En el pozo de la sabiduría
pasado con presente incluido
Vicente González Barberán. Gracias a su labor como consejero de Bellas Artes y delegado de Cultura, muchos edificios de la provincia fueron declarados monumentos nacionales
Posee un inmenso archivo de cientos de miles de fichas donde tiene apuntada toda la historia de España
De figura abacial, este venerable anciano con 88 tacos de calendario, tiene un gozoso excedente de vitalidad que exhibe en sus constantes salidas en tono de humor y cuando habla de corrido, sin permitir ni por asomo que las lagunas mentales, esas que se padecen a cierta edad, le estropeen su discurso y sus reflexiones sobre cualquier tema que salga a la palestra. La refinada exactitud de sus lecciones de vida hace suponer al oyente que está ante un hombre que ha pasado mucho tiempo escudriñando libros y documentos que tienen que ver con la Historia, el Patrimonio o la Cultura en general. Habla como si lo que dice lo hubiese ya redactado en sus talleres intelectuales para dar una clase magistral ante un público muy exigente y ansioso por conocer cosas. Y, por supuesto, da la talla porque uno se queda embobado oyéndole cómo desgrana la actualidad de ahora o de hace cincuenta años sin que la memoria le haga cualquier jugarreta. Es de natural cálido y sus modales parecen desprenderse de su propia solidez corporal. Y cuando se está con él se tiene la impresión de que su robusta prestancia está en relación directamente proporcional a la prodigalidad de sus afectos. Se llama Vicente González Barberán y cuando fue consejero provincial de Bellas Artes y después delegado del Ministerio de Cultura en Granada, se dedicó a constatar que tenemos más patrimonio arquitectónico que el que creíamos tener. Él fue el que hizo los expedientes necesarios para que fueran catalogados monumentos nacionales muchos de los edificios con más solera de nuestra provincia: el castillo de Orce, Santa María la Mayor de Huéscar, los Baños Árabes de Baza, Castril como paisaje pintoresco… Descubrió archivos históricos, encontró documentos importantes, diseñó escudos de pueblos que no tenían y, en general, trabajó para que hoy día seamos todos un poco más atentos con lo que tenemos.
Cuando lo llamo para quedar me dice que la cita sea a partir de las doce porque hasta esa hora él no se quita el pijama. Con un par. Así que a esa hora me recibe, ya desprendido del pijama, en su piso-estudio de la calle Madrid, donde se mueve como un ratón en su propia biblioteca entre un alud de fichas, recortes, carpetas y archivos que ocupan hasta la cocina y la terraza. Huele el piso con estos primeros calores del año a papel usado, a ese purísimo y cerrado dulzor que emana del papel encerrado y de esos cientos de miles de fichas que escribe a mano desde hace muchos años.
-A ver, elige un día, un mes y un año.
-No sé… El 19 de junio de 1990.
Entonces él va a una estantería y me señala el año que le digo. Tiro de la caja que contiene las fichas de 1990 y me voy a junio y al 19. Leo dos titulares: "Las universidades españoles rinden homenaje a los jesuitas asesinados en El Salvador". "Tres diputados piden en Suiza la extradición de Paesa". Y luego dos comentarios suyos hechos a puño y letra.
En su mesa de trabajo no hay ordenador que valga y yo le pregunto si no ha pensado en las nuevas tecnologías a la hora de hacer ese inconmensurable trabajo de documentación.
-Me han dicho que todo esto -dice señalando la estanterías- cabría en un pequeño disco duro, pero yo he llegado tarde a las nuevas tecnologías. Me gusta el papel y escribir mano. Siempre lo he hecho y ahora no soy capaz de cambiar. Los ordenadores me dan vértigo.
Un niño de la guerra
Vicente González Barberán nació en Madrid en 1930. Su padre era ingeniero de caminos y fue enviado a Murcia a hacerse cargo de la Confederación Hidrográfica del río Segura. Allí les pilla la República y ya con Indalecio Prieto su padre trabaja haciendo mapas con zonas que pudieran convertirse en pantanos. Tenía Vicente 6 años cuando comenzó la Guerra Civil.
