Tribuna Económica
Carmen Pérez
T area para 2025
Pasado con presente incluido
Dice Raúl Alcover que para ser greñúo hay que cumplir dos requisitos: haber nacido en el Realejo y haber sido bautizado en la Iglesia de San Cecilio. Él cumple esos requisitos y eso, comenta, da prestigio e imprime carácter. El Realejo le ha dado una síntesis perfecta de lo que es el Universo. Allí se encaramó a la vida y contempló por primera ver el espectáculo del mundo. Por eso Raúl se siente muy granadino, aunque a veces, cuando encuentra la deslealtad en su entorno, tenga la sensación de estar jugando fuera de casa.
Así que, con el fin de reafirmarse en sus orígenes, Raúl Alcover me lleva a ver la vivienda en la que nació. Está en la calle Cocheras de San Cecilio y es la casa señalada con el número tres. Frente a ella, me explica que su padre fue un aviador catalán que se casó con una granadina y de cuya unión nacieron cinco hijos. Él es el penúltimo de la colección. En el tiempo que nació Raúl los pregoneros voceaban su mercancía a ritmo de estribillos pegadizos, los cantaores del barrio se reunían en el bar El Faquilla porque allí no había un cartel que dijera “se prohíbe el cante” y por las ventanas del taller de la Tita Lola salían las canciones de las bordadoras mientras hacían su labor. “Allí a todas horas la gente cantaba, en las calles podías oír todo tipo de canciones, así que yo no tenía más remedio que ser un niño al que le gustara la música. Lo que es una lástima es que ya no cante nadie, que nadie silbe por las calles”, dice Raúl.
Recuerda el niño que Raúl siempre lleva dentro cuando el barrio olía a pan recién hecho y a retama porque había muchos hornos donde, además, las mujeres iban en ocasiones señaladas a hacer tortas de aceite y magdalenas. Aquel es el olor de la infancia de Raúl. “¿Quieres creer que cuando estoy de gira por ahí y termino alguna actuación voy de madrugada por las calles buscando ese olor?”, me dice. Un olor que puede complementarse para cerrar el ciclo de los sentidos de la infancia con el sabor de esas onzas de chocolate que le daban para merendar las monjas mercedarias y el sonido del taconeo de las chicas que estaban aprendiendo a bailar en la academia de María Luisa Romero. Raúl tuvo una infancia feliz, no exenta de algún que otro disgusto por culpa de su manía de pertenecer al clero desde muy pequeño.
-Es que yo estaba empeñado en ser monaguillo. Y llegué a ser, pero suplente. Había uno, el titular, que era muy bueno y que manejaba el incensario muy bien. Porque eso sí, si querías ser un monaguillo destacado tenías que utilizar bien el incensario, voltearlo con mucha habilidad para que saliera el incienso. Yo estaba aprendiendo y un día que se puso malo el monaguillo titular, lo cogí yo. Le eché el incienso y se me olvidó apretar una pieza que tenía abajo para sujetarlo. Al darle vueltas se escapó la pieza y fue a darle a una mujer que estaba en primera fila. A la pobre se la tuvieron que llevar deprisa y corriendo a la Casa de Socorro. Ahí se acabó mi etapa de monaguillo.
Todo esto me lo cuenta Raúl en la terraza de un bar del Realejo, una tarde de color naranja y el ambiente de un invierno robado. Las guiris van con la manga a la sisa y los guiris con pantalones cortos y la camisa abierta enseñando los pelos del pecho. Aquí somos más respetuosos con el tiempo en el que estamos y vamos con más ropa. Raúl, por ejemplo, está con su inevitable chupa de cuero y un jersey de colores llamativos y estrellas de cinco puntas. Incluso lleva corbata oscura que hace juego con sus también eternas gafas de sol. Y ese aire juvenil que siempre le acompaña.
Cuando lo llamé para quedar, me dijo que creía que lo llamaba porque iba escribir algo sobre su último disco: La voz de Federico. Le dije que no, que de lo que quería escribir era de su vida en general, de su carrera como cantante y productor y de sus éxitos y fracasos en la vida. Somos viejos amigos que cuando nos vemos tratamos de reconciliarnos con nosotros mismos a fuerza de sentirnos a veces felices y a veces incomprendidos. Y somos de los que pasamos en un pis pas, en esa liturgia de las confesiones mutuas, de la oscuridad de la metafísica a la triunfal desmesura. Me cuenta que estudió en Los Escolapios y después en Los Salesianos, donde había siempre una inquietud por el cine y la música, sus dos pasiones.
