Ángel Ganivet: se cumplen cien años de su entierro en Granada

El ADN de Granada

El escritor se había suicidado arrojándose al río Duina y su tumba estuvo perdida en Riga durante 27 años

Fue un periodista jerezano de ‘El Imparcial’ el que la encontró cuando estaba cubriendo la revolución rusa

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El féretro con los restos de Ganivet ante el monumento del escritor, en 1925.
El féretro con los restos de Ganivet ante el monumento del escritor, en 1925. / G. H.

Digámoslo desde el principio: Ángel Ganivet era un tipo raro de narices, de esos que no quedas con él ni para ir a coger billetes de cincuenta euros. Además de ser huraño, malafollá y desagradable al trato, estaba prácticamente como una chota. Iba a ser ingresado en un psiquiátrico cuando se tiró (dos veces) al río Duina: hasta que se ahogó congelado. Dicen, vaya usted a saber, que ese carácter agrio y pesimista del granadino le viene desde que se quedó cojo al caerse de una higuera que sus padres tenían en el molino en el que vivían. Estuvieron a punto de amputarle la pierna porque se le gangrenó, pero la madre lo impidió. A pesar de sus rarezas y de su innato pesimismo, Ganivet era admirado por todos aquellos a los que les gustaba leer textos en los que hablaba de la pésima situación política en España. Su libro Idearium español, escrito en 1896 fue el que le dio la fama y el que le hizo ocupar un puesto destacado en el pensamiento español moderno. Su texto es considerado el precursor de lo que se llamaría Generación del 98. También Ganivet escribió mucho sobre Granada, a la que amaba desde la distancia, de ahí que este escritor esté indiscutiblemente en el ADN de la ciudad que lo vio nacer.

El pasado 28 de marzo se cumplió exactamente cien años de la llegada de los restos amojamados de Ángel Ganivet a Granada. Hay unas fotos de Torres Molina que certifican el enorme gentío que acudió al entierro del autor de Granada la Bella. Los cronistas de la época dicen que nunca antes se había dado una manifestación de duelo tan multitudinaria. El escritor había muerto en 1898 y había sido enterrado en una tumba anónima del cementerio de Riga. Fue el periodista Enrique Domínguez, un reportero que había sido enviado a la zona para la informar sobre la revolución rusa, el que encontró la tumba del escritor granadino nada menos que 27 años después de ser enterrado. Gracias a sus crónicas en las que relataba como había encontrado la tumba del escritor, en Granada las autoridades –encabezadas por Gallego Burín– se movilizaron para repatriar el cadáver del suicida. En la ciudad de la Alhambra ya se le había dedicado un monumento (que tuvo su correspondiente polémica, cómo no) en el bosque de la Alhambra, en la llamada Plaza del Tomate. Antes de ser enterrado, el doctor Fermín Garrido tuvo que certificar que el cadáver al que se le iba a dar sepultura era, efectivamente, de Ángel Ganivet por el pronunciado prognatismo de su mandíbula, por la cicatriz de una pedrada en la frente que recibió cuando era niños y por su pierna rota.

Monumento a Ángel Ganivet en los jardines de la Alhambra.
Monumento a Ángel Ganivet en los jardines de la Alhambra. / G. H.

Una vida de amargado

La vida de Ganivet no es de las de tirar cohetes. Parece que a este hombre le miró un tuerto. Era un escritor triste y pesimista que despreciaba la modernidad y que escribió que la crisis de fin del siglo XIX en España había sido causada por el problema colectivo de la abulia. Ese pesimismo le llevaba a veces a ser un maleducado. Personas que lo conocieron da fe de su extraño comportamiento. Josep Plá escribió: “Cuando todos se habían ido, aquel hombre borroso –dice Pla refiriéndose a Ganivet– que llevaba en la cara la tristeza de las casas de huéspedes y de las soledades que había sufrido, habló unas horas ante cuatro amigos de las amargas obsesiones de la vida”. A otro pintor llamado Miguel Utrillo tampoco le cayó bien el granadino. Por lo visto este pintor se le acercó un día para preguntarle qué le parecía una escultura. “¡Y a usted qué le importa!”, le contestó el autor del Idearium español con ese ramalazo de malafollá tan acentuado en él. Utrillo diría después: “El pobre Ganivet era un anormal. Discutía con una violencia que no podía ser igualada con nadie: cuando defendía un criterio lo sostenía ferozmente. Se nos ponía frenético, pálido, desencajada, babeaba… Y luego se levantaba del asiento y se marchaba. Y así todos los días”