-Aunque era muy niño sabía lo que estaba pasando. La guerra me la pasé leyendo. Fui un lector muy precoz y a esa edad ya leía libros que normalmente leían los mayores. Me acuerdo de que una de mis primeras lecturas fue de Stefan Zweig. Y otro libró que me impactó de chiquitillo fue el Libro de las tradiciones de Granada, de Villareal y Valdivia. Fíjate que desde entonces yo creo que siento apego por esta ciudad.
Al acabar la guerra, su padre, que había trabajado con la República, de alguna forma es castigado y lo mandan a Sevilla a construir el pantano de El Pintado, en Cazalla. En Sevilla estudia en Los Jesuitas y pasa los veranos en Huéscar, donde la madre tenía una casa familiar.
-En el verano del 47 mi hermana contrae una enfermedad que sólo puede ser curada por penicilina, que no había si no era de estraperlo. Mi padre la consigue y mi hermana se cura, pero él muere pocos días después. Es entonces cuando mi madre decide que volvamos a Madrid.
Hundido en la butaca, un viejo asiento de autobús, Vicente González encadena sin descanso un pasado lleno de fechas, nombres y hechos que le pasaron cuando era joven. Tiene una voz potente y en su boca siempre la palabra exacta. Es seguramente la máquina de hablar más perfecta que he conocido. Una máquina de alta precisión, exacta, prodigiosa. Su discurso es impecable, de esos que avanzan en una espiral para salir a la luz de manera clara y contundente.
En Madrid estudia Filosofía pura ("estudié eso más que nada para ordenar mi cabeza") y entra en el Consejo de Investigaciones Científicas. El ministro López Rodó le propone que vuelva a Sevilla a trabajar con el gobernador civil de esa provincia.
-Se llamaba Hemenegildo Altozano. Era de Baños de la Encina y el único gobernador civil de toda España que no era falangista. Él puso en marcha un plan para acabar con los suburbios en Sevilla y a mí me encargaron llevar a cabo el proyecto de construcción de 4.000 viviendas para familias muy necesitadas. Eran tiempos muy difíciles. En aquella época simultaneaba mi trabajo en el Gobierno Civil con el de profesor de Filosofía. Y la verdad es que no sabía a dónde poner el huevo.
El huevo lo puso en Madrid poco después, cuando entra a formar parte del gabinete personal del ministro López Rodó. Allí trabaja como responsable de la Oficina de Información de Prensa.
-Tenía la misión de escribir artículos y editoriales para los medios, siempre desde el punto de vista monárquico. También hacíamos informes de prensa que le pasábamos al mismo Franco y que no eran muy usuales porque él recibía siempre aquello que quería oír. Nuestros informes eran más críticos y no estaban hechos para halagar todo lo que hacía Franco. Al menos le hacíamos pensar.
López Rodó tiene el cometido de poner en marcha aquellos famosos planes de desarrollo en gran parte de España y a Vicente González Barberán lo manda a Granada.
-La idea de López Rodó era impulsar la industria en aquellos sitios en donde no había. En Granada fue muy difícil porque había más espíritu comercial que industrial. Resultaba muy complicado que los empresarios pusieran dinero para montar empresas. Se hizo el aeropuerto, se puso en marcha el polígono de Asegra y se hizo el de Juncaril, pero en estos polígonos la mayoría de las naves eran almacenes. De allí no salían camiones para llevar los productos fabricados aquí, sino furgonetas de reparto.
Una guerra sin muertos
Pero lo de Vicente González Barberán era la Cultura. Así que cuando Pita Andrade se va como director del Museo del Prado, él es nombrado consejero provincial de Bellas Artes. Ya estaba en su salsa porque a él, según confiesa, lo que realmente le gustaba era estudiar monumentos, leer legajos y descubrir aquello que merecía la pena conservar para las nuevas generaciones: la iglesia de Gobernador, el balcón del Palacio de Peñaflor, eliminar las marraneras que habían sido construidas en el entorno del castillo de Orce… Muchos de los pueblos de Granada pusieron en valor unos monumentos que tenían y que hasta ese momento no le habían dado mucha importancia.
