Cájar, un pueblo 'fantasma' rodeado de chalés
Los habitantes del municipio tienen unos ingresos medios de más de 27.000 euros Alrededor de 5.000 personas conviven en una zona plagada de urbanizaciones
De un extremo al otro de la provincia. El silencio de Cájar solo se rompe cuando el campanario marca las horas en punto. Algún que otro coche cruza de paso el casco urbano del municipio. Son las 11 de la mañana y el centro está vacío. Sus poco menos de dos kilómetros cuadrados de extensión lo hacen uno de los pueblos españoles con menor superficie. Aquí, en la provincia, ostenta otro reconocimiento: ser el pueblo con la renta media más alta de Granada. 4.900 habitantes con unos ingresos anuales medios por encima de los 27.000 euros. Sin embargo, una vez allí, el panorama no se asemeja al de un pueblo 'rico'.
La entrada al pueblo (situado en la Vega granadina y limítrofe con La Zubia, Monachil y Huétor Vega) da una idea de lo que fue y lo que es actualmente esta pequeña localidad en la que las nuevas construcciones han ido variando el paisaje a marchas forzadas. La bajada en pendiente que lo atraviesa conduce hasta una plaza en la que el termómetro marca los 32 grados. "Me gustaría ver al señor que haya hecho ese ranking", exclama un vecino nada más llegar.
El Ayuntamiento se erige ante un gran chalé puesto en venta. Dentro de él, el movimiento es escaso. Advierten de que la visita será tranquila. El plano del municipio, situado a solo 7 kilómetros en coche del centro de la capital, está lleno de publicidad con empresas de la zona, aunque la mayoría echaron el cierre años atrás: "Ésta no existe, aquella tampoco, esas no están en el pueblo y ésta la han vendido". Cájar es pueblo dormitorio. O dormido, según se vea.
En el casco antiguo del municipio, el único bar que reunía a sus vecinos echó el cierre hace años. A pocos metros de allí un par de negocios cuelgan desde hace meses el cartel de 'Se vende'. El único pequeño comercio que aún se sostiene alberga en su interior una gran cantidad de artículos. Allí se amontonan libros, revistas, objetos de decoración, papelería y un amplio surtido de refrigerios. Es un bazar de los de toda la vida.
Carmen reconoce estar agotada. Regenta el negocio que heredó de su madre hace más de 30 años. Sobrevive a regañadientes en una época complicada. El sector del pequeño comercio del municipio ha padecido los efectos de una crisis que ha dejado en la estacada a la clase obrera. Del total de vecinos, solo 1.645 están afiliados a la Seguridad Social (un 33,5%) y de estos solo 356 son autónomos como Carmen: "Me echo a temblar cada vez que llega el pago", admite preocupada, aunque después se ríe.
Le ha propuesto a su hija quedarse con el negocio cuando a ella le fallen las fuerzas, aunque ésta se niega a aceptar el encargo: "Tendremos que echar el cierre, qué remedio". Su local está justo al lado del Ayuntamiento, del que no quiere ni oír hablar. Pese a ser un pueblo con una renta holgada, la situación política del municipio no está exenta de dificultades. La riqueza no se refleja en las arcas municipales. "Prometieron que ayudarían al pequeño comercio y al final, como los anteriores, nos han dejado tirados", afirma con pesar Carmen. Su opinión representa el sentir general del municipio. Los vecinos creen que los grupos municipales han estado más preocupados por ocupar la silla de la Alcaldía que por mejorar la situación del municipio.
El PSOE gobierna desde las últimas elecciones municipales en estricta minoría tras el pacto que acordaron con Ganemos (unión entre IU y Podemos). La confluencia, en declaraciones a Granada Hoy, ha expresado su rechazo a la actitud autoritaria de la actual regidora, la socialista Ana María García Roldán, la que, según se quejan en la formación, les empezó a retirar responsabilidades hasta que acabó por romper el acuerdo de gobierno. El pasado viernes se celebró el último pleno en un entorno político que se ha tornado hostil: "Repiten el patrón del gobierno del PP. Las fiestas que se costean con dinero público son las mismas de antes. Lo que ha cambiado son los asistentes", cuenta Pablo Beltrán, concejal de Urbanismo que en su día denunció que el gobierno socialista le había retirado competencias.
