La ayuda que viene del cielo

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Granada Hoy se sube al helicóptero de Salvamento Marítimo que opera en el Mar de Alborán para asistir en primera fila a un ejercicio de rescate de alto riesgo

La ayuda que viene del cielo
Rosa Fernández

02 de abril 2017 - 02:34

Granada/Miles de noticias relacionadas con la inmigración ilegal en patera de Granada llevan un nombre: Helimer. Estos helicópteros son los ojos de Salvamento Marítimo que desde el cielo localizan no sólo a los integrantes de estas embarcaciones, sino que también evacuan a tripulantes de barcos en casos de emergencia, rescatan a pescadores, deportistas o senderistas en lugares inaccesibles o por caídas al agua, entre otras muchas situaciones de SOS. Así que cuando ellos aparecen, más de uno ha exclamado que son una ayuda que viene del cielo.

Su función es más "quirúrgica" que la de los aviones de Salvamento Marítimo, pues existe una zona concreta a barrer. Su lema es "proteger la vida en la mar" y su misión actuar cuando se precisa una intervención inmediata y hay vidas en riesgo. Están preparados para ello y tienen que actuar en las condiciones que se presenten, tanto de día como de noche, las 24 horas al día, los 365 días al año.

helimerEs una tarea algo ingrata, pero la vocación de servicio sigue intacta

Hoy es la meteorología la que juega muy en contra. Las circunstancias son tan complicadas que la Salvamar Hamal se ha tenido que volver del Puerto de Motril, debido a la presencia de olas de hasta 5 metros. Los integrantes del Helimer ya cuentan con que el viento será muy fuerte, pero "luego las condiciones pueden dar alguna sorpresa, cuando estamos en el lugar de la operación", comenta el comandante de la aeronave, Ignacio Hernández Alarcó.

A las 09:30 horas ha comenzado su servicio el equipo formado por el mencionado mando, el copiloto David Monge, el operador de grúa Juan Belíjar y el rescatador Francisco Manrique. Después ha tenido lugar un briefing en el que se han expuesto todos y cada uno de los detalles a tener en cuenta. Todo está calculado y tiene que ir al milímetro. La precisión es fundamental en un trabajo como éste, en el que su principal cometido es salvar vidas, humanas, pero también relacionadas con el medio ambiente en el agua, uno de sus cometidos quizá menos conocidos.

Nos dan la bienvenida y nos tratan con la misma amabilidad y cortesía que lo hacen entre ellos, lo cual ya dice mucho de su calidad humana. El equipo está muy bien engranado y eso se nota. Asistimos al briefing, que se desarrolla con total armonía, aportando cada uno su parte.

El ejercicio consiste en rescatar a una persona que se encuentra en una zona de acantilados. Hoy se trata de un figurativo, pero por ejemplo el pasado mes de noviembre en Almuñécar el rescatado era una persona real y fue un equipo del Helimer el que salvó la vida en la Punta de la Mona a un fotógrafo que se arriesgó a acceder a la zona de Piedra Lisa por tomar unas instantáneas. Muchas veces se trata de accidentes, pero también de imprudencias.

Después de mil comprobaciones, el helicóptero despega de manera tan suave que apenas nos damos cuenta cuando ya estamos en el aire. La tripulación se preocupa en todo momento de que estemos seguros, cómodos y conectados por auriculares con ellos, aparte de que podamos desarrollar nuestro trabajo. Nos advierten de que en un determinado punto el viento "pegará" de manera que vapuleará la aeronave, a pesar de que ésta pesa 7 toneladas. La fuerza de la naturaleza es brutal y, en este caso, saben también aprovecharla para que ayude al helicóptero a avanzar. Para estos pilotos con tantas horas de vuelo no representa ningún problema, aunque son conscientes de su responsabilidad. Cualquier pequeño fallo, y caeríamos al agua en segundos.

A pesar de su dilatada experiencia, se masca la tensión durante la operación. Todo tiene que salir a la perfección. El control de la máquina es fundamental, que se tiene que acercar lo más posible al punto en el que está el supuesto herido y fija su posición de cara al viento, de unos 80 kilómetros por hora. El rescatador, Francisco, desde el primer momento ha establecido contacto visual por la ventanilla, lo cual suele tranquilizar a la persona que se encuentra desvalida abajo. Se abre la puerta y el operador de grúa, el veterano Juan y el atlético Francisco demuestran mediante pequeños gestos la consonancia que existe entre ellos.

El rescatador comienza a bajar y toma contacto con el suelo. Todo esto es narrado por Juan, pues el piloto no puede perder su punto de referencia visual. Francisco, antes de poner un pie en el suelo, coloca un objeto que descarga la energía estática de la que se ha cargado al bajar.

Las olas de 5 metros mojan al rescatador, a pesar de estar en una roca, e incluso chapotean al helicóptero. El viento es impresionante. Baja el figurativo (un muñeco con el peso real de una persona). El rescatador informa, pues continúa conectado en todo momento por el walkie de su casco, valora y actúa. En este caso no será necesaria una cesta para subir al 'afectado'. Comienza el ascenso, primero del figurativo, luego del miembro del equipo. Todo ha salido a la perfección y es como si un pequeño soplo de alivio se nos escapara a todos. La puerta se cierra, pero el brutal viento sigue fuera.

Los pilotos saben, por experiencia, el punto exacto donde de nuevo tendrán que luchar contra él de manera más brava. La torre de control incluso aconseja realizar una rotación debido al fuerte viento, antes del aterrizaje. Éste se desarrolla de la misma manera tan suave como se inició.

Mientras que el potente ruido de las hélices va disminuyendo, el equipo realiza las comprobaciones finales. Después llegará el debriefing (reunión posterior de análisis de la misión) y las tareas burocráticas. Tras doce horas de servicio, volverán a sus vidas, en la que las personas que les ven de paisano no se imaginan que se juegan la suya propia a diario para proteger y salvar la de los demás. Es una tarea algo ingrata, sin embargo, después de tantos años, "la vocación de servicio sigue manteniéndose intacta", señala el comandante. "Nuestro trabajo es bastante desconocido", comenta el rescatador, "pero dedicarte a lo que te gusta hace que tú seas feliz y que los de alrededor también estén felices y la satisfacción que nos llevamos a casa después de haber salvado a alguien, ningún otro trabajo no te lo daría", concluye.

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