El Piliki obtiene la cátedra de Espetorología

El Piliki lleva 50 años asando sardinas y conoce todos los secretos de este arte.
El Piliki lleva 50 años asando sardinas y conoce todos los secretos de este arte.

La lluvia es dada al silencio. Cuando observamos caer el agua, nos sobrecogemos. El misterioso acontecimiento de la lluvia hace sentirnos nostálgicos y lanza a nuestra alma un dardo de soledad. Los animales se quedan callados, estáticos, ante este acto primordial de la naturaleza. En cambio el sol (si no es demasiado fuerte) nos hace más bulliciosos y habladores, más solidarios y benévolos que ven en el astro rey una naturaleza más parecida a la nuestra. Pero el calor, ay el calor, nos pone irritables y a veces violentos. Somos capaces de odiar a todo el mundo, vociferar y darle un puntapié al gato si lo tenemos cerca. No sé si se acuerdan ustedes aquel suceso en un verano de la década de los ochenta en el que un hombre mató a un joven que todos los días pasaba en la hora de la siesta con su moto a toda pastilla por la ventana de su casa. El ruido insoportable de la moto hizo que este hombre un día sacara una escopeta y matara al motorista de dos tiros. El suceso fue en Granada y el juez, en la sentencia, puso como eximente el terrible calor que hacía, que pudo haber cruzado los cables del asesino.

Harry está en un tris de pegarse un tiro. Se arrepiente mucho de no haberse ido a Irlanda este verano, pero ya es tarde. Ha alquilado su vivienda de Limerick a unos familiares y no puede volver hasta septiembre. Así que aquí está, soportando los calores culpables de que el termómetro alcance algunos días los 42 grados. Así que para mitigar su cabreo y evitar momentáneamente que el calor no le haga cometer alguna tontería, me propongo que me acompañe un día a la Costa, donde las temperaturas son mucho más llevaderas. Aunque también tengo otra intención.

-Harry, ¿sabes lo que es un espeto de sardinas?

-Oh. Sí. Sardinas puestas en palo y asadas.

-¿Y te gusta?

-Sí. A mí gustar mucho.

A donde quiero llevar a Harry es al Piliki, un chiringuito que está en Almuñécar y que se ha convertido en un referente para los amantes de los espetos. Mientras en otros sitios te clavan cinco y seis euros por espeto (a un euro la sardina, que ya está bien) en el Piliki se pueden conseguir por 3,5 euros. Además están riquísimas porque el Pililki lleva 50 años asando sardinas y sabe todos los secretos de este arte. Si hubiera una materia universitaria que se llamase Espetorología, él habría sacado ya la cátedra.

Mientras bajamos a la Costa le cuento a Harry que al Piliki no le agrada mucho que le llamen por su nombre (Manuel Mingorance) y que es un viejo amigo mío, protagonista de alguna que otra crónica cuando recorría las playas en busca de historias. Él trabajaba en la construcción y una vez, con trozos de hierro fino de los de que se utilizan en los armazones de las estructuras, hizo varios espetos para unos amigos. Gustaron tanto que pensó en cambiar de trabajo. Puso un chiringuito que regentó hasta que una norma le obligó trasladarlo a los bajos del Altillo. El Piliki no le gustó aquello y vendió su concesión. A él siempre le ha gustado la pesca y ha salido multitud de veces a echar las redes. Durante el gobierno municipal de Juan Carlos Benavides se le permitió levantar un chambao en la playa de La China para que pudiera seguir practicando una modalidad en la que él era un experto: asar sardinas. Con el tiempo se ha hecho sin duda el espetero más renombrado de la Costa granadina. Por su chiringuito han pasado personas famosas (Enrique Morente era cliente asiduo) y personas de todas las nacionalidades. Hay una anécdota ya famosa de una hija de un popular hostelero de la Costa que estuvo en California y que le preguntó a una chica americana que había estado en España si conocía Almuñécar.

-¡Oh! Sí. ¡Almuñécar! ¡El Piliki! -respondió la americana con el puño cerrado y el pulgar para arriba-.

