El carácter del granadino (1): La tierra del 'chavico'
Historias de Granada
García Lorca fue crucial a la hora de difundir este definitorio término en un artículo que publicó en el periódico Sol de Madrid
Murillo Ferrol creía que esta no era una actitud colectiva frente al dinero, "sino un talante o temple frente a los bienes materiales"
Granada/¿Cómo es el granadino? ¿De qué pasta está hecho? ¿Cuáles son sus prioridades a la hora de estar ante los demás? Cuando llegué a Granada oía mucho eso de que esta tierra era la de la malafollá y la del 'chavico', pero no me interesaba demasiado descubrir el porqué. Creí que se trataba de un tópico más de los muchos que suenan por Andalucía y por sus provincias y que, de alguna forma, resaltan cualidades que no llegan a ser verdades absolutas. Ha sido el paso del tiempo y el conocimiento de la intrahistoria de esta ciudad lo que me han hecho interesarme por conocer más a fondo del carácter de los granadinos, tan tratado como discutido. Tenía un compañero de periódico que de vez en cuando y en plan enfático decía aquello de "¡Granada, hermoso continente y feo contenido!". Y un dicho popular expresa lo siguiente: "Busca en Granada el paisaje y evita el paisanaje".
Pero siempre he creído que son esos lemas un tanto rebuscados que se pueden aplicar a cualquier ciudad bella que para no fomentar la envidia de los foráneos que la visitan se contrarresta con la funesta idiosincrasia de sus habitantes. La perfección no existe: hay que sacarle algún defecto. Una vieja leyenda trata de cuando las provincias andaluzas fueron a quejarse a Dios porque consideraban que había sido injusto a la hora del reparto decorativo durante la Creación. Las provincias andaluzas creían que el Todopoderoso se había esmerado con Granada y que no había puesto el mismo empeño estético en las demás. "Nos os preocupéis, para remediarlo crearé a los granadinos", les dijo Dios. Y desde entonces el granadino tiene que cargar con una forma de ser en la que no faltan ingredientes tales como el pertenecer a la tierra del chavico, ser malafollá o estar impregnado de ese espíritu pesimista y aniquilador que difundía el suicida Ángel Ganivet. Y a eso me voy a referir en los siguientes capítulos.
El ochavo era una moneda de cobre que equivalía a dos maravedíes y que estuvo vigente hasta el reinado de Isabel II. Era una moneda de muy poco valor, de ahí que se le dijera despectivamente 'ochavico' o 'chavico' a la décima parte de una peseta, lo que venía a ser una perra gorda. Esa era la cantidad que pedían los mendigos o los niños durante las fiestas de las cruces. O sea, poca cosa. El que ayudó a difundir mucho que Granada era la tierra del 'chavico' fue Federico García Lorca, quien escribió en el periódico Sol un artículo en junio de 1936, estando en Madrid, en el que aseguraba que después de la Toma de Granada en 1492 la ciudad de la Alhambra había perdido "una civilización admirable, una poesía, una astronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo, para dar paso a una ciudad pobre, acobardada; a una tierra del 'chavico' donde se agita actualmente la peor burguesía de España". Esta última frase caló tan hondo en gran parte de la clase pudiente granadina, que hay autores que piensan que fue suficiente para acumular el odio necesario para su asesinato a su regreso a Granada.
Gerald Brennan en Al Sur de Granada nos trata como "gente sobria y convencional y más puritanos que la mayoría de los españoles, pocos dado a la risa y que visten de negro en cuanto pueden". Lo de puritanos me imagino que lo diría al comprobar el mosqueo que suscitaba entre los alpujarreños su manía de desflorar a todas las muchachas que pillaba en su autoexilio en Yegen. Creía el inglés que Granada era conocida por "la tierra del chavico u ochavico porque "casi nada en ella cuesta más que esa cantidad".
Uno de los discos que ha grabado Estrella Morente se llama precisamente Los tangos del chavico, como esa moneda típica de aquí de muy poca cuantía que enseguida se relacionó con el carácter apocado de los granadinos. De ahí se pasó a designar a Granada como tierra de tacaños y agarrados, de personas a las que no les gusta gastar, aunque tengan verdaderas fortunas. Pero creo que esa podría ser una derivación mal empleada del término, porque en Granada hay personas tacañas y espléndidas como en cualquier otro rincón del mundo.
