Sissi emperatriz en la Alhambra

Elisabeth de Austria visitó Granada en 1893 durante uno de sus viajes por España El tomo cuarto del libro de firmas del monumento nazarí, áutógrafo número 14, muestra la rúbrica de la emperatriz

Tras cumplir los 30 años se negó a posar más.
Juan Luis Tapia

18 de enero 2015 - 01:00

ELISABETH, Emperatriz de Austria, 6 Mayo 1893", así aparece registrada, en el tomo cuarto del libro de visitas de la Alhambra, la firma de la reina más cinematográfica popularmente conocida como Sissi, exactamente el autógrafo número 14. Nada más alejado de la realidad que la imagen fílmica ofrecida de Elisabeth de Austria en la serie que protagonizó Romy Schneider, convertida en la legendaria Sissi emperatriz. La crisis de pareja plasmada en parte por la cinta cinematográfica fue mucho más profunda y continuada en el tiempo, alentada por una locura hipocondríaca y la muerte de sus hijos, Sofía, y el misterioso suicidio de Rodolfo. Elisabeth padecía de frecuentes desequilibrios emocionales que ella misma temía, a sabiendas de los casos de locura presentes en su familia. Por los motivos que fuesen, la realidad es que, en completo desacuerdo con las rígidas normas de la corte de Viena, Elisabeth se rebeló contra el protocolo, apartó de su vida lo que para ella eran absurdas normas cortesanas, y simple y llanamente huyó. Enfrascada en viajes, buscó la libertad fuera de la encorsetada corte imperial a bordo de su yate. Amante a ultranza de la naturaleza, era una vegetariana convencida. Obsesionada por conservar su figura comía frugalmente. Medía 1,72 metros, y controlaba su peso a diario, para mantenerlo entre los 45 y los 50 kilos. Realizaba largas caminatas y era amante de la equitación y de sus perros. Admiradora de Heine, llevaba con frecuencia en la mano sus poesías a modo de breviario. Era enemiga de los fotógrafos, lo que explica los escasos documentos fotográficos que existen de ella pese a estar esa técnica ya generalizada.

En 1893 estamos ante una Sissi muy diferente de esa mujer que alardeaba de su belleza en un narcisismo extremo. En aquel mes de mayo, siempre de incógnito, como así lo exigía a los responsables diplomáticos españoles, se presentaba en Granada, de negro y con el rostro cubierto para no ser reconocida. No se encuentran referencias a aquella visita en la prensa granadina de la época. A partir de los 50, el cutis de Sissi estaba muy deteriorado, motivo por el cual siempre llevaba velo. Las últimas fotos o cuadros que se hicieron de la emperatriz datan de cuando tenía 30 años. Tras cumplirlos se negó a posar más, y su pésima dentadura nos ha privado de imágenes risueña. Elisabeth, sobrepasada la cincuentena, recorre el mundo como un alma en pena. Viaja con más de sesenta baúles y un botiquín que contiene medicamentos, cataplasmas, un frasco de morfina y una jeringuilla para la cocaína. Ya no tiene la agilidad de antaño y le cuesta caminar porque padece, entre otras enfermedades, reuma y ciática. Está muy enferma, pero no puede estarse quieta. Recorre infinidad de países, en tre, a pie o en barco, entre ellos Portugal, Marruecos, Argelia, Malta, Grecia, Irlanda, Turquía y Egipto. En España, atraída por su clima cálido, visita Palma de Mallorca, Alicante y Elche. Mucho antes, en 1861 había visitado Sevilla, tras desembarcar en las costas de Cádiz. Desea viajar de incógnito y ha pedido a su embajador en Madrid que no le hagan ninguna recepción. Pero en Sevilla el duque de Montpensier, cuñado de la reina Isabel II, pone a su disposición un coche de gala tirado por seis caballos y le ofrece el suntuoso palacio de San Telmo para que se aloje con su séquito. Sissi rechaza el ofrecimiento del duque, pues prefiere visitar la ciudad a su aire, sin obligaciones ni etiquetas. Tampoco acepta la invitación de los reyes de España para que les visite en su palacio de verano en Aranjuez. En cambio le interesa ver una corrida de toros y se organiza una en su honor el 5 de mayo en Sevilla. Su presencia en la plaza causa una gran expectación y la gente alaba su sencillez y llaneza. El viaje continúa por Gibraltar hasta Mallorca, y de ahí a Corfú, la que fue siempre su retiro y lugar preferido del Mediterráneo, donde se hizo construir un palacio, y donde quiso ser enterrada.

Es difícil trazar documentalmente el recorrido de la que fuera emperatriz de Austria por España al usar el barco e ir de puerto en puerto, y además siempre requerir el total incógnito. Si se tiene constancia de que antes de dirigirse a Granada visitó Málaga, el 2 de enero de 1893, donde hizo una escala marítima en el crucero que estaba realizando por el mediterráneo a bordo del buque de guerra Miramare. Aunque el comandante del barco manifestó a las autoridades locales que no se rindiese ningún tipo de honores a la emperatriz por expreso deseo suyo, ya que viajaba de incógnito bajo la identidad de condesa de Hollms, los periódicos malagueños dieron noticia de la visita.

La llegada a Granada, según los biógrafos y demás relatos, se produjo a través de la ruta usada por los viajeros románticos, aquella que iba desde Gibraltar hasta Ronda, y desde allí hasta Granada. ¿Llegó en tren la emperatriz? Tampoco se sabe. Solo tenemos constancia de la rúbrica en una fecha muy alejada del mes de enero en el que visitó Málaga, y muy temprana respecto al otoño de 1894, de cuando visitó Alicante, la localidad de Elche, donde la leyenda dice que apadrinó la famosa palmera de siete brazos. Lo que era conocido es su pasión por el orientalismo, por Corfu y todo lo que tuviera relación con la poesía y el romanticismo, de ahí que se pueda deducir que la Alhambra le sobrecogió con su belleza, aquella que contrastaba con su bulimia y anorexia.

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