Pedro Antonio de Alarcón, entre Granada y Málaga

Alarcón vio el mar por vez primera con 19 años. Estuvo a punto de llorar. Lo que más le llamó la atención de Málaga fue el sello fabril y comercial de la población en comparación con la decaída y pobre tierra granadinaLa impresión tan sorprendente que le causó ver el mar desde la Cuesta de la Reina ha proporcionado preciosas y aleccionadoras historias en sus diferentes libros de viajes

José Luis Delgado/ Granada

06 de febrero 2012 - 01:00

Cuando Pedro Antonio de Alarcón nos dejó narrado uno de sus viajes por España, en el que por vez primera en su vida pudo ver el mar, contaba con 19 años de edad. La impresión tan sorprendente que le causó ver desde la Cuesta de la Reina aquella inmensa lámina de agua, nos ha proporcionado preciosas y aleccionadoras páginas de un libro de viajes.

Salió en enero de 1853 montado en una diligencia de dos berlinas, tirada por 16 mulas y acompañado por 28 pasajeros, el mayoral, el postillón, un zagal que servía de sirviente y una pareja de la Guardia Civil. Partió de Guadix y después de pasar por Santa Fe y Loja y almorzar en El Colmenar vio a lo lejos el mar.

Creyó que todo el Mediterráneo estaba a sus pies. "¡Era el mar, el mar que por primera vez aparecía ante mis ojos!, exclama Alarcón en su obra Viaje por España. Pensó que había salido de una cárcel, se sintió libre, más grande, menos esclavo, menos mortal, como si hubiera obtenido un ascenso en su carrera de hombre. Tal impresión le causó que estuvo a punto de llorar en la diligencia.

Ante aquel dilatado manto azul con reflejos de plata aparecía Málaga y su puerto poblado de mástiles; ciudad blanca, pintoresca y graciosa. Pero en su relato Alarcón hace una envidiable y no sé si envidiosa comparación entre Málaga y Granada que desgraciadamente no ha perdido actualidad.

Lo que más le llamó la atención fue el sello fabril y comercial de la población en comparación con la decaída y pobre tierra granadina en la que todo se cifraba en el pasado, en la nobleza de los apellidos, en la majestuosidad de sus monumentos.

El ideal de Málaga estaba en lo moderno, en el presente, en el trabajo y el capital, en el crédito, en el valor de la industria y el comercio; mientras Granada seguía pensando en Boabdil, los Reyes Católicos, el Gran Capitán y apellidos de conquistadores ilustres; devociones, fantasías, leyendas, conmemoraciones históricas y la Torre de la Vela.

En Málaga sonaban más las ferrerías El Ángel y La Constancia de la familia Heredia; o las fábricas textiles del Marqués de Larios; o los apellidos de gentes de empresa como Loring, Huelin, Gross, etc.

Málaga presentaba sus edificaciones modernas, ciudad lujosa, llena de chimeneas, de grandes almacenes, ricas tiendas, aunque con escasos monumentos. Se enorgullecía de haber exportado 25.000 quintales de pasas, 200.000 de vino, 300.000 arrobas de higos secos, millón y medio de limones y un millón de arrobas de hierro en barras. Y no olvida que es la patria de los mejores boquerones del mundo. Ni olvida el sudor de los obreros y sus movimientos.

Mientras en Granada no conseguíamos ni comunicarnos con Motril, en Málaga ya tenían el ferrocarril con Córdoba, Álora y Cártama.

Mucho deben los malagueños al capital inglés pero también a su especial carácter, circunstancia que Alarcón refleja de manera muy elocuente cuando habla de ellos. Se queda admirado y así lo expresa entre signos de admiración: ¡qué habilidad y qué ingenio en el discurso!, ¡qué expresión en el gesto y el ademán!, ¡qué maestría para hacer lo blanco negro!, ¡qué arte para pasar de lo patético a lo jocoso!

Sabemos la predilección especial que Alarcón sentía por la mujer y no escatima preciosos piropos a las malagueñas de las que dice que tienen garbo, juicio, sal, ternura y gitanería; pero que son envidiables y temibles como todo aquello que es superior al hombre.

Su admiración por Málaga no la puede evitar, por eso recuerda sus variadas estancias en esa bonita ciudad como político y aventurero en 1854, como militar en 1859 y como pacífico bañista con su mujer y sus hijos en 1870.

Han pasado 160 años y parece que todavía está de viaje Pedro Antonio de Alarcón. A ver si a su vuelta de Málaga nos cuenta el secreto de tales diferencias, tomamos nota los granadinos y despegamos de una vez.

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