La norteamericana había pasado por nuestra provincia y su paladar le recordaba siempre de las sardinas que había probado en el popular chiringuito almuñequero.

Tanto le hablo a Harry de las sardinas del Piliki, que cuando llegamos está a punto de ahogarse en los jugos de su boca. La temperatura no tiene nada que ver con la de Granada. Los termómetros han subido tanto en Andalucía que hasta el wasap recoge noticias sorprendentes: "Arde un autobús en Écija y los pasajeros se niegan a salir porque afuera hace más calor".

El Piliki se ha puesto un bañador de rayas, un jersey de lagarto en la tetilla, gafas de sol y un sombrero blanco imitación panamá. También dice que Dorothy le ha echado una crema para protegerlo del sol.

Antes de tomar escaño en el chiringuito, nos bañamos en la playa de San Cristóbal. El agua está espléndida y no hay medusas. Harry disfruta en el agua como un marranillo en un charco. Es su país tiene pocas oportunidades de disfrutar de un día de playa. En la arena no hay muchas sombrillas. Hay gente pero menos que un fin de semana. Se oyen voces de madres que regañan a sus hijos porque no quieren que avancen mucho en el mar. Siempre que oigo una regañina de esas me acuerdo de lo que oyó mi colega Manuel Alcántara en una playa de Rincón de la Victoria. La madre le gritó a su hija cuando se iba a meter en el agua: "¡Vanesa! ¡No te metas por lo jondo… Hasta el chocho na más!"

A PIE DE BARCA

Como sé de la demanda de mesas en el Piliki, a la una y media le digo a Harry que debemos irnos ya al chiringuito. Germán, uno de los seis hijos del Piliki, nos conmina a que tomemos asiento cuanto antes.

-Coged mesa que dentro de poco ya no habrá sitio.

No sentamos en un rincón. El Piliki está a pie de la barca que contiene los espetos. Es un hombre al que el sol y el mar le han puesto unos pocos años de más en el rostro. Tuvo hace poco un episodio de salud pero ahora dice que está como un roble, resistiendo a la vida, asando sardinas en verano y dirigiendo al equipo de fútbol de Los Marinos en invierno. El Piliki es como ese náufrago de la vida que piensa que ha encontrado un lugar ideal para aposentar su humilde existencia.

De vez en cuando El Piliki, con 71 años de calendario, se da una vuelta para saludar a clientes y amigos. Es como el reconocido chef de un restaurante de cinco tenedores que necesita la admiración de los comensales. Cuando llega a mi mesa nos saludamos y yo le presento a Harry.

-Aquí vienen muchos extranjeros. La mayoría de ellos no han probado nunca un espeto. Cuando lo hacen, casi siempre repiten- dice El Piliki.

-Yo haber leído que Picasso decir una vez que un espeto ser sardinas que bailan la danza el fuego- dice Harry.

-Las mías no sé si bailan, lo que sí sé es que están muy a gusto en el fuego- dice El Piliki lanzando casi una carcajada.

Después nos pide a Harry y a mí que vayamos a ver la mercancía que tiene hoy, traída de La Caleta de Vélez.

-Mira que sardinas, Cárdenas -dice con orgullo mostrándonos una caja-. Dan lástima asarlas.

Y si El Piliki está a pie de barca con los espetos, quien prepara las migas y fríe calamares es Josefa, su mujer. Los hijos bailan al son que marca la jefa, que grita cada vez que da una orden a sus vástagos.

-Los gritos de Josefa son tan habituales que si los clientes no la oyen, van a preguntarle si está enferma o le pasa algo- le digo a Harry.

Para comer pedimos una de migas, dos espetos de sardinas y otros dos de gambas. Cuando terminamos el irlandés me dice que esto lo tiene que contar cuando llegue a su país.

-Yo jamás haber comido sardinas tan sabrosas - dice el irlandés.

-¿Y las migas? ¿Qué me dices de las migas?

-También estar ricas.

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