-Recuerdo que a los siete años ya formé una banda musical con instrumentos de juguete de Almacenes 95 que se llamaba Los Spectrum. No sé de dónde narices saqué ese nombre. Y que mis primeros bolos los hice en una función de los Salesianos. Canté una canción de Gigliola Cinquetti. Y a los 14 años formé el grupo musical Revem. Tocando salvábamos las tardes de tedio. Cuando rebobino mi memoria musical me encuentro siempre con Poncho, que tocaba en Los Ángeles Azules y que me llevaba con él a los conciertos siendo yo un niño. Unos años después participé en un concurso de redacción de Coca Cola y a los ganadores nos llevaron a conocer las instalaciones de Radio Popular. Allí me dijeron que cantara algo y cuando me oyó Juan de Loxa me preguntó si quería pertenecer a Manifiesto Canción del Sur. Yo todavía no sabía lo que era ese movimiento que luego tanto tendría que ver en el desarrollo cultural de Granada y de Andalucía. Así que a los 15 años yo ya cantaba con Carlos Cano y con Antonio Mata, que fueron los fundadores de ese movimiento.
Recuerda Raúl la amistad tan estrecha que tuvo con Carlos Cano y que su salida del colectivo fue porque a él le interesaban otras músicas, no solo la de la canción protesta que practicaban casi todos los del Manifiesto.
-Yo era más de música sinfónica. Me interesa el soul y el flamenco, que empezó a gustarme oyendo a Chocolate. Por aquellos años muchos cantautores se quedaban en la canción protesta y no evolucionaban, pero yo necesitaba hacerlo. A los 18 años grabé mi primer disco con Diego Carrasco, que por entonces era Tate de Jerez. En él mezclé el flamenco con la canción de autor. Ese disco, que se llama En esta tierra, lo presenté en Granada en 1978 con Joan Manuel Serrat en el Estadio de la Juventud. Recuerdo que al terminar Serrat me regaló su guitarra.
Raúl estudió la carrera de Geología y me cuenta que un punto de inflexión en su vida es cuando tuvo una oferta para ir a trabajar a una empresa petrolera de Maracaibo, en Venezuela.
-Mi idea era ganar dinero y desde allí saltar a Estados Unidos, donde estaba la cuna del soul. Pero fíjate por donde Javier Egea, una noche que me encontré con él en la Tertulia, me propone que le ponga música a su poema Noche canalla. Más tarde Joaquín Sabina, al oírla, me dice que esas canciones se componen cada 25 años y me plantea que me vaya con él. Así que cambio de planes y en vez de Venezuela me voy a Madrid.
En Madrid Raúl participaría en un programa de Radio Tres en donde se codearía con muchos cantantes y guitarristas que pululaban o actuaban allí: Serrat, Sabina, Miguel Ríos, Antonio Flores, Rafael Riqueni, Pablo Salinas, Sorderita… Fue para él una etapa fructífera porque lo engrandeció como cantante. Descubre Madrid y todo lo que esa ciudad es capaz de dar a todos aquellos que quieren triunfar en la creación. Musicó el poema de Federico García Lorca Canto nocturno de los marineros andaluces que luego sería la banda sonora de la película Los invitados, sobre el llamado Crimen de los Galindos que protagonizó Lola Flores y basada en la novela de Alfonso Grosso. La película fue nominada a los premios Goya en el aparado de música original, por lo que Raúl Alcover se convierte en el primer granadino nominado para estos premios. También se siente orgulloso Raúl de haber sido el único cantante no flamenco que intervino en la Bienal de Sevilla. En Madrid estará trece años, hasta que decide que su arte lo puede trasladar a su tierra. Por aquel tiempo recibe la oferta del productor Alain Milhaud, que había participado en numerosas grabaciones de grupos como Los Bravos, Los Canarios y los Pop-Tops, para grabar un disco. Pero de nuevo otro proyecto se entrecruza en su carrera.
