La candidatura fugaz: un mes frenético
Granada 1976 | 50 años de la primera candidatura olímpica (Capítulo 2)
Granada se enteró por la prensa madrileña que optaba a ser ciudad olímpica
Los treinta días posteriores fueron un ir y venir de técnicos, políticos y federativos que se cortó, casi de raíz, cuando llegó noviembre
Granada/Viernes 26 de septiembre de 1969. Había pasado exactamente medio año desde que se habían desvelado los planes de desarrollo del Gobierno para Sierra Nevada, tan ambiciosos como caros. En el Palacio del Pardo se reunió el Consejo de Ministros de la dictadura de Franco. Manuel Fraga, titular de Información y Turismo, ponía sobre la mesa el empujón definitivo, la gran idea que iba a justificar la enorme inversión a realizar en la montaña granadina: presentar una candidatura española a los Juegos Olímpicos de Invierno de 1976.
Samaranch lo había logrado otra vez. Ya convenció a Madrid para que se presentara a los Juegos Olímpicos de 1972 y ahora había convencido al Estado nuevamente para que apostara por los de Invierno. “Samaranch tenía interés en promocionar los deportes de invierno en España y soñaba con unos JJOO aquí. Pero obviamente su prioridad era ver unos JJOO de verano en Barcelona”, estima el historiador Fernando Arrechea.
Así se enteró Granada
La primera mención en un medio granadino apareció al día siguiente, en concreto en el diario Patria: “España presentará candidatura a los JJOO de Invierno”, rezaba el titular, que con un breve texto añadía que la Secretaría General del Movimiento autorizaba al COE la presentación de una candidatura de España para la organización de los JJOO de invierno de 1976.
La información se extrajo de las actas del Consejo de Ministros, que se enviaban a todos los periódicos generalistas para que fueran publicadas. Sin embargo, aquel documento no hablaba de Granada de forma expresa.
No fue hasta las ediciones del domingo del Patria y del Ideal cuando Granada supo que iba a ser candidata a acoger el fuego olímpico siete años más tarde. En el diario de la prensa del Movimiento se hablaba de proyecto “redactado y estudiado con lujo de detalles”, aunque realmente eso no era tal que así, puesto que tanto el dossier existente como el proyecto de Ciudad Olímpica no estuvieron listos hasta octubre y noviembre de ese año. Se destacaba la “seguridad” de tener “nieve abundante muchos meses del año”, y establecía unas fechas para la celebración de los Juegos entre febrero y marzo de 1976.
En el periódico católico se era más escéptico. Su titular iba entre interrogaciones (“¿Granada hacia la Olimpiada Blanca?”) y se preguntaba de forma retórica si la ciudad no era la ubicación idónea para los Juegos. “Merecería la pena”, se respondía. Destacaba como puntos a favor las “nieves perpetuas” de la cordillera, la celebración de estos Juegos “en ciudades no excesivamente grandes” como Chamonix, Garmisch-Partenkirchen, Saint-Moritz o Innsbruck, y otros intangibles que tampoco suele valorar el COI como la “tradición, la belleza del paisaje, y la tranquilidad”.
La prensa vendió este anuncio como una oportunidad de Granada mejorar comunicaciones, como acelerar las obras del aeropuerto, actualizar las carreteras y modernizar las redes ferroviarias, además de crear complejos urbanísticos, atraer inversiones millonarias y, sobre todo, completar las instalaciones en Sierra Nevada. Quedaba meridianamente claro: los Juegos eran la excusa para materializar los ambiciosos proyectos del Gobierno franquista con la estación.
Con sorpresa
La actividad fue frenética aquel fin de semana. Gobierno Civil, Diputación y Ayuntamiento enviaron el mismo viernes telegramas de agradecimiento a Fraga y a Samaranch, pero sobre todo al dictador Franco y a su mano derecha, el almirante Carrero Blanco. En las instituciones de la provincia, el anuncio pareció coger casi de sorpresa. Todos los movimientos parecían orquestados desde Madrid y la dialéctica de los políticos granadinos así lo dejaba entrever.
Emilio Martínez-Cañavate, presidente de la Diputación provincial, ofrecía días más tarde el apoyo de la institución a la candidatura porque “la corporación no puede estar ausente”. Aprobación sin fisuras en el pleno, al igual que en la Cámara de Comercio, que también mostró su adhesión a la tentativa y pidió que se “multipliquen las gestiones necesarias para que tan magno acontecimiento sea concedido a España”.
El Ayuntamiento de Granada tardó exactamente una semana en pronunciarse de forma oficial. Durante el pleno ordinario de cada, el alcalde José Luis Pérez-Serrabona ofreció la colaboración del Consistorio ante la “gran responsabilidad” de acoger la “Olimpiada Blanca” y agradeció al Gobierno la candidatura. “El acuerdo ha causado la mejor impresión en todas las esferas granadinas, tanto oficiales como privadas y deportivas. Habrá que hacer lo que haga falta para que tales Juegos Olímpicos puedan celebrarse en nuestra tierra”, afirmó el regidor de la ciudad por aquel entonces.
