Tato Rébora, el malabarista de la palabra

pasado con presente incluido

Argentino de nacimiento, tuvo que huir de su país cuando los militares dieron el golpe de Estado de 1976

Es el organizador del Festival Internacional del Tango, que el año próximo alcanza la 32 edición

Es el propietario del bar La Tertulia, por el que han pasado grandes figuras de la literatura y de la música

Tato Rébora, el malabarista de la palabra, con sus hijas y su nieto.
Tato Rébora, el malabarista de la palabra, con sus hijas y su nieto. / Á. C.

Hay una frustración que acompaña a la edad y que convierte a muchos de los que están en las puertas de la vejez en seres con un subido cabreo existencial. Otros sin embargo adquieren con el paso de los años la placidez de lo vivido, la estabilidad de las pasiones y la sabiduría de saber quitar el color gris a los días. Horacio Rébora, Tato Rébora, es de esta segunda clase. Su charla con él siempre tiene para mí el resultado de un spa, la relajante complicidad del amigo, el pensar ser siempre lo que somos dentro del único escenario de la vida. Su conversación se abastece de yacimientos cultos y de frases inteligentes como las que escribe en las paredes de los servicios de su bar. Sus modales frenan siempre cualquier conato de brusquedad temática. Él es de los que apacigua, de los que hace entender que con la violencia de las palabras no se llega a ningún sitio. Cuando yo vine a Granada con la idea de aprender de muchos, Tato fue el que me introdujo en el ambiente de la Tertulia, ese antro especial que va a cumplir 40 años de existencia y que ha albergado -sigue albergando- a clientes que piden una bebida y pagan por el placer de lo inaudito. Él fue quien me presentó al poeta Javier Egea, al novelista Antonio Muñoz Molina, al profesor Juan Carlos Rodríguez y al cantaor Enrique Morente, todos tan asiduos de La Tertulia y tan fans de ella. Gente con la que compartía esas ansias de libertad que los tiempos exigían y cuando nos creíamos los legítimos propietarios de esa ilusión de cambiar el mundo que la edad nos reclamaba. Estamos hablando de comienzos de los años ochenta, cuando Granada se abría cuan fruto del mismo nombre que ha madurado y muchos de sus granos serían personas que tendrían bastante que ver en el futuro inmediato. Más de una noche, tras nuestra jornada laboral que terminaba de madrugada, los jóvenes periodistas recalábamos en La Tertulia, local especializado en embalsar noctámbulos de aluvión, con la pretensión de tomar una copa y charlar sobre lo que había dado el día y lo que podría dar la madrugada. En aquellas noches que se decían que pertenecían a oficios que comenzaban por ‘p’: putas, policías, panaderos y periodistas. Y allí siempre estaba Tato, que nos recibía como quien recibe a ese hijo pródigo que, tras pasearse por la realidad, vuelve a un ambiente de humo, cubata y poesía. Yo, por entonces aspiraba a vivir de las letras -no la de los bancos, se entiende- y pude sentir orgasmos anímicos cuando en aquellas noches de La Tertulia pude hablar con el escritor Mario Benedetti, con el cantautor Daniel Viglietti o el poeta Ángel González. De haber existido móviles con cámara hoy tendría fotos con todos ellos. Tato, además de ser el dueño de un bar que ha sido distinguido con una bandera de Andalucía por ser un referente cultural de Granada, es el alma del Festival Internacional de Tangos que se celebra desde hace más de 30 años en Granada. También es una personalidad destacada por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y académico honorario de la Academia del Tango de Argentina. Entre otras cosas.

Tato Rébora, en La Tertulia.
Tato Rébora, en La Tertulia. / Á. C.