Este periódico ha intentado ponerse en contacto con ninguno de los tres concejales socialistas que manejan un Consistorio al que se le reclama una mejor atención vecinal: "Queremos que cuando una farola falle la arreglen. Solo pedimos que nos tengan en cuenta", explica un vecino a pie de calle, "Llevamos años exigiendo mejoras urbanísticas". ¿Quién maneja entonces el capital? La respuesta está en las alturas.
La zona más alta del municipio, Bellavista, está plagada de centenares de viviendas colosales dispuestas una sobre otra. El perfil del comprador es el de abogados, profesores o médicos que buscan en la zona la tranquilidad de la Vega para escapar del bullicio de la ciudad. Muchas de ellas son segundas viviendas y otras son utilizadas durante el resto del año como ciudad dormitorio: "Dormir sin consumir", explican.
Sólo 456 de sus habitantes están en paro, según datos de 2015. La cercanía del centro con la capital es su atractivo principal, aunque no el único. Sus vistas privilegiadas y una continua tranquilidad se suman al encanto del pueblo. En la zona conviven dos colegios, uno de ellos privado y otro público. Además, cerca del centro se levanta una gran residencia de ancianos, algo que restringe aun más la actividad del pueblo. "Aquí la población está muy envejecida. Contamos además con tres conventos, por lo que es normal que no veáis mucho movimiento por las calles", argumentan desde el Consistorio. Los lugareños del pueblo lo conocen por su actividad religiosa como 'el pequeño Vaticano'.
A esto se suma el hecho de que la gran mayoría de los residentes activos hacen vida en la capital, cerca de sus centros de trabajo, mientras que acuden a Cájar en busca de suelo a un precio bastante más asequible. La burbuja inmobiliaria generó un aumento considerable en la construcción de viviendas, lo que también contribuyó a aumentar la riqueza de sus vecinos. El desenlace es de sobra conocido.
Las grúas de obra forman parte de la ornamentación del municipio. Las viviendas que aún estar por construir junto a las que están en venta incrementan aún más la sensación de un pueblo deshabitado: "Muchos de estos chalés llevan meses en las inmobiliarias", señala unos de los vecinos en la calle España, una de las principales arterias urbanas del pueblo. En ella se concentran un par de cafeterías y otros tantos restaurantes. Son las dos del mediodía y en el salón del bar de Cándido no hay ninguna reserva para hoy.
Marta prepara un par de tapas a los cuatro clientes que en ese momento toman algo en el interior. "La cosa está floja", advierte desde el comienzo. Heredó el bar después de que su madre se jubilase y ahora tiene que hacer malabares para llegar a fin de mes. Su marido trabaja en la construcción y la crisis les afectó de lleno al igual que a muchos de los vecinos que se enriquecieron en pleno 'boom'.
Durante años, la construcción dio aliento a muchos de ellos: "Cuando uno cae, caen todos los demás. Las obras pararon y se dejó de construir de un día para el otro", explica. "Teníamos lleno el restaurante pero ahora la gente no pasa por aquí". En lo que va de mañana Marta ha puesto solo tres tostadas. "Es una pena, pero ésta es la realidad que se vive en el pueblo". Pese a todo, confía en que la situación mejore y pone su esperanza en que el sector repunte pronto: "Ya se empieza a escuchar de nuevo el ruido de las obras". La actividad parece estar recuperándose, aunque la competencia ahora también es mayor. "Muchas manos para poco trabajo", señala Marta.
Cájar encierra la calma de un pueblo modesto. Su riqueza se acumula en las urbanizaciones de la zona. De puertas para afuera, el pueblo dormita a la espera de un cambio de rumbo que sanee sus engranajes. El campanario de la iglesia marca ya las cinco de la tarde. Se acaba el viaje.
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