-Fue cuando Enrique Morente me propuso participar como productor y arreglista de su disco con adaptaciones de Leonard Cohen, entre los que destacaba la producción de Pequeño vals vienés para su disco Omega. Yo creía que eso iba a suponer uno o dos meses, pero luego el proyecto se alargó y Alain Milhaud se cansó de esperarme. Así que volví a Granada.
En la ciudad que le vio nacer decide dedicar sus conocimientos musicales a rescatar el flamenco autóctono con tres discos que son imprescindibles a la hora de investigar este arte en Granada: Villancicos del Sacromonte, Graná baila por tangos y Aire de Graná. Estaban financiados por La General, cuando aún se llamaba así. Había otros proyectos de más discos, pero cuando en entidad bancaria cambió de dueños, se fue al traste la financiación.
Raúl Alcover fue durante un año el director del Centro Cultural Medina Elvira de Atarfe en la época en la que hasta aquel auditorio llegaron importantes grupos musicales. Después se enfangaría en la dirección del espectáculo La Granada Flamenca, que le costaría más de un disgusto.
-Ese espectáculo era fiel reflejo del mejor flamenco hecho en esta ciudad. No sólo era una expresión de las zambras del Sacromonte y sus bailes más conocidos, sino que incluía un grupo de tangos granaínos, fandangos del Albayzín, alegrías, bulerías corrías, y un homenaje a los cantos populares que había recogido García Lorca. Yo pretendía que ese espectáculo, que tuvo un triunfo apoteósico en el Palacio de Congresos cuando se estrenó, en septiembre de 2017, se hiciera estable por el bien de la ciudad y esa característica cultural tan importante, pero no lo entendió así la dirección del Palacio, y sólo se representó una vez. Poco después, comprando en un supermercado, oí a varias personas que, hablando del espectáculo decían que ya era hora que en esta ciudad se diera un evento de esas características, con tanta calidad y altura. Yo sé que gustó mucho a la gente. Pero esto, lo digo con tristeza, es también Granada. Y la deslealtad y las malas artes que anulan la unidad tan necesaria para llevar a cabo cualquier proyecto, hacen que tengamos que estar ahora pendientes de juicio por todo este asunto.
Raúl tiene ocho discos de estudio en su haber y distintas colaboraciones en otros tantos. El último se llama La voz de Federico, un proyecto patrocinado por el Patronato García Lorca y que ha nacido bajo una doble perspectiva: continuar sensibilizando sobre la búsqueda de alguna grabación de la voz de Lorca en los archivos guardados y, por otro lado, seguir interpretándola. Raúl está convencido de que la voz del poeta se encuentra en algún estudio de radio en algún archivo perdido. Raúl Alcover interpreta un total de 16 temas lorquianos y dos composiciones propias.
-Es un disco original y necesario con una selección escogida y nada tópica donde las canciones reflejan mi relación durante años con la vida y la obra de Federico García Lorca. Con ellas viajamos desde Granada hasta Málaga y Cádiz, de Nueva York a la Habana, de Argentina y Uruguay hasta Galicia y Madrid. Muestra un Federico rejuvenecido y cercano. García Lorca siempre ha estado en mi vida. La primera vez que supe de su existencia era cuando tenía siete años y pasando los veranos en Víznar, me paró un coche blanco, el famoso ‘tiburón’ francés, y el ocupante me preguntó por Federico García Lorca. Le dije no saber quién era, y preguntara en la taberna del pueblo. Luego el padre de un amigo nos explicó quién había sido García Lorca y nos señaló el lugar donde lo habían matado, lejos por cierto del que se está buscando. ¿Te cuento una anécdota sobre la guitarra de García Lorca?
-Claro.
-Yo conocí en Madrid a Isabel Roldán, que había sido prima de Federico. Una tarde en su casa me dio una funda gris que contenía una guitarra y cuando la abrí me dijo que había pertenecido a su primo. Quiso la coincidencia que unos años más tarde, Laura García Lorca me pidió llevar a arreglar esa guitarra. Se la llevé a Francisco Manuel Díaz, el excelente guitarrero de la Cuesta Gomérez, que le tuvo que sustituir alguna que otra clavija. Una de las originales sustituidas me la dio y siempre la llevo conmigo como amuleto.
Raúl se mete la mano en el bolsillo y saca una vieja clavija de guitarra. Y entonces yo la toco con la fe de un devoto cristiano que tocara una astilla de la cruz en la que murió Cristo.
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