El Salón de Actos del Padre Suárez
En la puerta, Ganivet y Lorca y dentro los bustos de otros 20 personajes ilustres. Si nuestros jóvenes conocieran la vida y la obra de la mitad de ellos acabarían todos de catedráticos. Es si duda el instituto de más solera de Granada; su larga nómina de grandes profesores así lo respalda · La primer vez que lo vi, allá en todo lo alto, fue en un acto de recepción de alumnos

El Padre Suárez es sin duda el instituto de más solera de Granada. Los años de vida que le contemplan, -fue fundado en 1845, aunque el edificio es de 1904- la larga nómina de ilustres profesores que por su claustro pasan; la cantidad de alumnos que dejaron y siguen dejando huella personal y profesional; su patrimonio, puesto en valor sobre todo por su magnífica biblioteca y su ejemplar Museo de Ciencias, así lo respaldan.
Pero hay un rincón elegante y añejo que me llamó la atención cuando sólo contaba yo 11 años: el Salón de Actos. Entonces me pareció enorme; sus techos altísimos, sus lámparas colgantes eran como las de los palacios; y los profesores que allí nos recibieron eran todos muy "mayores"; tenían por lo menos cuarenta años.
En la entrada conserva todavía la leyenda "Salón de Actos" y puede que sea de los pocos centros escolares que no ha tenido la tentación de cambiarla por esas absurdas siglas que hoy figuran en otros: SUM. Para mí sum era sólo el enunciado de un verbo latino hasta que me enteré que significaba sala de usos múltiples; parto ingenioso que debió ocurrírsele a algún inteligente aspirante a premio Nobel. Igual pudo haberle puesto SAD sala de actividades diversas, o SAC salón de actividades compartidas, o SIC sala de iniciativas culturales. Da igual. El caso era "reformar la educación".
Sin embargo, y le alabo el gusto, el Instituto Padre Suárez mantiene en su segunda planta, a la que se accede por una hermosa escalera de mármol blanco y de doble derrame, el añejo y elocuente rótulo de "Salón de Actos". En el testero de la entrada nos reciben dos retratos de insignes granadinos: Ángel Ganivet y Federico García Lorca, obra del pintor granadino David Zaafra. Empezamos bien. Su interior es demasiado solemne como corresponde a un edificio de principios del siglo XX. Lo ocupan dos docenas de bancos corridos de patas torneadas bajo tres luminosas arañas de brazos dorados y adornos de cerámica vidriada. La gran sala es toda blanca, de techos altos con adornos de pilastras acanaladas con capiteles compuestos. Rompen los testeros tres grandes óculos soportados por cuernos de la abundancia de los que manan generosos racimos de uvas y simbólicas granadas.
Todo el salón está presidido por un retrato original del pintor granadino Rafael Revelles, catedrático que fue del instituto, representando al rey Juan Carlos joven y con uniforme de capitán general. Pero lo que más me llama la atención es el friso ocupado por veinte bustos de personajes ilustres de la historia, las artes y las letras españolas que recorre todo el rectángulo de la sala. La primera vez que lo vi, allá en todo lo alto, fue en un acto de recepción de alumnos a principios de curso. Prácticamente todas aquellas caras me sonaban a chino, salvo la de los Reyes Católicos puesto que yo nací frente a la Capilla Real, pero hoy creo que si algún estudiante conociera sólo la mitad de la vida y la obra de estos insignes personajes estaría en condiciones de presentarse a las oposiciones de catedrático.
Allí aparecen, en silenciosa tertulia, nada menos que Séneca, Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Menéndez Pelayo, Pedro A. de Alarcón y Zorrilla. ¿Cuántos alumnos de Bachillerato podrían escribir hoy cinco renglones de la vida y la obra de cada uno? Seguro que habría algunos. Aunque tal vez sea más conocida esa patulea de famosillos de la teleescoria que sufrimos.
Pero es que también andan por allí Alfonso X, J. Luis Vives, Nebrija, Mira de Amescua, Martínez de la Rosa, Alonso Cano y el propio Padre Suárez. ¿Cuántos aprobarían hoy un examen con estas preguntas en el cuestionario? Algunos. Porque haberlos, haylos; pero no abundan. Salón de Actos, lleno de sabios; sólo con que se les conociera un poco más cambiaría el nivel cultural de nuestros jóvenes y tal vez la crónica de sucesos. En eso andan afanados los esforzados profesores.
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