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Ayer y Hoy
Granada/Corría el año 1894 y hay que situarse lógicamente en la época en la que el concepto de infidelidad matrimonial era solo aplicado a las mujeres. No sé si ha cambiado mucho la cosa en 2019. Porque veo que, en algunos aspectos, entre ayer y hoy tan solo media una conjunción copulativa.
Igual que hay hombres muy cabrones, también hay de vez en cuando mujeres muy cabreras. Conocida en el barrio por sus frecuentes devaneos, la cabrera Nicolasa Adarve, muchacha bien parecida pero algo coquetilla, estando casada con el sepulturero apodado el Misales del que se separó después, sufrió las murmuraciones de los vecinos que la veían con unos y con otros.
Ocurrió que, llevando Nicolasa sus cabras por cerca del puente del Genil, un cabrero que conocía sus salidillas le dijo: “Aquí llevo tres duros pa gastármelos contigo”. Otro cabrero entrometido medió en la conversación con estas palabras despectivas que maldita la gracia que le hicieron a la albaicinera: “Yo me los gastaría con una jembra, y no con una tía como esa”. Nicolasa, puesta en jarras y palmeando su muslo, juró y perjuró a gritos, entre votos y blasfemias, que se vengaría de aquella grosería y no se le ocurrió otra cosa que contárselo a su padre apodado el Capón, que al enfrentarse al cabrero recibió de este una puñalada mortal.
Al poco Nicolasa cambió de marido. Al volver de la mili en Melilla su nueva pareja, Antonio Jiménez, vecino de la calle del Agua, fue advertido por familiares y amigos y sobre todo por su cuñada Carmen, vecina de la casa de al lado y con indiscretos visillos en las ventanas, que la tal Nicolasa le había sido reiteradas veces infiel con medio barrio. Nicolasa indignada citó a la Carmen y cuando la tuvo cerca le dio tal paliza de golpes y patadas que hubo de ser ingresada malherida en la Casa de Socorro con contusiones en la cara y con un ojo casi saltado.
Cuando su cuñado Cecilio Jiménez fue a pedirle explicaciones, Nicolasa sacó una faca, le asestó varias puñaladas en el pecho y por poco lo mata. Hubo de ser ingresado en el Hospital de San Juan de Dios. Luego ella misma dentro de su habitación se cortó la mata de pelo, se desgarró la ropa y salió gritando que el tal Cecilio la había maltratado. Aún así, y a pesar de las murmuraciones callejeras, su nueva pareja seguía viviendo con ella mientras las comadres del barrio aseguraban que Nicolasa mantenía a su hombre hechizado gracias a unas drogas o bebedizos malignos que le añadía al café.
A las puertas de su nueva casa en la calle Real de Cartuja se concentró el barrio pidiendo justicia, gritando ¡a matarla! y que la sacasen a la calle para arrastrarla. Los guardias que custodiaban la vivienda tuvieron que desenvainar sus sables para aplacar al gentío. Al final Nicolasa fue arrestada y conducida a prisión por orden del juez. Se presentó en la cárcel llevando en los brazos un hijo de pocos años. No se dice el nombre del padre.
En aquella Granada del siglo XIX era difícil escapar de las murmuraciones de vecindonas y lenguas de doble filo, pero, creyendo que el tiempo ha pasado y hemos avanzado algo, nos sorprende que la sociedad moderna del siglo XXI haya cambiado los visillos de la ventanas indiscretas por las cutres y chismosas redes y canales.
Un siglo después, la entonces criticada cabrera Nicolasa Adarve se hubiera puesto rica concediendo horteras entrevistas a los periodistillas de pacotilla en cualquier revistilla o asistiendo por las tardes, a eso de las 5, a cualquier plató vociferante y pinturero de la televisión barriobajera. Flaco favor haría a las mujeres. ¡Vamos bien!
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