La plaza de San Nicolás, la prueba de que Dios existe

El ADN de Granada

Tras terminar la serie sobre los anales de Granada, comienza hoy esta que llamaremos El ADN de Granada. En ella intentaré mostrar aquellos lugares, edificios, circunstancias o personajes sin los cuales no se entendería la esencia de la ciudad que alberga la Alhambra. Y lo haré intentando ponérselo difícil a la Inteligencia Artificial, contando historias, momentos, curiosidades o sentimientos a los cuales no podrán acceder las máquinas que dicen que nos gobernarán dentro de poco y que acabará con tantos oficios. No sé si el reto el grande, pero lo voy a intentar.

El banco más demandado en la Plaza de San Nicolás. / Andrés Cárdenas

Granada/En una escena de la película La Juventud, de Paolo Sorrentino, se ven a dos viejos amigos (Michael Caine y Harvey Keytel) que están metidos en una piscina charlando sobre la existencia de Dios y el paso del tiempo. Uno es músico y el otro director de cine, los dos ya jubilados y con muchos años encima. Uno de ellos se muestra agnóstico y ateo, mientras el otro cree que hay un Ser superior que nos tiene fichados. En ese momento, entra en la piscina una joven desnuda, con una silueta escultural que había sido nombrada Miss Universo. Los dos viejos la miran embobados mientras ella se sumerge lentamente en el agua y uno de ellos le dice al otro: "Ves como Dios existe".

Yo nunca he sido un ferviente creyente, pero cuando estoy en la plazoleta de San Nicolás contemplando la Alhambra y Sierra Nevada al fondo como un trampantojo celestial, en mi interior surge esa frase de uno de los viejos de la película de Sorrentino: "Ves como Dios existe". Y es que no soy nadie sin la plazoleta de San Nicolás, a donde acudo casi todas las mañanas a renovar mi energía espiritual. A ponerme las pilas, vaya. La echo de menos cuando me privo de poder estar en ella. Cuando no voy tengo la sensación de que estoy en peligro y la necesidad de verla se ha convertido en un vicio. Cada mañana acudo a la plaza mirador con la inquietud del náufrago que espera avistar una tabla a la que agarrarse para encontrar el sosiego necesario con el que acabar el día. Y, según va pasando el tiempo, cada vez me cuesta más dejarla para volver a casa. Una vez mi amigo El Anchoas, que fuera camarero del Chikito y que vivía (murió hace unos meses) cerca de la plazoleta, me dijo algo de lo que me acuerdo siempre que voy.

–Mira, quillo. Si vienes aquí a menudo seguro que te ahorras visitas al médico.

En aquella panorámica que se ve desde el mirador de San Nicolás está embalsada la belleza. A veces pienso que la plaza es una invención y el horizonte inmediato un fondo de pantalla. O tal vez un holograma al que se puede recurrir en estos tiempos de Inteligencia Artificial.

El barrendero

Cuando voy suelo hablar con Juan el barrendero, que lleva varios años aseando el entorno. Juan es de Campotéjar y lleva con mucha profesionalidad su labor de limpiar todo aquello que los incívicos visitantes dejan a su paso. Algunas mañanas aquello amanece como un catálogo de restos de botellón, a pesar de las cercanas papeleras, lo que viene a demostrar que el hombre suele ser guarro por naturaleza. A Juan alguna vez le he dicho que tiene una suerte inmensa de estar limpiando una plaza con esas vistas al monumento nazarí. Cuando le digo eso me mira con ojos agradecidos y me suelta:

–La mayoría de los días ni me doy cuenta de que ahí enfrente está la Alhambra. A se acostumbra uno.

Juan 'Titos' se encarga de barrer todas las mañanas la plaza. / Andrés Cárdenas

En aquella plaza sentó cátedra de musicología durante unos años Carmen, que tomaba posesión de su escaño en uno de los bancos y se ponía vender castañuelas. De vez en cuando Carmen se colocaba unas en las manos y enseñaba a las turistas como se debía tocar.

