La animada Plaza de la Trinidad

La fuente es el único testigo. Se llamó Plaza de Melchor Almagro, se entraba por Martínez de la Rosa y se salía por Poeta Zorrilla. Hoy veo demasiados 'pájaros' y pocos barrenderos

La animada Plaza de la Trinidad
La animada Plaza de la Trinidad

12 de octubre 2008 - 01:00

EN cualquier guía leemos la evolución de esta céntrica Plaza en cuyo solar estuvieron la Iglesia y el Convento de los Trinitarios Calzados hasta la desamortización de 1835 en que cambió de manos y empezó su destrucción. Menos mal que por lo menos la Junta de Sanidad Local en 1893 declaró el espacio como de utilidad pública y se lo quedó el Ayuntamiento para abrir una espléndida plaza que oxigenara las calles que la rodeaban: Mesones, Alhóndiga, Pescadería, Tablas, etcétera, todas de una gran actividad urbana. Demos las gracias a don Luis Morell y Terry, el ingeniero que diseñó el proyecto.

Con la euforia de nombres de personajes ilustres se le dio en llamar Plaza de Melchor Almagro; méritos no le faltaban a este abogado granadino; a la de las Tablas se la bautiza como Martínez de la Rosa, tampoco era raro habiendo nacido allí el moderado político liberal; y a la de Mesones se la nombra Poeta Zorrilla por los ecos todavía recientes de la coronación del vate en Granada en 1889 declarado Poeta Nacional. El pueblo lógicamente devolvió los nombres antiguos.

A partir de ahí, la Plaza de la Trinidad sólo conserva un testigo original: la fuente, que era del antiguo convento trinitario. Hoy ahí están Enriqueta con su quiosco de buen pan y al lado el amable Enrique al frente de Oliver. Este encantador negocio de los mil frutos ha tenido el buen gusto de mantener su precioso mobiliario de madera del año catapún.

Hemos preguntado a la antigua fuente que todo lo sabe. Se acuerda de que el convento se levantó frente a la puerta Bab-al-Mazda con su muralla hasta que se tiró todo. Dice que luego se distraía viendo llegar a los coches piratas con viajeros, recoveros y buscavidas de los pueblos que hacían parada y fonda en la céntrica plaza tan cercana a los servicios urbanos. Todavía queda un antiguo refugio: la pensión Zurita que regenta Francisco Javier Rodríguez; aunque desaparecieron las dos más grandes: las Posada San José y La Espada.

Pero cuando la plaza se animaba era en verano al fresquito de los árboles, al susurro de la fuente y al dulzor de los chumbos y melones que vendía el gordo Federico allá por los años 50. Luego había que esperar a Navidades para ver la plaza convertida en un inmenso corral de pavos, pollos y conejos.

SE FUE LEYVA Y QUEDA GOYA

Hoy ha cambiado algo la fauna; hay otro tipo de pájaros arriba; en vez de gorriones son estorninos que tapizan de negro las ramas a la caída de la tarde y el suelo a cualquier hora. Habrá que pisar con cuidado o echarte por las aceras.

Si hubiera que recordar negocios con sabor, algunos desaparecidos, tendríamos que mencionar, además de los quioscos de las esquinas, la enorme Ferretería Leyva, hoy en la calle Reyes; fue aquí donde compré aquella hornilla de petróleo que tenía la virtud de darle a todos los guisos el mismo sabor. Ferretería de solera, fue fundada en 1898 y ahí está, aunque hoy en las manos de José Rosario Lázaro, hermano de Gabriel, el que fuera estiloso futbolista.

Pero sigue Electrodomésticos Suárez, fundado en 1954 y la cafetería Goya testigo de tantos cafés tomados de paso para las Facultades; en la esquina, frente a Sonylaser, estaba la Librería D. Quijote de Manolo Barrera, luego la Paideia de Nono López Márquez, donde se vendían a plazos dos tipos de libros: los normales arriba y los censurados abajo. Permanece la farmacia que fuera Parada y hoy Montilla; allí por vez primera pude utilizar la "balanza de medir y pesar" a la que mi tío Pepe Lorenzo tan amablemente me invitaba. Aunque desapareció el hermoso bar Los Pirineos, queda, y sea por muchos años, el pintoresco bar Reca, donde después de tres convidás sólo falta pedir un postre.

Y si hubiera que recordar sonidos, tal vez el de los pregoneros cercanos al mercado de La Romanilla y el del traqueteo del tranvía de la línea San Antón-Triunfo en la estrecha calle Fábrica Vieja, donde el tranviario siempre hacía sonar su gastado timbre de pedal. Suenan también los aparatos de Suárez mucho más agradables que los que algunas noches se oyen en medio de la Plaza con sabor a trifulca y olor a don Simón.

Plaza de la Trinidad, alrededor de tu fuente veo que anidan demasiados pájaros y pocos barrenderos.

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