La 'belle époque' granadina

Triunfó en París, fue recibida por el zar y el Papa, deslumbró a Granada en su landó y murió medio olvidada en Santa Fe

15 de marzo 2009 - 01:00

En el escenario parisiense del Empire una bellísima joven ataviada de plumas y crinolinas canta Miss Bouton d'Or. Es la noche de su debut y hay en el público expectación por conocer a La Tortajada, nueva en la plaza. De entrada, su belleza de mujer andaluza ha impresionado a los espectadores. Pero cuando la española levanta una auténtica marea de delirio es en el número de baile que sigue a su aparición. Cuando enmudecen las guitarras la sala puesta en pie aplaude y grita: "¡Tortajada! ¡Tortajada…!". Su verdadero nombre era Consuelo Tamayo. Tortajada era el apellido de su marido y su adopción respondía a esa inveterada costumbre del mundo del music-hall y de las varietés de escoger un nombre artístico original y sonoro. Sabido es que más que en el arte de aquellas figuras de la Belle Époque, importaba la fascinante y arrolladora presencia de la divette. La Tortajada cumplía cabalmente estos requisitos. Una mujer alta, de tez blanca, de pelo y ojos negros, de mirar incitante. Su morfología respondía al más acusado gusto de la época. Sus formas físicas eran de una orografía espectacular. Cintura afinada, hermoso escote y brazos bien torneados. El tipo de mujer que volvió loco aquel París, cuyos resplandores culturales y frívolos atrajeron a emperadores, reyes, grandes duques y magnates del mundo entero.

Cuando La Tortajada se presenta en el Empire de París, en 1882, tiene 15 años. El año anterior se había casado con el compositor catalán Ramón Tortajada, director del coro del convento de monjas, en Barcelona, donde se educaba Consuelo Tamayo. Descubrió en la adolescente corista una voz de excelentes registros y la animó a estudiar canto bajo la dirección del maestro Serra, en la ciudad condal. Más tarde dará clases de baile con el maestro Arriaza en Sevilla. Ramón Tortajada se dedicó a cultivar la mina artística que había descubierto en su alumna y, decidió explotarla. Bajo el señuelo de preceptor y protector, imagen paternal y amparadora de aquella adolescente de 14 años, la catapultó del convento a los grandes escenarios del mundo de las varietés. Con la complicidad de una hermana del músico, formaron el Trío Tortajada. Consuelo cantaba y tocaba la guitarra y la mandolina. Tras unas actuaciones en Barcelona y Madrid la convenció para que se dedicase a las varietés.

París era la meta para las estrellas del mundo. La adolescente Consuelo no sabía gran cosa, pero su marido sí. Para su presentación en la Villa-Luz le compone Miss Bouton d'Or y la disfraza de vedette, con innecesarios corsés, sujetaligas, plumeros, pieles… Y nace La Tortajada. El empresario catalán Oller, creador en París de espectáculos de una magnificencia inusitada como el Nuevo Circo, las Montañas Rusas, el Moulin Rouge y el Olympia, contrató a La Tortajada, tras su restallante debut en el Empire, y su nombre fue pronto famoso en estos célebres escenarios. Fascinaba su juventud y su belleza, y entusiasmaban sus bailes y la cadencia de su voz andaluza. En poco tiempo su nombre se situó entre la media docena de figuras que se disputaban el centro parisién del music-hall. Su imagen ilustró en 100 diferentes imágenes las colecciones de postales, en donde la hermosa mujer iniciaba un strip-tease con un mantón de Manila. Por dos veces consecutivas dio la vuelta al mundo, actuando en los escenarios más célebres de Inglaterra, Berlín, Bélgica, Suiza, Italia, Rusia, Norteamérica, Transvaal… Fue recibida, agasajada y condecorada por el kaiser Guillermo II y el zar Nicolás II, e incluso el Papa Pío X le concedió una audiencia privada, y es que para las gentes devotas del espectáculo suponía un refrendo, algo así como la garantía del perdón de sus pecados.

¿Cuál era el arte de esta mujer para cautivar a públicos tan heterogéneos? En la biografía de La Bella Otero, de Arthur H. Lewis, se lee: "Cuando terminan los noventa, escribía Wilson Disher, en Music Hall Parade que el Alhambra se convirtió en meta para estrellas del mundo entero. Dos estrellas españolas oscurecían a todas las demás. Una fue la señorita Consuelo Tortajada, que cantó y bailó en el Alhambra durante muchos meses y la otra, todavía más renombrada, fue La Bella Otero. La Tortajada, una belleza esbelta, había trabajado tras La Bella en Koster & Bial's y la había precedido en el Alhambra. A diferencia de la Otero, esta bellísima española cosechaba triunfos de la crítica donde quiera se presentase y al parecer restringía sus actuaciones sólo al escenario".

El 1 de junio de 1901 reaparecía La Tortajada en el londinense The Alhambra, con la opereta melodramática en tres actos Los Contrabandista. Cantaba: "Tus ojos son ladrones/, Que roban y hurtan/, Tus pestañas el monte/, donde se ocultan". El diario Encore decía: "Nuevos giros se han introducido en The Alhambra. El más notable de ellos es La Bella Tortajada, la encantadora y completísima bailarina española que ha deleitado en anteriores ocasiones al público de Mr. Slater Dudas. Posee una extraordinaria voz que la emplea maravillosamente en la Aria de Contrabandista y Aria al sol y otras canciones. Aún más, hemos de destacar que posee una fuerza dramática grande que la hace maravillosa en la expresión de la pena, de la pasión, del odio y la desesperación. La opereta ha sido magníficamente presentada en escena por Mr. Phillip Wowden, con música de Ramón Tortajada, de gran fuerza artística descriptiva, considerándola como la mejor obra presentada en The Alhambra". Todos los periódicos ingleses enaltecieron el arte de La Tortajada.

