El camarín de la Virgen del Rosario, una joya arquitectónica que casi nadie conoce
A pesar de haber sido construido hace casi tres siglos y de ser un espacio muy singular y mágico, aún no ha sido pasto del turismo
El almirante granadino Álvaro de Bazán se llevó la imagen de la copatrona de Granada a la batalla de Lepanto y cundió la idea de que se había ganado a los turcos gracias su intervención
La Torre de la Vela y su campana multiusos
Sorprende enormemente lo desconocido que es para los granadinos (para la inmensa mayoría) el camarín de la Virgen del Rosario, una de las joyas arquitectónicas más importantes del llamado Barroco Iberoamericano. Y sorprende que no haya colas diarias de turistas en su puerta parecidas a las que hay para ver la Capilla Sixtina romana. Tal vez me haya pasado con esta última comparación, pero estoy convencido de que si este camarín viniera en las guías de turismo o entrara en ese circuito en el que los viajeros se afanan por ver cosas, veríamos reatas de visitantes esperando entrar en el recinto que sirve de morada a la Virgen que ayudó a Álvaro de Bazán a vencer a los turcos en esa famosa batalla en la que se quedó manco Cervantes. Al estudioso José Antonio Palma, el hombre que más sabe sobre la Virgen del Rosario, le da mucha pena el que, a pesar de que en los dos últimos años unos cuatro mil granadinos han ido a ver el camarín, la inmensa mayoría aún no sepa ni donde está. “Yo creo que la gente no viene en masa porque no se conoce. Si se conociera, otro gallo cantaría”, dice con mucha convicción el investigador.
La Virgen del Rosario forma parte del ADN granadino. La devoción en enorme, ya que es patrona de más de un centenar de pueblos de la provincia. En la capital es copatrona. El fervor del pueblo hacia Ella hizo que el primer arzobispo de Granada, Fray Fernando de Talavera, fundara en 1492 una archicofradía y que los primeros mayordomos, faltaría más, fueran los Reyes Católicos, que acababan de tomar la ciudad. Al principio la cofradía estuvo vinculada a las casas más nobiliarias e importantes de la ciudad. El mismo historiador local del siglo XVII Henríquez de Jorquera escribe en sus anales: “…la misteriosa cofradía de Nuestra Señora Virgen del Rosario es servida de gente rica y noble de lustre, que celebran sus fiestas con grande ostentación y riqueza”. Pero poco a poco la devoción fue calando entre la gente más humilde, sobre todo cuando cundió la noticia de que la intervención de la Virgen del Rosario había sido decisiva en la victoria sobre los turcos en la batalla de Lepanto. Hoy hubiera sido una de esas fake news que inundan Internet, pero por entonces la gente estaba ávida de milagros.
Granada tuvo mucho que ver en esa contienda con el turco. Por lo pronto participó el llamado Tercio de Granada, que se había formado para combatir a los moriscos en La Alpujarra. Al frente del mismo estaba el accitano Lope de Figueroa. Pero es que uno de los almirantes que estuvo en la Liga Santa (coalición cristiana de repúblicas y monarquías europeas que el Sumo Pontífice había creado para responder a la creciente amenaza de los otomanos en el Mediterráneo), fue el granadino Álvaro de Bazán, que había nacido en las inmediaciones de lo que es hoy la plaza de Isabel la Católica. Álvaro de Bazán era todo un experto en la utilización de los galeones de guerra, además de ser el primero en utilizar por primera vez infantería de marina para realizar operaciones anfibias. Y nunca había sido derrotado. Un fenómeno. A Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz y gran amigo de los dominicos, se le ocurrió llevar una imagen de la Virgen del Rosario en su galera llamada La Loba. Por supuesto los granadinos que participaron en el enfrentamiento no dudaron en achacar la victoria a la intercesión divina de su patrona, por lo que desde ese momento se le llamó la Virgen de Lepanto. Desde entonces la iconografía de la imagen quedó ligada a la batalla. De hecho, en el siglo XVIII le construyeron el camarín que nos ocupa.
Pequeño palacio
Al camarín se entra por el pasaje llamado Cobertizo de Santo Domingo, que está pegado junto a la iglesia con el nombre de este santo y que alguien con buen tino la llamó ‘la catedral del Realejo’. El camarín, que se construyó entre 1727 y 1773 y que tiene varios departamentos, es una maravilla arquitectónica y una obra maestra de la decoración, una especie de palacete en cuya primera sala se pueden contemplar varios objetos, obras de arte y otros elementos alegóricos relacionadas con la citada batalla naval. Por ejemplo, hay una vitrina que guarda una pantufla de terciopelo que perteneció a Pío V. Los papas eran dados a regalar su calzado cuando había una ocasión que lo mereciera. Recordemos que en la Casa de los Pisa se exponen los zapatos rojos que pertenecieron a Benedicto XVI y que éste regaló a los Hermanos de San Juan de Dios. Pío V envió a Granada su pantufla en plan reliquia en agradecimiento de la intervención de la Virgen del Rosario en aquella victoria. Qué menos. También hay lienzos en los que se escenifican la contienda y en la techumbre hasta se pueden ver angelotes regordetes que portan arcabuces, siempre dispuestos a disparar al turco. También hay un fanal de una de las naves de Bazán.
El camarín está planteado como un pequeño palacio al más puro estilo francés. Según José Antonio Palma, sigue la estructura del propio Versalles. En su construcción intervinieron los mejores pintores, escultores y canteros granadinos de la época. No falta el mármol (extraído en Lanjarón) y el jaspe, materiales que la hacen más señorial y que están dispuestos como si fuera un esmerado trabajo de taracea. En cuanto a la imagen que está en el camarín, en la llamada sala regia, no es la misma que se llevó Álvaro de Bazán a Lepanto, sino otra de un imaginero desconocido que en 1628 fue revestida con un traje perpetuo de plata de martillo, piedras preciosas y esmaltes que sigue el patrón de las damas más destacadas de la corte de los Austria, a la vez que parece una armadura. El camarín en sí, precedido por un sol radiante que hay en el suelo, está decorado a base de espejos planos y curvos, pinturas, relieves y alfombras marmóreas. El resultado es espectacular. Por la cúpula del techo entra la luz natural a través de pequeñas ventanas. Te metes allí y parece que estás en otra época y en un lugar cercano al cielo, pues esa es la idea, sobre todo cuando tu mirada termina en el retablo de la iglesia, repletos de nubes y de muchos ángeles dispersados por todo el altar. Una pasada. Merece la pena ir a verlo. Ahora está cerrado por unas reformas que se hacen en su interior, pero abrirá en febrero.
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