Ramón y jimena Menéndez Pidal, un romancero con Lorca

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Ramón Menéndez Pidal y su hija tuvieron a un joven Federico de cicerone por el romancero granadino El archivo guarda las notas manuscritas del poeta

21 de junio 2015 - 01:00

CORRÍA el mes de septiembre de1920 cuando una cuestión de índole universitaria y el temor a un cátedro receloso y vengativo llevó a Ramón Menéndez Pidal a matricular a su hija Jimena en la Universidad de Granada. El filólogo había formado parte del tribunal de las oposiciones a la cátedra de Latín en la Universidad Central de Madrid, plaza a la que aspiraba el profesor de Jimena, pero no le fue concedida. El temor a las represalias y que la hija de don Ramón fuera 'castigada' forzó el traslado de matrícula. Una vez en Granada fueron recibidos por el socialista Fernando de los Ríos, quien les presentó a un muchacho que cursaba, a la vez, Derecho y Filosofía y Letras, y que les serviría de cicerone durante su estancia granadina. El joven, de apenas 22 años, era Federico García Lorca, que anduvo muy dicharachero con ellos y les mostró todos los rincones y espacios de belleza de la ciudad de la Alhambra. Muchos años después, una anciana Jimena recordaba que aquel muchacho no sabía que el romancero seguía vivo en las voces de la gente iletrada, en sus muchas variantes, y que se podrían recoger algunos de los textos de tradición oral existentes en Granada.

Jimena era en los años veinte una hermosa y bella joven. Su prima María Teresa León la describe así en Memorias de melancolía: "Jimena... en verde oliva, como era ella, con los ojos verdes, con el halo verde de su resplandor. Yo era la chica pequeña que nada sabía aún, pero que miraba. Y aquella prima mía era mi primer tropiezo con la belleza". Padre e hija fueron los encargados de concienciar al joven Federico García Lorca de la existencia de los romances y le mostraron la manera de contactar y preguntar a las gentes conocedoras de las historias y leyendas de tradición oral.

En palabras de don Ramón, durante toda su estancia granadina le acompañó "el joven Federico García Lorca, quien se mostró muy animado y amable". Don Ramón y Jimena recogieron en aquellos días de albaicines algunos romances de la tradición oral a los gitanos José Maya Campos El Piña, que los había aprendido de un muchacho en Motril, mientras hacía el servicio militar, y a Isabel Leandro Campos La Santa, gitana de 60 años, natural de Lorca (Murcia) de donde salió con doce años y, donde, decía, aprendió "un regular repertorio". "Una rápida visita por los barrios populares me puso en relación con gitanos granadinos de la clase pobre que sabían muchos romances", escribió este cazador de romances. Sus días en Granada acabaron más pronto de lo que hubieran deseado. "La falta de tiempo -escribe en sus notas-, fue salvada con la oferta de recogerlos que nos hizo el joven Federico García Lorca..." quien, por lo que parece, descubrió con Don Ramón y con Jimena el romancero oral "que le revelaba un escondido aspecto de Granada desconocido de los granadinos".

Federico incumplió la palabra dada a Jimena y a Ramón al no enviarles romance ni nota alguna. García Lorca no hizo sus tareas con la pareja de especialistas. No obstante, algunos romances de los recogidos en Granada se conservan manuscritos, con letra de Federico, en el Archivo Menéndez Pidal. Don Ramón, años después, en 'Romancero Hispánico', se lamentaba en el recuerdo de que "la juventud y poesía le hicieron olvidadizo de su oferta y García Lorca no volvió a intimar con la oscura y difícil tradición, aunque sí con los gitanos. Entre ellos, en vez de escondidos y maltrechos romances viejos, oía fácilmente romances vulgares y pensó enaltecer esa vulgaridad... aplicándose a transfigurar ese género ínfimo con genial fuerza imaginativa, maravillosa metaforización y poderoso lirismo".

Menéndez Pidal relató en sus muchas notas algunos detalles más de aquel viaje a Granada. "En la placeta de San Nicolás las muchachitas del barrio me recitaban a porfía los romances con que solazan las noches del verano; su repertorio es corto, unos seis u ocho romances". Frente al tópico de que los gitanos eran los depositarios de estas historias, don Ramón señala: "Más difícil era la tarea entre los gitanos del barrio de San Cristóbal, adonde fuimos atraídos por la fama de uno de ellos, llamado El Piña, que sabía muy bien el Gerineldo. Los vecinos van apareciendo y agolpándose en los desmontes que forman el techo de sus cuevas. Entre el recelo de aquella miserable vecindad, que a menudo tiene que ver con la policía y el juzgado, logramos que fuesen a sacar de la taberna del Borrachito al famoso Piña, el cual llegó ante nosotros con la mirada soslayada y recelosa, acompañado de un amigo que en su silencio, adoptaba arrogantes posturas de desafío: -¡Cómo que van a venir ustés sólo por el Gerineldo! La tranquilizadora oferta de una propina disipa luego toda desconfianza y pronto pudimos escuchar el Gerineldo de boca de aquel gitano. Al olfato del dinero salieron de sus pobres cuevas las gitanas de la vecindad y allí, entre el grupo de ellas y sus harapientos chicuelos que nos rodeaban como moscas, fuimos sacando noticia de multitud de romances que, en aquel barrio se cantaban".

García Lorca se convirtió, de la mano de Jimena y Ramón Menéndez Pidal, en un cazador de romances. En octubre de 1920 García Lorca está ya en Madrid, en la Residencia de Estudiantes. Debe cumplir la promesa realizada a sus padres de acabar sus estudios de Filosofía y Letras. Pero ha descubierto el filón de los romances, especialmente en el que aparece el personaje Tamar, con sus posibilidades líricas, y acaba abducido y dedicado a ellos. El poeta y especialista Jorge Guillén rememora que fue en aquella visita de los Menéndez Pidal como Federico conoce y escucha los romances cantados por los gitanos, el de Altasmares o Tamar, aunque en la biblioteca del peota se encontraba la historia en Los cabellos de Absalón, de Calderón de la Barca; otros, atribuyen este conocimiento a la tragedia de Tirso de Molina titulada La venganza de Tamar.

Federico estuvo marcado por aquella visita que le abrió los ojos al romancero, y que encendió la fantasía de las muchas historias que le relataron las criadas de los García Lorca, aquellas mencionadas por el poeta y representadas en sus obras más granadinas, especialmente en Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. Aquellas mujeres del pueblo, portadoras de la tradición oral, enriquecieron sus relatos gracias a la mano escritora de Lorca. Federico está imbuido por Tamar, que compone nada más llegar a Madrid, en aquel otoño de 1920, y lo lee a sus amigos de la Residencia de Estudiantes. Es el comienzo y final de una de sus obras más conocidas, El romancero gitano.

No obstante, no es hasta 1923 cuando se decide a empreder esta obra poética que culminaría finalmente en 1928. Cierra el libro, como alfa y omega de esta historia, Thamar y Amnón. Pero entre 1920 y 1923 se han sucedido una serie de hechos de importancia en la vida y obra del poeta granadino. Entre ellas, en 1921 tiene casi finalizado el Poema del cante jondo, aunque algunas de sus Viñetas flamencas las escribe y publica en Verso y prosa en abril de 1927 y el libro completo termina por publicarse en 1931, y ha ocurrido el fracaso del Concurso de Cante Jondo de 1922. Pero esa es otra historia.

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