La fantástica proyección de La Tortajada originó toda suerte de leyendas. Un día los periódicos publicaron que había sido raptada y llevada a África por un príncipe zulú. Otra vez que había sido asesinada por un príncipe vienés en Nueva York.

En uno de sus viajes a España, Carmen de Burgos, Colombine, la entrevistó para su libro Confidencias de Artistas. La escritora pudo comprobar que no era fantasía, sino que sus aventuras exóticas y sus peripecias novelescas eran auténticas.

La Tortajada en sus viajes a España visitaba siempre Granada. Pero tan sólo una vez, en febrero de 1906, accedió a actuar ante sus paisanos. Fue en el teatro Cervantes, en una función destinada a fines benéficos. La artista puso como condición que la mitad de los ingresos fuesen destinados a las gentes pobres de Santa Fe.

Durante una de sus estancias en Granada murió la madre de la artista. Parece ser que, en su lecho de muerte, le hizo prometer a su hija que abandonaría el teatro, pues para la virtuosa señora era estar en pecado mortal. La Tortajada decidió abandonar las tablas y la artista pasó de la frivolidad de la vida teatral a un período de agudo misticismo.

La Tortajada eligió Granada para su retiro. Pero no una celda precisamente. Consuelo Tamayo no podía vivir lejos del lujo y la fastuosidad. Adquirieron un palacete árabe, que el gran actor granadino Francisco Fuentes se había hecho construir en la plaza Mariana de Pineda. Colombine nos deja esta descripción: "La casa de La Tortajada es una reproducción del palacio de Alhamar. Están allí sus salas de muros calados y azulejos, sus miradores y ajimeces, sus jardines construidos en el primer piso y poblados de mirtos, arrayanes y cipreses".

El catalán emprendedor que latía en el músico Ramón Tortajada estableció un servicio de viajeros por carretera, de Granada a Motril. Se llamaba Compañía de Automóviles Tortajada, y tenía su sede en la misma plaza de la Mariana. El GR-13, un Argus, de cuatro cilindros y 40 HP, tipo ómnibus, de la citada compañía, era matriculado el 7 de mayo de 1907. De la misma marca eran los GR-14, el 15 y el 16, el 17 era un Arbent y el 19 un Cyklan. Los coches tardaban en llegar a Motril 7 horas en un recorrido de 80 kilómetros. El servicio era diario. Los viajeros pagaban de Granada a Armilla una peseta, hasta Lanjarón cinco, en segunda clase, y siete en primera. Estos primeros automóviles, que empezaron a sustituir a las diligencias, no constituyeron de inmediato un serio peligro para el transporte tradicional. Al principio las gentes tenían toda clase de reservas para aquellos bólidos. Pero este negocio "a la europea", como anunciaba la publicidad, fracasó en Granada.

Ramón Tortajada dirigía gratuitamente la Escuela Municipal de Música. Y, algunas tardes solía recalar en el café Alameda, en la plaza del Campillo, contigua a su casa. En este café estaba la tertulia de El Rinconcillo, que formaba los jóvenes intelectuales de Granada, entre ellos: Federico García Lorca, Melchor Fernández Almagro, Manuel Ángeles Ortiz y José Fernández Montesinos.

José Mora Guarnido, en la biografía dedicada a Lorca años después, evoca la presencia de Ramón Tortajada entre ellos. El músico catalán solía amenizar las veladas sentándose al piano. Otras veces les contaba sus aventuras y sus éxitos de músico al lado de su mujer por las cortes europeas. Mora Guarnido le llama "maestro de la alta picaresca artístico-galante" de La Tortajada. Hasta que un día desapareció el compositor del palacete árabe de la plaza de Mariana de Pineda y, con él, se fugó la cocinera, llevándose parte del tesoro de su mujer. La Tortajada siguió viviendo en su palacete árabe, convertida en una señora devota y burguesa. En un landó tirado por los potros más hermosos de Granada iba a misa a la Virgen de las Angustias y paseaba su espléndida belleza morena, cubierta de soberbias joyas, como una reina destronada, bajo las miradas pasionales de los granadinos. Era un monumento viviente, ornato de la ciudad, y de su plaza de toros. El Defensor de Granada, de 7 de octubre de 1911 informaba: "Un aristócrata granadino ha ofrecido el carruaje que mañana conducirá al circo taurino a la bellísima Tortajada encargada de presidir la función".

Con el tiempo La Tortajada se convirtió en doña Consuelo. Iniciado el declive de su juventud, invulnerable al desengaño, abrió la jaula dorada de su casa al amor de un hombre joven que, como pájaro depredador, acabó de dilapidar su fortuna. En las manos de la artista quedaron tan sólo las pruebas de su fastuoso pasado: fotos, cartas, programas, condecoraciones, recortes de prensa… Sus familiares, buenas gentes de Santa Fe, le abrieron las puertas de su modesto hogar, donde doña Consuelo tuvo una vida larga y sosegada, tan larga que, cuando murió en 1957, muy pocos se acordaban de ella. Su nombre era un recuerdo deslumbrante de la Belle Époque. Consuelo Tamayo vivió rindiendo culto a su pasado esplendor físico. No se resignó a perder su belleza. Los parientes que la cuidaban nos contaron que nunca supieron su edad. Incluso cuando era ya una anciana, jamás se dejó ver sin maquillar. Su compostura personal era un rito cada mañana. Varada en el recuerdo de su fulgurante pasado, acabó sus días en Santa Fe. En su pequeño cementerio tuvo reposo aquel cuerpo de arrebatadores perfiles, que tantas pasiones había despertado en las cortes europeas.

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