-Desde el año 1931 no se había llevado a cabo ninguna declaración monumental en la provincia, esto fue lo que me animó, en los años setenta, a centrarme en la investigación y de manera especial, en las zonas más olvidadas. Conseguí para muchos edificios históricos el título de patrimonio nacional, lo que hoy es más o menos el BIC, y que se fijara la gente en algo en lo que antes no se había fijado.
Y como lo hacía tan bien, cuando se celebran las primeras elecciones democráticas en España, el gobierno de UCD lo nombra delegado del Ministerio de Cultura en Granada. Siguió con su labor de recuperar patrimonio, aunque se hizo un delegado mediático cuando descubrió que Huéscar le había declarado la guerra a Dinamarca en 1809 y que aún no se había sellado la paz. Por lo visto durante la Guerra de la Independencia la Junta Suprema, organismo que gobernaba el país durante la ocupación napoleónica, cortó todas las relaciones con Dinamarca, país que ayudaba a los franceses. Cuando la noticia llegó a Huéscar, el ayuntamiento de este pueblo declaró solemnemente la guerra a Dinamarca. Ocurrió el 11 de noviembre de 1809. Tras la derrota de Napoleón y el regreso de Fernando VII a España, los habitantes de Huéscar olvidaron que estaban en guerra con Dinamarca, mientras que en el norte de Europa ignoraban la existencia de la contienda. El asunto quedó enterrado, hasta que en agosto de 1981 Vicente descubrió en los archivos municipales el documento original de la declaración de guerra. El hallazgo saltó a los medios locales y llegó a oídos del corresponsal de la televisión danesa, Jorge Jensen, que le dio cobertura informativa en su país. La noticia de que un pequeño pueblo de Granada les había declarado la guerra casi 172 años atrás ocupó un gran espacio en la prensa danesa y fue fuente de todo tipo de bromas y chascarrillos. Para tratar de solucionar ese conflicto diplomático, el ayuntamiento de Huéscar celebró un pleno en el que aprobó iniciar las negociaciones de paz con Dinamarca, mientras que el embajador danés en España obtuvo la autorización de su Gobierno para firmar un tratado de paz con los representantes huesquerinos. Así, el 11 de noviembre de 1981 los representantes de Huéscar y Dinamarca firmaron en la localidad granadina el documento que ponía fin a un siglo y tres cuartos de hostilidades. La jornada constituyó una auténtica fiesta en la que más de diez mil personas entre daneses y oscenses brindaron por el fin de la guerra más larga y menos sangrienta de la larga historia bélica de España. Una guerra donde no hubo muertos.
Un inmenso archivo
Vicente González Barberán, doctor en Filosofía, es en la actualidad director emérito del archivo de la Real Casa de Orleans Borbon, pero ha sido presidente del Centro de Iniciativas Turísticas de Granada, director del Archivo y Biblioteca de la Alhambra y el Generalife, presidente del Centro Artístico y durante mucho tiempo como diplomático fue comisionado por el Gobierno para recibir reyes y presidentes de los países que visitaban Granada. Algunos pueblos le han homenajeado por su labor y otros lo han nombrado hijo adoptivo. Y él da por bueno todo lo vivido.
Cuando terminamos de hablar me enseña algunos de sus objetos a los que más apego tiene, como una radio zenit de los años cincuenta que suena mejor que nueva, algunas banderas de países que le han agradecido su colaboración y, sobre todo, una ejecutoria judicial en pergamino de piel de cabrito del año 1.574, durante el reinado de Felipe II.
-¿Sabes la pena de esta situación? Pues que no tengo hijos y a mis sobrinos no los veo con esa sensibilidad por la Cultura que yo siempre he tenido. Así que no sé a dónde irá a parar todo esto.
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