Aventuras y desventuras del Niño Lama
Historias de Granada
Un bebé alpujarreño acaparó la atención de medios informativos de todo el mundo al pensar que se había reencarnado en él un importante líder espiritual del budismo
Todo un fiasco para esa religión porque el muchacho se fue del monasterio tibetano que lo acogía cuando se hizo mayor de edad
Granada/La primera persona que alertó a la prensa de que había un niño en La Alpujarra en el que se había reencarnado el lama Yeshe fue Carmen Gimeno, una mujer aficionada al periodismo -su marido había sido periodista y su hijo también lo era en El País- que se ponía en contacto conmigo cada vez que en aquella comarca pasaba algo de interés. Estamos a mediados de mayo de 1987. Yo por entonces era el encargado de coordinar a los corresponsales de la provincia, que los había muy buenos y muy activos. Carmen me llamó para decirme que un lama de los del Tíbet que se había muerto recientemente se había reencarnado en un niño de dos años que vivía en Bubión.
A mí aquello me sonó a chino, y nunca mejor dicho. Así que solo se me ocurrió decirle:
-Carmen… ¿Te has tomado algo?
-¡No! ¡Es verdad! -me contestó ella con la dignidad de una periodista que está convencida de que tiene una exclusiva.
Yo había oído hablar del centro budista que había entre los términos de Soportújar y Bubión. Había sido creado en 1980 y fue inaugurado en octubre de 1982 por el propio Dalai Lama. Cubrí la noticia para la agencia de noticias Logos, de la que era el corresponsal en Granada. El líder espiritual del budismo tibetano vino acompañado de dos lamas y once monjes. El Dalai Lama no era reconocido oficialmente por China, por lo que las autoridades no fueron a recibirlo. Él sí fue a visitar al arzobispo de Granada, monseñor Méndez Asensio, y al alcalde Antonio Jara. Dio un par de conferencias y ofreció una rueda de prensa en la que estuve.
Todas sus respuestas fueron etéreas y rutinarias, casi nada que sirviera para un buen titular. Se le veía cansado y muy fatigado. El Diario de Granada tituló a cinco columnas: "El Dalai Lama llega enfermo a Granada". Yo fui un poco más cauto y escribí que venía algo extenuado, pero quizás por culpa del viaje. El caso que lo que dijo no fue para que quedara en los anales de esta ciudad. Todo su mensaje iba encaminado al acercamiento entre Oriente y Occidente. Después se dirigió a La Alpujarra. Para el Dalai Lama, aquel sitio favorecía la búsqueda interior de cualquier persona y las áridas montañas encadenadas le recordaron a su añorado Tíbet, al que no podía volver al ser un líder en el exilio. Tras un breve descanso y meditaciones en este santuario salvaje alpujarreño, lo bautizó como O Sel Ling: Lugar de la Luz Clara.
Así que habían pasado cinco años desde aquella visita cuando Carmen me contó que el niño en el que se había reencarnado el lama Yeshe, que se llamaba Osel, como el centro budista, era hijo de un albañil, Francisco Hita, que él conocía y de una mujer que se llama María Torres, que se había aficionado al budismo a raíz de encontrar trabajo en el espacio inaugurado en Bubión por el Dalai Lama. Por lo visto había sido la amistad de la madre del niño con el responsable del centro, Francois Camus, con el que había iniciado una relación sentimental, la que permitió que un día descubrieran que el carismático y extrovertido lama tibetano que había estado durante toda su vida predicando por Occidente y que había fallecido de un ataque de corazón en Los Ángeles, se había reencarnado en Osel, el hijo de María.
-Por lo visto el alma del lama Yeshe ha pasado a la del niño -me dijo Carmen, totalmente convencida de lo que estaba diciendo.
Yo me resistía a dar un espacio en el periódico con lo que me estaba contando Carmen. Pero era domingo y había pocas noticias, así que me arriesgué a darlo a dos columnas, en una página par y temiendo el cachondeo que al día siguiente pudiera causar la supuesta primicia entre los lectores.
