Noche en el Auditorio de la Alhambra
El único equipamiento municipal que heredó el Ayuntamiento democrático cumple el martes 30 años desde su inauguración, en una trayectoria musical y también como centro de congresos de la ciudad

El coro dirigido por Ricardo Rodríguez atacó con unción y sobriedad las notas de Invocatio ad Individuam Trinitatem, una obra de Falla impregnada de sentido religioso, a modo de 'bendición' de la sala, y a continuación la Orquesta Nacional de España se introdujo en la partitura de La vida breve para derramar por entre las cuatro paredes de la sala la primera música que sonaba en el Auditorio. Eran las diez de la noche del 10 de junio de 1978: noche en los jardines de la Alhambra, por primera vez en un espacio interior, música de Manuel de Falla para un auditorio y un coro, el de la Universidad, que ostentaban ese nombre y un programa musical íntegramente dedicado al genial compositor gaditano.
Granada estrenaba auditorio. Estrenaba el Auditorio Manuel de Falla, equipamiento cultural, el único equipamiento que recibiría en legado apenas unos meses después el primer Ayuntamiento democrático. Era noche de estreno para un camino que se había iniciado 16 años atrás, tiempo suficiente para que por la 'prehistoria' del centro pasasen tres alcaldes: Manuel Sola Rodríguez-Bolívar, que ideó el proyecto en 1962 y compró los cármenes de Matamoros, Santa Rita y Gran Capitán sobre cuyos terrenos se construyó; José Luis Pérez-Serrabona, que contrató las obras en 1974, y Antonio Morales Souvirón, que lo inauguró esa noche de 1978.
El proyecto, presupuestado en 120 millones de pesetas, costó finalmente 190 millones (algo más de un millón de euros), de los que el Ministerio de Cultura aportó 18. Tan largo proceso de construcción guarda relación con la penuria de las arcas municipales, aunque el Ayuntamiento no escatimó medios ni dejó nada al azar para que Granada contase con un centro cultural de primer orden: desde el aforo, para el que se hizo un estudio concienzudo hasta determinar que el auditorio tendría un tamaño medio, a semejanza del Konserthus de Gotenbourg, en Alemania, o el Queen Elizabeth Hall de Londres. Capacidad total para 1.311 localidades, con la singularidad de que se podía diferenciar -mediante elementos deslizantes- en tres salas, más un escenario de 180 metros cuadrados. Hasta los 'complementos', pues se acudió al asesoramiento de Lothar Crem, un especialista en acústica, para que también en ese terreno el auditorio contase con los materiales más avanzados de Europa. Y, además, desde el primer momento se trabajó con el objetivo de rebajar el impacto visual de la construcción y dar la sensación de que el edificio se posa sobre la colina, para lo que se ideó una intensa vegetación en yedra que en pocos años debía haber diluido la edificación, aunque, para sorpresa de sus promotores, las plantas no crecieron a la altura imaginada.
En cualquier caso, quienes en aquella preveraniega noche calurosa pagaron las 250 pesetas de la entrada -invitados al margen: el ministro de Cultura, Pío Cabanillas; el director general de Bellas Artes, Jesús Aguirre, duque consorte de Alba, más alcalde, presidente de la Diputación y autoridades civiles y militares- pudieron contemplar desde sus pensiles el "impresionante cinemascope" -expresión contenida en la crónica que publicó Patria sin firma, aunque el lector descubre el estilo inconfundible de Juan Bustos- que entonces era una Vega despejada de las maxiconstrucciones de hoy.
"He sentido la responsabilidad impresionante de poner mis manos sobre la colina roja". El arquitecto autor de la obra, José María García de Paredes -casado con Maribel de Falla, sobrina del músico-, se sinceraba en Ideal a César Valdeolmillos, inmerso en el alborozo general que para la prensa local supuso la apertura del Auditorio: Ideal publicó un suplemento especial con artículos de José García Román, Antonio Gallego Morell, Emilio Orozco, Juan Alfonso García... y Patria rescató un escrito de Hermenegildo Lanz, fechado en octubre de 1939, sobre la personalidad del compositor gaditano.
Para que la fiesta fuera completa, el programa artístico que sonó en aquella sesión memorable, ante un lleno absoluto de público propicio al entusiasmo, estuvo a la altura del evento, según reflejaron en sus críticas musicales Juan José Ruiz Molinero y José Antonio Lacárcel.
Cuando se apagaron los acordes musicales, el Auditorio se abrió a una multifunción ciudadana, cubriendo las muchas carencias que en la época sufría la ciudad. Más allá de espectáculos artísticos -teatro, danza, cine...- entre los que se enmarcaría la función de 'paraguas' del Festival de Música y Danza cuando la lluvia impedía la celebración de un concierto al aire libre, el primer y principal papel asumido fue el de 'palacio de congresos', que mantuvo hasta 1992. Fueron frecuentes las visitas de los Reyes para la apertura o clausura de la multitud de convenciones y congresos que acogieron sus paredes.
Una comisión gestora se encargó en los primeros tiempos de administrar programación y presupuesto. Muy pronto, con la llegada del primer ayuntamiento democrático, antes de que se cumpliera el año de su inauguración, el 'andalucismo' político se hizo con la gestión. Propio de aquellos primeros tiempos, el Auditorio era cedido al primero que lo pedía y el deterioro de la programación era evidente: "Cómo estará melilla cuando mi Pepe es cabo...", oyeron decir a un concejal de la época cuando supo el protagonista de un espectáculo que no llenó ni las dos primeras filas de la sala. Los partidos acordaron entonces acotar las actuaciones y exigir un cierto nivel de calidad.
Pero no sería hasta la segunda corporación democrática, al encargar el alcalde Jara a Antonio Navarro Linares la dirección del centro, en 1985, cuando se profesionalizó la gestión. Tres años después, con el proyecto de Orquesta de Cámara, embrión de la Orquesta Ciudad de Granada, el Auditorio entraba ya en su función primordial, la musical, lo que se consolidaría con la inauguración en 1992 del Palacio de Congresos, que 'liberó' al Falla de una función para la que no había sido concebido. Desde entonces hasta nuestros días: 30 años de historia de Granada.
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