Infancia y familia apropiadas

Nos encontramos en una cafetería del Zaidín. Lo primero que me cuenta Tato es un episodio de salud por el que ha pasado y por el cual ha tenido una pierna algún tiempo prácticamente inmovilizada y con grandes dolores. “Hasta no hace mucho la ausencia del placer era lo que me producía dolor, ahora la ausencia del color es lo que me produce placer”, dice Tato, tan pródigo en frases inteligentes, juegos de palabras y ocurrencias varias, que tiene llenas de ellas las paredes de la Tertulia. “Unos escriben libros que no se leen, al menos a mí me leen cuando van al urinario”, dice con ese humor suyo tan perspicaz y tan ladino. “Siempre he querido superarme, pero hasta el momento solo he llegado a igualarme”, dice otra de sus frases de urinario. Tato coge unas cuantas palabras y hace juegos malabares con ellas. Después de ponernos al día sobre nuestras correspondientes vidas, se atreve a rememorar su infancia.

-Nací en Córdoba, Argentina, en 1948. No puedo imaginar una infancia más feliz y una familia más apropiada. Mi padre, que fue rector de la Universidad de Córdoba, era arquitecto y mis dos hermanos también cursaron la misma carrera. Un día me contó mi padre que un amigo le preguntó qué hacían sus hijos. Le contestó que tenía dos hijos arquitectos y que el tercero, que era yo, había abierto un bar. “Bueno, en todas las familias hay una oveja negra”, le dijo a mi padre su amigo. Recuerdo mi infancia viviendo en la casa familiar de estilo Le Corbusier y en la calle con otros niños practicando todos los juegos imaginativos que sabíamos. Fui a un colegio público e hice amigos que aún conservo. Yo siempre he dicho que la ciudad en donde uno nace es la madre y que la ciudad que uno elige para vivir es la amante.

La mirada de Tato, tan alegre y enigmática, añade siempre un matiz de seriedad a la conversación, tal vez con la intención de que yo me interese por todo lo que dice y, sobre todo, como lo dice. Porque eso sí, después de estar más de cuarenta años fuera de Argentina, a Tato no se le ha ido el soniquete casi musical de esa lengua que tan bien queda en una conversación colectiva. Tato Rébora estudió Ingeniería electrónica y cuando estaba en el último curso vino el golpe de estado del general Videla que depuso de la presidencia de la nación a María Estela Martínez de Perón. La Historia nos cuenta que aquel golpe de Estado consistió en una acción militar que llevó al asesinato, tortura, encarcelación y desaparición de 30.000 personas. También se dedicó a perseguir a los que no estaban por la labor de aceptar a la Junta Militar. Tato era uno de ellos.

Tato Rébora, con su nieto.
Tato Rébora, con su nieto.

-Desde entonces no pude volver a mi casa. Tenía que huir y los países limítrofes a Argentina tenían todos dictaduras, por lo que no me producían ninguna garantía. Además, me dije, ya que me voy pues me voy en serio. También es verdad que estaba influenciado por la ilusión de conocer y vivir en Europa. Así que estuve dos años en Suecia como extraditado político y en 1980, con Celia, la que sería la madre de mis hijos, me vine a España. Y en España elegimos Granada para vivir. Y aquí, con mucha ilusión, mucho trabajo y poco dinero, montamos La Tertulia.

Ambiente cultural

Tato me cuenta que inauguraron el local de manera discreta y que un principio fue bar-librería, lo que atrajo seguramente a muchos jóvenes intelectuales de la época. Me dice que allí el profesor Juan Carlos Rodríguez, junto con los jóvenes poetas Luis García Montero, Álvaro Salvador y Javier Egea crearon el movimiento poético La Otra Sentimentalidad, que fue muy importante en la poesía española de la época y al que se adhirieron Antonio Jiménez Millán, Ángeles Mora y Teresa Gómez, también asiduos de la barra de su bar. Y me dice que allí una noche Rafael Alberti leyó poemas y Mario Vargas Llosa hizo lo propio con un cuento. Y que Imperio Argentina, con noventa años, se tomó un güisqui, “lo que demuestra que el güisqui y la Tertulia favorecen la longevidad”.