Escribí lo que me había contado Carmen, pero llenando la crónica con muchos términos tales como 'al parecer', 'supuestamente', 'es posible'… Todas esas muletillas que utilizamos los periodistas cuando no estamos seguros de lo que estamos diciendo. Incluso en el titular aparecía una conjetura: "Los budistas creen que el lama Yeshe se ha reencarnado en un niño de Bubión". Por supuesto, la crónica se la firmé a Carmen. No quería que mi nombre se relacionara con semejante noticia. Tonto de mí.
Noticias bomba
Al día siguiente de la publicación de la noticia había en Granada hasta corresponsales de México y de Estados Unidos. La primicia periodística había causado tal revuelo que no hubo medio de comunicación en todo el mundo que no se hiciera eco de ella. Llamé a Carmen para darle la enhorabuena y para excusarme por la dosis de pesimismo que le había mostrado cuando me había hablado del niño lama. Desde entonces yo me ocupé de seguir la noticia en el periódico, con la ayuda de Carmen, que era mis oídos y mi vista en aquella parte de nuestra provincia de la que se estaban ocupando todos los medios de comunicación del mundo habidos y por haber.
Para posteriores informaciones sobre el tema hablé con los padres del niño -que estaban a punto de separarse-, con los encargados del centro budista y con decenas de personas que habían tratado al niño lama. Ni la presa de Rules habría podido abastecer con tinta a los millones de páginas de periódicos, revistas y libros que se escribieron sobre el asunto. Hasta La Alpujarra vino otro importante lama, un tal Zopa, a corroborar, visiones oníricas incluidas, que la reencarnación era cierta tras someter al niño a varias pruebas.
Después le vistieron de rojo azafrán, le pusieron un gorro amarillo y le llevaron a la India, al monasterio de Sera, para iniciar la formación adecuada para convertirse en la cabeza visible de la organización creada por Yeshe y ser el continuador de su tarea. Allí era adorado como una divinidad, además de educado en la disciplina monacal más férrea, dura y alienante. Al principio permitieron a los padres visitarlo de vez en cuando y pasar allí algunas temporadas, pero poco después se suprimieron las visitas familiares.
Hasta los dieciocho años al chico le hicieron rezar casi doce horas al día, rodeado de varones que lo adoraban como a un semidios, sin tener contacto con alguna muchacha y sin la posibilidad de salir libremente del monasterio. Para volverse loco. Como escribió un colega, si esto fuese otro tipo de organización y no una religión tan positivamente vista para muchos, estaríamos hablando de una secta destructiva.
Yo seguí escribiendo sobre Osel, siempre que me enteraba de algo nuevo. Pero es que, además, leía todo lo que se publicaba sobre él. El caso es que Osel comenzó a ser un infeliz y había escrito varias veces a su madre para que lo sacara de allí. A los ocho años el chaval grabó una cinta que envió a su madre: "¡Mamá, ven y sácame de aquí!". María fue hasta el monasterio, le quitó a su hijo la túnica, le puso unos pantalones vaqueros y se lo llevó a Bubión. Luego entendió que era una rabieta infantil y pesó más el budismo. En una reunión en Londres fue convencida por los dirigentes de la organización para que Osel siguiera en Sera.
Durante un tiempo los medios de comunicación no dijeron nada de él, hasta que saltó la noticia de que Osel había alcanzado la mayoría de edad y quería vivir fuera del monasterio. Se dedicó unos años a viajar. Estuvo en Ibiza, en Canadá, en Estados Unidos y finalmente en Madrid, donde quería estudiar cine. De sus gastos parecía que se ocupaba una organización internacional que tiene por objetivo dar a conocer y preservar el budismo mahayana tibetano. De alguna manera esta organización esperaba que Osel reconsiderara su actitud, pero no la reconsideró.
Yo había visto al niño lama una vez en Bubión, en uno de los escasos permisos que los monjes tibetanos le daban para volver al pueblo donde había nacido. Debía de tener unos diez u once años. Estaba con su hermana y dos niños más. Allí jugando con los amiguitos de su edad y, mirándolo correr, era difícil concebir que aquel niño estuviera destinado a ser uno de los más importantes líderes espirituales del budismo. Tenía la cabeza pelada, la sonrisa escasa y unos enormes ojos que reflejaban tal vez hastío o cansancio.
