el público, no así en las administraciones que no hacen prácticamente nada. En su último libro, Libérate de los tóxicos, deja claro que hay sustancias químicas presentes en todo tipo de productos que se comercializan sin haberse probado previamente su inocuidad y constituyen ya un enorme problema de salud que no quiere afrontarse. Siendo especialmente grave el uso de los denominados disruptores endocrinos, compuestos químicos que afectan negativamente la actividad hormonal de las personas. Compuestos que están presentes en todas partes: alimentos, cosméticos, productos de limpieza e higiene, plásticos, sartenes, fibras textiles… Al terminar nuestra charla le preguntó si no ha sido nombrado ‘persona non grata’ por parte de las industrias del plástico o ha sido presionado por éstas para que se calle de una vez. “Qué va. No dicen ni pío. No les interesa lo que digo. Si al menos me hubieran sobornado para que me callara… Pero ni eso, jajajaja”. Y como un don Quijote de la Caleta -nació en esa zona de Granada-, se enfrenta a todos aquellos enemigos que no quieren poner remedio a algo que él tiene más que demostrado. Y en este caso sabe que los gigantes son gigantes de verdad, y no molinos. “Lo que tiene que pasar, está por pasar”, augura.

Cultura de usar y tirar

Tiene Nicolás la mirada franca y una sonrisa fresca y espontánea. En su rostro de misionero en África (allí tiene a un hermano) se refleja la serenidad del que piensa que ha hecho bien los deberes y está esperando a que el maestro le dé el visto bueno. En su voz va adherida la emoción justa que le pone a las palabras, a los mensajes, a las confidencias y a los avisos. Y cuando retrocede en el tiempo lo hace a sabiendas de que aquella época de cristal, metal y madera fue al menos más sana que ésta llena de policarbonatos, poliestirenos y otras tantas porquerías. Nicolás Olea nació en 1954, dos semanas después del que lo está entrevistando.

La Caleta en los años cuarenta.

–Mi casa estaba en La Caleta donde mi familia tenía una tienda de coloniales. Éramos cinco hermanos y cuando cumplí sesenta años escribí un libro que se llama ‘Del Río Beiro a Puerta Elvira’, en donde cuento que mi infancia pasó por aquella zona. Recuerdo una herrería de bueyes que había en las escalerillas del Triunfo. Y que por allí se dio uno de los hechos del que parece que poca gente se acuerda: del hermanamiento de la Virgen del Rosario de Cádiz con la Virgen del Rosario de Granada. La Galeona con La Capitana, como se llegó a decir. Recuerdo perfectamente como un helicóptero trajo a la Virgen gaditana hasta el Triunfo. Por aquellos años se inauguró el Clínico y después el Ruiz de Alda, pero hasta entonces todo aquello era un terreno baldío ideal para nuestros juegos. Mi bisabuelo se había hecho allí la casa en donde montó la tienda de coloniales, muy cerca del fielato, que era una oficina que existía antiguamente a la entrada de las poblaciones donde se cobraban los impuestos por la entrada y salida de mercancías de consumo. Mi bisabuelo fue muy listo y vendía sin que la gente tuviera que pagar ese impuesto porque su negocio estaba antes del fielato.

Nicolás comenzaría la escuela en las Compañía de María, hasta que cumplió los seis años y entró en Los Maristas, en donde estuvo hasta que comenzó la Universidad. Me cuenta que, aunque a él le gustaba la Historia, eligió estudiar Medicina porque había cierta tradición en la familia. Su abuelo Andrés Serrano Martín había sido médico en Béznar. La carrera la hizo entre los años 1971 y 1977.

Los hermanos Paco- Andrés y Nicolás.

–Al terminar tercero hice las milicias universitarias. Me destinaron a Toledo, donde me pilló la muerte de Franco. Recuerdo que fuimos a las Cortes a ver el juramento del Rey. Ese día estaban las calles casi desiertas. Y es que la gente tenía miedo.

Al acabar la carrera hizo la residencia en el Clínico y en el año 1982, ya casado y con un hijo, se fue con la familia a Bruselas.

–Me fui al Instituto del Cáncer a investigar sobre el cáncer de mama. Aquella fue una época un tanto triste porque estaba casi siempre lloviendo y porque los españoles por entonces no estábamos en Europa y nos trataban igual que nosotros tratamos ahora, por ejemplo, a esos inmigrantes de otros países más desfavorecidos. Allí estuvimos tres años y al volver me di cuenta de que en Granada no había cambiado casi nada. Estaba prácticamente igual. En 1987 me fui con la familia a Boston, donde al poco tiempo nació mi hija. Boston era una ciudad abierta, cosmopolita, viva…

Todo empezó en Boston

Me cuenta Nicolás que fue en Boston donde comenzó su cruzada. Fue allí donde en 1988 comprobaron por primera vez que la sangre extraída a los pacientes con cáncer de colón y metida en tubos de plástico tenía componentes estrogénicos. Aquello debía tener una explicación. A partir de ahí empezaron a tirar del hilo y comprobaron que el plástico y otros productos fabricados con petróleo tenían una cierta actitud para modificar las hormonas.

