Bar Aliatar, cuando la tradición se sirve en un bocadillo
El ADN de Granada
Los emparedados los popularizó Salvador Peña tras la crisis alimenticia provocada por los años del hambre
El negocio tiene ya tres locales y está en la tercera generación
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Aliatar, que fue un general musulmán, alcaide de Loja y suegro de Boabdil al estar éste casado con su hija Morayma, en Granada ha dado nombre, que yo sepa, a una plaza, una calle, dos negocios de hostelería, una agencia de viajes y un cine que ahora es una discoteca. Aliatar era un tipo duro y noble que luchó junto a su yerno para defender el reino nazarí. Pues bien, ese fue el nombre que eligió en 1947 Salvador Peña Palacio para ponérselo al bar que abrió en la calle Recogidas, justo enfrente de la iglesia de San Antón. Era un bar modesto que poco a poco fue olvidándose de los cafés y los vinos para dedicarse a los bocadillos. Hoy esos emparedados se han convertido en una tradición en la capital de la Alhambra. Hasta tal punto que se dice que uno no es granaíno si no se ha comido, al menos una vez, un bocadillo del bar Aliatar.
Hay un camarero en el local de la calle San Sebastián que siempre que entro y le preguntó cómo está, me suelta una frase de libro: “Tengo una crisis que administrándola bien me durará toda la vida”. “¿Tu crisis es moral o económica?”, le pregunto yo. “Las dos”, me responde él con una gran carcajada. Luego me pone mi botellín de cerveza y mi bocadillo de alcachofas con mayonesa y anchoas, mi favorito.
La historia de este negocio comenzó cuando Granada empezaba a salir de la crisis provocada por los llamados ‘años del hambre’, entre 1943 y 1946. Estaba tan mal el tema en Granada que los periódicos Ideal y Patria publicaban regularmente una circular de Abastecimientos y Transportes que decía en sus dos primeros puntos que se prohibía en hoteles, restaurantes, pensiones, tabernas, cafés y establecimientos similares “la ostentación en escaparates de artículos alimenticios en proporciones tales que constituyan un alarde de abundancia”. También se prohibía “la freiduría, asados y cocinados en general a la vista del público de la calle, desde los referidos establecimientos”. Todo para evitar que los hambrientos se ahogaran al hacérseles la boca agua o se desmayaran en plena calle ante estas visiones. Estaba tan mal la cosas que la gente le disputaba la alfalfa a los conejos, las bellotas a los cerdos y las algarrobas a los caballos. En cuanto a los niños, ni siquiera sabían que existían los verbos desayunar y merendar, como decía Gila. Luego vendrían años peores, como 1944 y 1945, los de la ‘pertinaz sequía’, pero Granada ya se entrenaba para pasar el hambre más atroz imaginada.
En 1947, comenzó a cambiar la cosa. En Granada se da un acontecimiento importante: nos visita Evita Perón. La mandataria argentina estuvo en la capital solo veinticuatro horas, pero dieron la impresión de que habían sido muchas más. Los munícipes granadinos hicieron lo posible para que la pobre Evita no descansara ni un momento. Solo faltó llevarla al Aliatar a que se comiera un bocadillo. Franco había dado orden al Ayuntamiento de que hiciera lo posible porque la esposa del presidente argentino Juan Domingo Perón se encontrara a gusto con nosotros. Sería una de las maneras de darle las gracias a Argentina por los barcos de trigo, huevos y de carne que nos enviaba durante la posguerra y sin hacer caso del bloqueo impuesto por la ONU. Argentina y Portugal fueron los únicos países que se pasaron por el forro de los pantalones el bloqueo económico a España que impuso la Organización de las Naciones Unidas. Por eso, para los españoles los argentinos eran esos amigos que nos estaban ayudando en las dificultades. Ese año los granadinos también lloraron por la muerte en Linares de Manolete, cuya novia, Lupe Sino, veraneaba en el balneario de Lanjarón cuando sucedió la tragedia.
Un visionario
Pero bueno, a lo que íbamos. Ese año de 1947 los granadinos celebraron dos acontecimientos que harían de sus vidas más placenteras y duraderas. El primero fue la posibilidad de beber cerveza, pues su consumo había estado restringido durante un tiempo. La cebada que se cultivaba o la que mandaban los argentinos no podía utilizarse para otra cosa que para comer. Eso sí, se podía beber a 1,5 pesetas la caña. Un dineral para los bolsillos de entonces. Un sitio en donde se podía tomar esa caña era el popular bar Aliatar, que, como digo, abrió sus puertas ese año enfrente de la iglesia de San Antón, en la calle Recogidas. Lo abre Salvador Peña Palacios, un visionario, pues creyó que para que calmar el hambre de la gente menos pudiente había que popularizar sus bocadillos. Salvador Peña era de Alhama de Granada, pero se vino con su familia a la capital. En 1957 trasladó su negocio a la calle San Sebastián, muy cerca de las plazas del Carmen y Bibarrambla. Fue allí donde se dedicó con más ahínco a poner en práctica la idea de que un bocadillo puede saciar el hambre sin maltratar el bolsillo. Dejó los desayunos y las tapas y se dedicó a los emparedados. Implantó los tamaños: el grande, el pequeño y el mediano. Al morir Sebastián, se ocuparon del negocio sus hijos Francisco y Salvador. Y al morir el primero su esposa Paquita fue la que quedó como responsable del negocio. Hoy quién lo lleva es el bisnieto del fundador.
En cuanto a los bocadillos, la carta los divide en dos: fríos y calientes. En una carta de los años cincuenta se encontraban hasta bocadillos con huevo hilado y huevas. Aunque los que más se vendían eran el perrito (o perro), el de habas con jamón y el de alcachofas con mayonesa. A finales de los ochentas el local puso una plancha y en ella se prepara el San Francisco y el Montijano, otros dos clásicos del negocio. Este último compuesto por lomo de cerdo, beicón y pimiento verde. En 2011 abrieron un segundo local, en la calle San Antón. Ante el gran éxito del nuevo espacio, en 2020 abrió un tercer local en la zona de Caleta. En el 2022, coincidiendo con el 75 aniversario del bar, los dueños organizaron un concurso en el que todo el que quisiera podía crear un bocadillo y presentarlo. Al ganador se le dio un premio y su bocadillo se incluyó en la carta. Ganó la propuesta que presentó el restaurante El Gallo de Nívar. Así se incluyó el nivero, compuesto de chorizo desmigado y queso.
En cuanto a la gente famosa que ha pasado por allí, los dueños han dicho que Yul Brinner era uno de sus clientes más fieles cuando venía a Granada a participar en el rodaje de alguna película. También hablan de que allí han comido bocadillos Henry Fonda, Joaquín Sabina, Lola Flores, Butragueño o Fernando Romay, entre otros. Y, por supuesto, todos los granadinos o los que han vivido en Granada. Muchos foráneos que fueron estudiantes en la capital de la Alhambra recuerdan los bocadillos del Aliatar. Al probarlos de nuevo recuperan (tal como la magdalena de Proust) el sabor de su juventud.
Lo dicho, la tradición hecha bocadillo.
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