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Actuación contra la prostitución Una noche con una patrulla de la Policía Local
Siete y media de la tarde del pasado viernes, el primero en el que el Ayuntamiento de la ciudad se dispone a regular con sanciones económicas y actas de información la contratación de prostitutas en la vía pública en base a la Ordenanza de la Convivencia. Cinco policías locales preparan el primer control nocturno del fin de semana, que se desarrollará en la Carretera de Córdoba.
Se organizan junto a la facultad de Bellas Artes. Allí recuerdan que la orden es clara: "hay que incidir sobre todo en los clientes, no lo olvidéis", les recuerda el portavoz, José Manuel Fernández. En unos minutos resuelven algunas cuestiones previas relativas a cómo deben desarrollarse las actas de información, en las que se les tomarán los datos pertinentes a los clientes, y la nueva base de datos que se creará con esa información para estar al tanto del nivel de reincidencia.
Apenas ha pasado un mes desde que entrara en vigor la polémica norma municipal, tiempo en el que se ha informado a la ciudadanía sobre todas las conductas sancionables. Pero es desde el pasado martes cuando Granada ha prohibido el ejercicio de la prostitución en la vía pública con multas de hasta 3.000 euros para clientes y meretrices.
La Ordenanza, que considera una infracción muy grave el "ofrecimiento, solicitud, negociación y aceptación de servicios sexuales" a menos de 200 metros de las zonas residenciales, centros educativos, comerciales y empresariales, recibió el respaldo de la mayoría: los 16 concejales del PP y los nueve del PSOE votaron a favor de la norma, que sólo tuvo la oposición de los dos ediles de IU.
Los agentes se disponen ya a entrar en la Carretera de Córdoba. José Manuel Fernández nos acompaña en un vehículo camuflado que va detrás del coche patrulla. Advierte con insistencia que no está de más tomar precauciones: "Las prostitutas se sienten muy acosadas estos días. Por si fuera poco la presencia policial, ahora ven cómo la prensa se acerca a menudo para hacer reportajes y están muy cansadas de esta situación", relata.
Sin embargo, una vez que los agentes llegan al lugar en el que se encuentran las mujeres, todo transcurre con normalidad, si es que en estos casos se puede usar esta palabra. Porque la situación que se ve nada más llegar es denigrante.
Ocho mujeres muy jóvenes todas ellas extranjeras, se cambian de ropa junto a un descampado en el que el frío hiela los huesos. Se preparan para una noche más. Nadie les acompaña, aunque los agentes son conscientes de que los 'chulos' están en el polígono que hay detrás. No se la juegan. Los clientes tampoco; lógicamente, cuando se percatan de la presencia policial pasan de largo.
Las mujeres llegan con sus mochilas, donde guardan lo básico para realizar su trabajo: botas altas de tacón, lencería, una botella de agua para lavar sus partes íntimas una vez que realicen el acto sexual, varios objetos destinados a la higiene bucal... Junto a ellas, un arbusto comienza a moverse con violencia. Las ratas serán testigos fieles de su trabajo.
Los propios agentes, sobre todo los que cuentan con más experiencia, saben las condiciones tan duras en las que estas mujeres se buscan la vida. Son, tal y como dice José Manuel Fernández, el "eslabón más débil de la cadena" y para los propios agentes resulta "gravoso" tener que sancionarlas, puesto que "no son delincuentes". Y es que, viendo las condiciones en las que trabajan estas jóvenes y el precio por el que lo ejercen, es evidente que no lo hacen por placer.
De 20 a 25 euros se paga el 'francés', que es el servicio más demandado, y 30 euros por una relación sexual completa. Todo ello, claro está, detrás del terraplén y con condiciones higiénicas lamentables. A buen seguro que si estas mujeres tuvieran la posibilidad de trabajar en otro oficio, no estarían aquí.
De hecho, un reciente informe, del Observatorio Cívico Independiente (OCI), que analiza el tráfico y trata de seres humanos para explotación sexual, concluye que sólo el 5% de las aproximadamente 300.000 mujeres que se prostituyen en España lo hacen de forma voluntaria.
Cuando los agentes bajan del vehículo, las mujeres se muestran sorprendidas. Estaban vistiéndose para ejercer su trabajo, así que comienzan a recoger la ropa que habían esparcido en la acera.
Tres de ellas, de nacionalidad rumana, hablan con los agentes con cierta tranquilidad. Sin embargo, tres jóvenes de color -una de ellas parece menor de edad- se ponen de espalda y se muestran temerosas, mientras otra, aparentemente la mayor de todas ellas, realiza una llamada desde el móvil.
Los agentes les piden que se identifiquen y les explican que no pueden estar en la vía pública. Aunque en este caso no son los vecinos los que exigen el fin de la prostitución en esta vía, como ocurre en la Carretera de Jaén, los directores de dos colegios públicos ubicados en esta zona ya han protestado por la presencia de estas mujeres. Sobre todo por las tardes, cuando los alumnos que practican actividades extraescolares pasan junto a ellas de camino a sus casas.
Al pedirles que se identifiquen, las mujeres buscan entre sus cosas algún que otro papel. Sólo una chapurrea algo en castellano, mientras otras dos se disponen a hablar por sus móviles. Ninguno de los documentos que aportan es válido. Uno de los agentes comenta que "son fotocopias" que no prueban la identidad.
Por eso, los agentes piden coches de refuerzo para que las jóvenes sean trasladas a la Jefatura con el objetivo de ser identificadas. Una vez allí, comprueban que tres de ellas son rumanas y, por lo tanto, ciudadanas europeas.
No serán detenidas y simplemente se les advertirá de que ya está prohibido ejercer el oficio más antiguo en plena calle. Las otras cinco, keniatas, tendrán menos suerte y serán detenidas por estar en situación irregular en España. Más tarde será la Policía Nacional el cuerpo encargado de iniciar un procedimiento en base a la Ley de Extranjería.
Así transcurre una noche cualquiera en la Carretera de Córdoba. En la puerta de atrás de la sociedad, de este mundo, de esta ciudad que es Granada. Allí las meretrices no se preguntan qué día es, ni tienen la premura por los regalos navideños. A buen seguro que tampoco piensan en los kilos de más. Con el frío dentro del cuerpo, hincado hasta el alma, los dedos entumecidos y el coraje para cruzar los dedos y desear seguir con vida.
En la parte de atrás, en ese asiento donde nadie quiere sentarse, en los llantos sin lágrimas, sabiéndose no merecedoras de nada.
Es fácil penar desde la comodidad de un sofá, en la sobremesa; juzgar moralmente sin haber sentido el vacío en sus ojos y sin haber reconocido el derrotismo y el dolor de quien ha puesto precio a su cuerpo y sabe que llegan las rebajas.
¿Alguien se pregunta qué les pasa por la cabeza a las cerca de 40 mujeres que ejercen la prostitución en vías como esta? ¿Alguien sabe, sin entrar en ningún tipo de consideración moral, qué les ha llevado a a vender su cuerpo? Tal vez resulte demasiado duro saber las respuestas.
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