–Así no, chiquilla. No tienes que golpearlas, tienes que acariciarlas, como si le estuvieras haciendo cosquillas –les decía a las turistas que probaban a tocarlas.

Yo hablaba antes mucho con Carmen, que me contaba los problemas que tenía para subsistir. Ahora ya no puedo hablar con ella. Cuando oigo tronar en el Albaicín, me imagino a Carmen que está enseñando tocar a las castañuelas a San Pedro, el que le ha dado nombre al tajo que se ve al pie de la Alhambra.

La plaza de San Nicolás es de las que retrasa voluntades. Dice Mora Guarnido que la culpa de que Federico García Lorca tuviera malas notas la tenía esta plaza, a donde se iba con los amigos a contemplar la silueta del monumento nazarí alumbrado por la luna. "Las noches de luna nos íbamos al Albaicín a contemplarla desde la plazoleta de San Nicolás y nos quedábamos hasta el amanecer, que era más grato leer a Rubén Darío o a Lope", dice Mora Guarnido.

La plazoleta de San Nicolás, cuando aún no se llamaba así, era un espacio rodeado por casas y preciosos palacetes árabes. Allí se dice que se tuvieron las negociaciones previas a la rendición de Boabdil y la toma de Granada por los Reyes Católicos. El espacio se fue despejando con el tiempo y tomó el nombre de la iglesia que tiene en sus contornos y que fue destruida por un incendio intencionado en 1932. Tras múltiples abandonos, fue recuperada para la ciudad en 2022. Pero ya hablaré más extensamente de ella cuando llegue su turno.

El monolito a Clinton

En aquella plaza, con una cruz de piedra en medio y con treces alcorques, muchos amantes han renovado su amor, los guitarristas han amenizado veladas, los vendedores de bisutería han expuesto sus productos y un presidente de Estados Unidos dijo que desde allí se contemplaba la puesta de sol más bonita del mundo. Al menos eso nos hizo creer que dijo Bill Clinton el que fuera alcalde de Granada Kiki Díaz Berbel. Cuando pasó aquello todavía se pagaba en pesetas. Fue en julio de 1997.

El polémico monolito que conmemoraba la visita de Bill Clinton

El alcalde llevó a los reyes de España y al presidente americano al mirador. En su visita, éste último recordó que había visitado Granada cuando era un joven universitario y que se acordaba perfectamente de aquel lugar. Uno de los integrantes del séquito del rey don Juan Carlos, dijo que desde allí se veían las puestas de sol más bonitas del mundo. "It’s true" ("Es cierto"), dijo Clinton. Díaz Berbel, más listo que el hambre, aprovechó el episodio para decir a los periodistas que Clinton había dicho la frase completa, la cual iba a utilizarla en una campaña publicitaria de la ciudad. El caso es que la frase se hizo popular y el mirador de San Nicolás más todavía.

En una esquina de aquella placeta el alcalde Díaz Berbel hizo que se levantara un monolito conmemorativo de la visita a Granada de Clinton, lo que desató la ira de los grupos de la oposición y de la asociación de vecinos de barrio, que no entendían ese homenaje a un presidente imperialista. El texto de la placa conmemorativa rezaba así: "Invitado por Sus Majestades los Reyes, don Juan Carlos I y doña Sofía, visitó Granada el presidente de los Estados Unidos Willian B. Clinton acompañado de su esposa y exclamó desde este mirador al ponerse el sol que es el atardecer más bello del mundo". No me extraña las protestas, pero más por el monolito en sí que por la cursilada de texto, con faltas de ortografía y lirismo trasnochado. El problema es que el monolito aparecía todos los días pintarrajeado y lleno de huevos lanzados, hasta que el siguiente equipo de gobierno, el del tripartito, decidió quitarlo de en medio. Fin de la polémica.

Si me da pereza morirme, es porque no podrá ir más a la plazoleta de San Nicolás. En mi tumba quiero un holograma de la Alhambra con la Sierra al fondo. Por pedir que no quede.

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