Las reacciones continuaron. Fuera de Granada, la repercusión de la candidatura levantó ampollas en los Pirineos y el día 2 de octubre Jaca levantó la mano para decir que ahí estaba ella. El origen de la guerra olímpica de invierno entre la ciudadela aragonesa y la capital granadina hunde sus raíces a este 1969.
Pese a todo, en la prensa nacional hay poca euforia inicial. Sólo en Mundo Deportivo, su periodista especializado Carlos Pardo dedicó una doble página a Granada. Pero avisaba de los requerimientos: un Palacio de Hielo, un gran estadio, pistas de bobsleigh y luge, pistas de esquí, un anillo de patinaje y un centro de prensa.
La reacción del COI
También hubo adhesiones desde el COI. El primero en manifestarse fue el conde Jean de Beaumont, presidente del Comité Olímpico Francés, que anunció su apoyo a la candidatura española a los pocos días del anuncio.
El 8 de octubre, quien habló fue el presidente del propio Comité Internacional. Avery Brundage, quien dio más alas si cabe a España, y de paso, a Granada: “Me parecería excelente celebrar los Juegos Olímpicos de Invierno de 1976 en España porque es un gran país para disputar ese acontecimiento, y porque España ofrece siempre muy buenas ideas para organizaciones olímpicas. No hemos recibido todavía la petición oficial del Comité Olímpico Español postulando la organización de la Olimpiada Blanca de 1976. Si la recibimos, me parece magnífico”.
A toda prisa
La candidatura de Granada fue el sueño de un mes de octubre de finales de los sesenta. Durante esos treinta días se vivió el primer anhelo olímpico de la ciudad y se desvaneció en los dos meses posteriores. El Gobierno y la capital tenían hasta diciembre para elaborar los diferentes dosieres y proyectos para ser presentados al Comité Olímpico Internacional antes de que finalizara el año.
La propuesta fue elaborada durante este mes y rápidamente Manuel Fraga encargó a uno de los arquitectos más prestigiosos del país, Miguel Fisac, el diseño de la Ciudad Olímpica y de las nuevas instalaciones de Sierra Nevada, que no estuvo acabado hasta noviembre.
Mientras tanto, en Sierra Nevada había un ambiente de tensa espera. Técnicos de infraestructuras y turismo del régimen visitaban la estación y el macizo mediado el mes para comprobar el estado de las obras del telecabina Veleta y estudiar mejoras y nuevas carreteras. Días antes, el ministro de Industria Gregorio López-Bravo visitaba la ciudad para acelerar las obras del aeropuerto “con vistas a la Olimpiada Blanca internacional”.
Samaranch viene por sorpresa Sierra Nevada el 15 de octubre junto a Marc Hodler, presidente de la Federación Internacional de Esquí (FIS). No sería la primera vez en todo este periodo. Y empiezan a florecer los primeros problemas: las pistas deben cumplir el reglamento y hay dudas sobre la nieve. Una semana después se previó una nueva visita que no llegó a celebrarse puesto que ninguno de los dos pudo volar hasta Granada por las condiciones meteorológicas. En ese viaje, que era clave, estaba previsto el estudio del plan de instalaciones.
Los reportajes se suceden en la prensa. Ideal en su edición para Málaga destaca los beneficios para la ciudad de unos Juegos en Granada, con una ampliación del Puerto, una línea férrea con Motril, y una conexión por helicóptero Marbella-Málaga-Granada-Sierra Nevada.
El mismo periódico se mojaba definitivamente con la candidatura. Desvelaba los planes para hacer el circuito de esquí de fondo en Borreguiles que “permite ver la carrera en su totalidad”, algo novedoso para la época y admitido por la FIS; y también exponía un estudio que echaba por tierra las críticas sobre los posibles efectos perniciosos de la altura en los atletas.
Aquel estudio, del profesor Robert F. Grover, de la Universidad de Colorado, remite a los “mínimos efectos en los atletas” de la altura en los anteriores Juegos de Verano en México, y que los esquiadores de pruebas nórdicas tan sólo debían pasar un periodo de aclimatación de tres semanas para la altura de Sierra Nevada.
“Desde el punto de vista de un fisiólogo, la altitud no necesita ser tomada en cuenta en la elección de la sede para unos Juegos Olímpicos de Invierno”, afirmó tajante. Este mismo estudio iba a ser utilizado por la ciudad de Denver para aspirar a esta misma competición, y que fue quien, en principio, se llevó la victoria.
Entre estudios, respuestas a las preguntas, visitas institucionales, anuncios de nuevas inversiones en la Sierra, y la competencia interna en España para aspirar a estos Juegos, llegó el 30 de octubre de 1969. Un cambio en el Gobierno franquista lo cambió todo.
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