Ganivet estudió Derecho y Filosofía y Letras en Granada y el doctorado en Madrid. En la capital de España asistió a tertulias literarias y le picó el gusanillo de la escritura. Ganivet sacó plaza de archivero municipal en Madrid y vivía en una pensión cuando conoció en un baile de disfraces celebrado en el Teatro de la Zarzuela a la que sería primero su pasión amorosa y luego su ruina: Amelia Roldán. De su atormentada relación nacieron dos hijos: Natalia y Ángel Tristán. La pareja nunca se casó y nadie sabe exactamente el porqué. Fue a raíz de sacar plaza en una oposición para vicecónsul en embajadas extranjeras, cuando comenzaron los problemas. En Amberes las discusiones entre la pareja eran muy frecuentes. Ella era muy celosa y le montaba pollos continuamente. Y él estaba dispuesto a todo para mantener la relación excepto casarse, que es lo que ella quería. Al final, después de muchos encuentros y desencuentros, él pilló la sífilis y ella le puso los cuernos con un cantante de ópera, del que, al parecer, había quedado embarazada.

En Amberes estuvo tres años y pico. Allí sufre una crisis espiritual. "Estoy aburrido, hastiado, malhumorado, melancólico, abrumado, entontecido" escribió en una carta a un amigo granadino. En 1895 fue ascendido a cónsul y destinado a Helsinki. Amelia no le acompañó. Allí estuvo dos años, los más fecundos de su carrera literaria. En la capital de Finlandia escribió Granada la Bella, que es una recopilación de artículos que publicaba en el Defensor de Granada. "Voy a hablar de Granada, o mejor dicho, voy a escribir sobre Granada unos cuantos artículos para exponer ideas viejas con espíritu nuevo, y acaso ideas nuevas con viejo espíritu; pero desde el comienzo dese por sentado que mi intención no es cantar bellezas reales, sino bellezas ideales, imaginarias”, dice al inicio del libro. El escritor le echa imaginación y lanza una mirada franca y desprejuiciada sobre el desarrollo urbano, que es también una protesta contra el progreso material exagerado y destructor. El autor reclama para Granada un espacio digno, habitable y con carácter propio.

Poco después fue trasladado a Riga, donde pasó por otra grave depresión. Tenía motivos para ello. Por lo pronto le duraba la pena de la muerte de su hijita pequeña. Luego estaban las dudas sobre la infidelidad de Aurelia (recibía correos anónimos de que su pareja se la estaba pegando en Madrid con un cantante de ópera). También sus facultades físicas y mentales estaban mermadas por una sífilis en estado muy avanzado y luego el desánimo por haber sido rechazado por la joven viuda Mascha Diakovsky, de la que se había enamorado. En algunas biografías también ponen como causa de esa depresión el estar afectado, como todos los de su generación, por la crisis moral, política y social desencadenada en España por la derrota militar en la guerra hispano-estadounidense y la consiguiente pérdida de Puerto Rico, Cuba y Filipinas.

Sobre la sepultura de Ganivet se puso la lápida que había tenido hasta hacía poco en Riga. De esa forma se complació al poeta que había escrito en El escultor de su alma: “Solo pido un sepulcro en el lugar que naciera”. Y allí está desde hace exactamente cien años, en el cementerio de San José de la ciudad de la Alhambra.

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