-El ambiente cultural de la época era envidiable en esta ciudad. Poetas, escritores, periodistas, músicos… tenían casi las mismas inquietudes y La Tertulia fue el recipiente de ese espacio que necesitaban. Allí no sólo se mezclaban los ámbitos culturales, sino que había un corte transversal de generaciones que creó un producto muy fecundo del que hoy todavía nos beneficiamos. Hoy, por desgracia, la cultura son tribus y subtribus que ha creado la profesionalización de la misma.

Hablar de Tato Rébora es hablar en el idioma del tango. Él es uno de los hombres que mejor sabe hacer uso de sus ideas, por muy peregrinas que sean. Sabe las puertas a las que hay que tocar y así crea el Festival Internacional de Tango, el certamen más antiguo de Europa y el segundo del mundo a nivel mundial después del de Buenos Aires. Tato, echó la semilla de su querencia por este baile y fructificó de manera excepcional en la ciudad de la Alhambra.

-Cuando venía por primera vez a Granada, mi avión aterrizó en Málaga y en el aeropuerto estaba sonando un tango. No sentí nostalgia, sino que para mí fue como una bienvenida. Poco después pensé que el tango podría ser un producto de integración y que tendría sentido montar un festival en Granada. Me ayudó mucho el profesor Juan Carlos Rodríguez, que tenía la misma visión que yo sobre esta música y el entonces concejal José Miguel Castillo Higueras. Hablé con él y me dijo que le presentara dos proyectos, uno ambicioso y otro modesto. Se quedó con el ambicioso. Fue una decisión clave para la supervivencia del festival, que presentó al tango como un género urbano contemporáneo que conjugaba de manera equilibrada la canción, la música y la danza. Para mí, y eso es lo que planteaba al crear el festival, el tango es el género que mejor representa la transformación de la ciudad a lo largo del siglo XX.

Felices años 20

Ahora Tato está preparando la próxima edición del festival, que tratar de hacer memoria de lo programado y de revitalizar a personas que han tenido que ver con el tango. Para ello contará con figuras como el flautista Jorge Pardo; el tenor Fabio Armiliato, que cantará con la Orquesta de la Universidad, y el actor Ernesto Alterio, que leerá textos de Cortázar que tienen que ver con este baile.

-Como el festival será en el 2020 y coincidirá con el cuarenta aniversario de La Tertulia, tengo pensado hacer una programación especial que se llamará Los nuevos años 20. Yo no sé hacer cosas si no hay un objetivo. Pues esa es mi meta de cara al año que viene. Ya estoy pidiendo las correspondientes colaboraciones y quiero implicar mucho al local para tratar de rescatar su historia y lo que ha tenido que ver en la vida cultural de Granada. Quiero que de alguna forma se recupere el espíritu renacentista de aquella época. Pasarle el plumero a aquellos tiempos para rescatar personas o situaciones que están apolilladas. Es muy importante la memoria, si una persona la pierde, pierde el yo.

Como buen argentino, Tato también habla con las manos, que no deja quietas ni un instante. Su mirada de ojos claros casi siempre la tiene encharcada de emociones. Hablando con él enseguida se da uno cuenta de que es un argentino ocurrente, refinado, cínico en la más juiciosa acepción del término. Flojea ya nuestra conversación cuando me dice con cierto tono de nostalgia que nunca ha vuelto a la casa del padre y que ahora tiene la felicidad que le reporta un nieto de un año. En cuanto a dejar de hacer cosas, aún no lo contempla.

-Estoy trabajando sin tener en cuenta la edad, por inercia y por necesidad económica. Aún tengo la ansiedad de hacer cosas, aunque algunas ya sé que no me dará tiempo hacerlas. Ahora, por ejemplo, tengo también el proyecto de hacer un gran encuentro para que se considere el bar como centro de toda actividad, un lugar de confluencia de saberes. Estamos acostumbrados a que la Cultura divulgue lo complicado, con este proyecto sobre el bar pretendo complicar lo vulgar.

Hace años que Tato Rébora vio una pintada en un muro de una calle de Montevideo. Desde entonces me la recuerda cada vez que nos despedimos:

-Si te he visto, no me acuerdo; si te desvisto, no me olvido.

Y ambos reímos a carcajada limpia. No falla.

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