–¿Y sabes el problema? Qué hoy casi todo se hace con el petróleo y sus derivados: mesas de melanina, papel reciclado, colchones, sillones de poliéster, teléfonos con policarbonatos… Esta misma ropa que llevamos tú y yo ahora tiene componentes de poliéster, que está hecho con petróleo. Es un producto que se ha metido en nuestras vidas. En la película de El Graduado, que se estrenó allá por mediados de los sesenta, hay una conversación entre dos personajes en la que uno le recomienda a otro que compre acciones de una empresa que se dedicaba al plástico porque el plástico era el futuro. La película estaba basada en una novela del mismo nombre que se había publicado tres o cuatro años antes. Leí la novela y… ¿sabes qué? Pues en que en ningún momento de ella se da este diálogo. ¡Había sido un invento de los guionistas para promocionar el plástico!

Nicolás está convencido de que estamos rodeados de tóxicos (muchos de ellos en los plásticos) que están alterando nuestro sistema hormonal y afectando gravemente a nuestra salud y de las futuras generaciones.

Con Hipocrates en la Facultad de Medicina.

–¿Por qué crees que ahora hay tantos cánceres? Dicen que la vida se alarga, que vivimos más tiempo y que existe un estado de bienestar. Eso es verdad, pero cuando una joven de treinta años se muere de cáncer metastásico inflamatorio no es bienestar. Eso no existía antes. Cuando yo acabé la carrera, iban las mujeres con ochenta años con un cáncer de mama muy extendido, era la historia natural de la enfermedad, que acompañaba con la edad. Ahora hay gente muy joven con diabetes, obesidad, hipotiroidismo, avitaminosis, o déficit de atención. En Europa hemos perdido en treinta años dos puntos de coeficiente intelectual y la calidad seminal ha caído un cincuenta por ciento en cincuenta años. Y lo más preocupante es que la reproducción asistida se ha convertido en la respuesta clínica. En Granada hay tantas clínicas como farmacias. Es hacer frente con la técnica a un problema que la propia técnica ha provocado, y sin estudiar su causa. En cuanto al cáncer, muchos colegas afirman que la clave está en detectarlo a tiempo. Pero yo digo que el mejor cáncer es el que no se tiene. Alguien tendrá que darte recomendaciones sobre el peligro de la exposición a tóxicos. Es una cuestión prevenible.

Nicolás Olea se siente independiente. Dice que los estudios de su equipo se publican en las mejores revistas médicas y que por eso no le preocupa las presiones que pueda recibir para no hablar de una determinada cuestión. Y se muestra un tanto optimista porque está viendo que alguna de sus teorías y de científicos que piensan como él se están teniendo en cuenta a la hora de prohibir el uso de algunos productos, por ejemplo el bisfenol A, que se utiliza para hacer uno de los plásticos más comunes, el policarbonato.

–Es tan serio de lo que estamos hablando que la UE prohibió en julio de 2011 los biberones de policarbonato. Y el 1 de enero de este año se prohibieron los tickets térmicos hechos de bisfenol A por los efectos hormonales de esos componentes de los plásticos. Francia, que es un país que va por delante de nosotros en estos temas, ya ha prohibido vasos, pajitas y otros objetos de plástico de uso único y en Alemania se recogen y se reciclan para que no vayan a parar al mar. Pero aquí seguimos sin hacer nada. Nosotros, los de nuestra generación, al menos estuvimos durante algún tiempo sin exponernos a los plásticos, pero ahora hay generaciones completas que están expuestas desde antes del nacimiento, durante la infancia, adolescencia y juventud. Las consecuencias de esa exposición están por verse porque lo que hemos visto por el momento son las consecuencias de la exposición de los adultos, de los que llevamos 30 o 40 años expuestos, pero ya éramos unos individuos desarrollados.

Portada de su último libro.

El mensaje de Nicolás Olea es claro y contundente. De los que pone los pelos de punta. Pero esa contundencia también la utiliza para decir que no todo está perdido, que hay esperanza.

–Yo creo que estamos a tiempo y que todo tiene su vuelta atrás. Se ha comprobado que una persona fumadora está sin fumar siete años, y reduce considerablemente las papeletas de padecer un cáncer de pulmón. Aquí igual. Si conseguimos no estar un tiempo expuestos a estos tóxicos, podemos reducir las papeletas para no padecer otros cánceres.

La charla ha durado hasta que el betún de la noche aparece por entre los ventanales. Hemos pasado buena parte de la tarde hablando de la infancia que hemos compartido, si no en el espacio sí en el tiempo, y comprobando que aquella época no es que fuera mejor, es que era más sana. Nicolás me enseña un montón de fotos antiguas que tiene sobre Granada y me dice que él, por lo pronto, se ha pasado a los jabones sin parabenos, ha tirado las sartenes de teflón, se lleva la comida en envases de cristal y, por supuesto, no utiliza botellas de plástico siempre que puede.

Al salir del despacho de Nicolás estoy tan concienciado de lo que me ha dicho, que cuando voy al coche cojo la botella de plástico con agua que siempre llevo en la guantera y la tiro en la primera papelera que veo.

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