Cuando llamé su atención y me acerqué a él, me miró con el recelo propio del que siente que otro coñazo va a preguntarle cómo le va en la vida. Yo iba con Rafael Vílchez, que hacía de fotógrafo. Le dijimos que éramos periodista y que queríamos hablar con él. El niño dibujó un mohín de desinterés en su rostro y no dijo nada. A las cuatro o cinco preguntas que le hice, a todas luces simples y sin intención alguna, me contestó con monosílabos: Bien, sí, no y no sé.
Papel mojado
Desde aquella ocasión habían pasado 18 años. El Niño Lama, como todo el mundo lo llamaba, había decidido dejar definitivamente el monasterio. Yo regresé en enero de 2012 a Bubión para hacer un reportaje sobre cómo les había sentado la noticia de la decisión de Osel a los monjes que allí había. También quería saber qué pensaban los bubioneros sobre la drástica determinación de su paisano. Allí ya no quedaba nadie de la familia de Osel. Su madre se había separado de su padre y se había ido a vivir a Sevilla con François Camus, el descubridor de la reencarnación. Su padre, Francisco Hita, se había ido a vivir a Murcia con sus hermanos.
Así que me tenía que ceñir a testimonios de los monjes y de los vecinos del pueblo. Subí primero a la atalaya donde está el centro budista, a 1.600 metros de altitud. Cuando acaba la pista forestal y se puede aparcar el coche, empieza un sendero que lleva a O Sel Ling, el centro de meditación y de enseñanza budista que lleva años recibiendo a mucho que se buscan no se encuentran. Dicen que por allí han pasado famosos como el actor Richard Gere y que era un asiduo el cantante Nacho Cano. Son casi 30 cabañas individuales que de tener un cartel diría: "¡Atención! Gente meditando. Absténgase de dar la lata".
No existen esos rótulos, pero sí otros más educados que te conminan a que guardes silencio. Los únicos ruidos permitidos son el piar de los pájaros y los ladridos de perros. Cuanto menos se hable, mejor. Si se inclina la vista hacia abajo, se ven los tres pueblos del barranco del Poqueira. Si se mira hacia arriba se ve la cumbre nevada del Mulhacén, que hace de líder espiritual del paisaje.
-Él no ha dejado el budismo. Lo que tiene claro es que no quiere ser lama ni monje. Quiere ser padre y tener familia. Una cosa muy normal. Es una persona muy inteligente. Está buscando su proyección en la vida, de ahí que quiera conocer todo tipo de culturas.
Eso me dijo Anne Weenas, la responsable del centro, holandesa ella, que no parecía estar muy afectada por la noticia.
En Bubión conseguí el teléfono de Francisco Hita, el padre de Osel. Me habían dicho que llevaba viviendo una temporada con él en Murcia. Llamé al teléfono que me habían facilitado y hablé con Francisco, pero no con Osel. El padre me dijo que su hijo tenía alergia a los medios de comunicación porque se habían dicho muchas tonterías sobre él. Así que no quería hablar con ningún periodista.
-Mi hijo ahora es muy feliz. Desea pasar por una etapa de integración en la sociedad y crear un espacio propio de vida, observar sin sentirse permanentemente observado. Ha hecho fotografía, ha estudiado cine, escribe guiones... Está enriqueciendo su vida.
En el pueblo me dijeron que Osel había ido alguna vez que otra, ya con el pelo largo e incluso con una novia que se había echado. Allí le llamaban Joselín. Hablé con el alcalde el pueblo, Roberto Rodríguez; con su antiguo maestro, Antonio Martín, y con algunos amigos que habían jugado con él en la escuela. Todos creían que a Osel le habían robado la infancia. Descubrí que más que admiración, Osel inspiraba en su pueblo un poco de lástima. Nadie hubiera querido estar en su piel y todos pensaban que habría sido diferente si a ese niño se le hubiera dejado crecer en Bubión.
Ahora, cuando leo algo sobre Osel o alguien me habla de él, siempre de acuerdo de la voz de Carmen Gimeno alertándome de que en La Alpujarra había un niño en el que se había reencarnado un importante lama. Todo lo que vino después ha sido papel mojado, letra muerta.
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