Es posible que el granadino tenga un carácter difícil, hosco un tanto, pero estoy en condiciones de apostarme un vermú en el Castañeda que es de los que, llegado el momento, es solidario y tiene buen corazón. En la década de los 80 escribí sobre una historia muy humana sobre una niña de Puebla de don Fadrique que necesitaba una operación urgente y que solo podía hacerse en Estados Unidos. Al mismo tiempo el periódico donde trabajaba inició una campaña para recaudar fondos y ayudar a la niña y a sus padres, un matrimonio muy humilde y sin apenas recursos económicos.
A la sede del periódico llegaban todos los días centenas de sobre con dinero de lectores como aportación para el traslado de la niña a Estados Unidos. Se sobrepasó en mucho la cantidad que se necesitaba, tanto que al final el periódico donó casi un millón de pesetas de las de entonces a un estamento para la lucha contra el cáncer. ¿Cómo la llamada 'tierra del chavico' era capaz de movilizarse y dar esa gran cantidad de dinero para una obra de caridad? Durante años en los que fui redactor de los temas de Sanidad raro era el año en el que no escribía sobre esas estadísticas que reflejaban que los granadinos eran muy generosos a la hora de donar sangre y que Granada era de las primeras de España en donaciones de órganos.
Mi hermano, por poner un ejemplo, que es de Bailén, tiene el hígado de un granadino que murió en un accidente y cuya familia donó todos sus órganos. Para mi hermano, que vive gracias al hígado que le dieron aquí, los granadinos son las personas más generosas del mundo. Otro ejemplo de la ejemplar solidaridad granadina es cuando instituciones como la Cruz Roja o Cáritas hacen encuestas, Granada siempre queda entre las primeras en cuanto a cantidad de dinero recogido. Así que ser de la tierra del chavico no es sinónimo de ser agarrado o poco solidario.
El discurso de Murillo Ferrol
En el año 1984 fui con mi compañera de curro Victoria Fernández a cubrir un acto universitario, pues ella se encargaba por entonces de las noticias que generaba la Universidad de Granada. Iban a investir como doctor honoris causa al profesor granadino Francisco Murillo Ferrol y su discurso iba a tratar sobre el carácter de los granadinos. Para quien no lo sepa, Francisco Murillo Ferrol fue una figura clave en el devenir de la sociología y la ciencia política española a lo largo de las últimas cuatro décadas del siglo XX. Fue catedrático de Derecho Político en las universidades de Valencia, Granada y Autónoma de Madrid, miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y premio Nacional de Sociología y Ciencia Política del CIS en 2003, el primero de esta naturaleza que se otorgaba en esta institución. Falleció en 2004 a los 86 años de edad.
El profesor Murillo Ferroll hizo, para mí, una de las disecciones más acertadas sobre los granadinos. Su discurso se llamaba ¡Cómo somos los granadinos!, así, con signos de admiración. Nos dijo el profesor que por lo pronto no tenemos fama de expansivos, antes, al contrario, de retraídos y concentrados, por lo que nos distanciamos de la imagen usual del andaluz dicharachero y chistoso, tipo Cádiz o Sevilla.
Afirmó que, efectivamente, somos de la tierra del 'chavico'. Pero él creía que esta no era una actitud colectiva frente al dinero, "sino un talante o temple frente a los bienes materiales. Lo notable es que no es una característica de pobres, sino de ricos. Es un conservadurismo o parsimonia que un sociólogo llamaría tendencia al consumo antiostentatorio". Él decía que en Granada había gente con mucho dinero, pero pocos eran los que ostentaban esa riqueza.
También decía el sociólogo que los granadinos tenemos un pesimismo desengañado que nos lleva a ponernos en lo peor. Afirmaba que "tenemos cierto recelo hacia el futuro, como un vago temor a lo imprevisto, a lo que pudiera tener mal final". También habla de la malafollá granadina, aunque eso lo dejo para otro capítulo.
El caso es que el discurso del profesor es de lo más completo que he leído y escuchado sobre la forma de ser de los granadinos. Tanto me gustó que al terminar fui a pedirle una copia, la cual me facilitó sin ningún problema. El discurso lo tuve controlado durante mucho tiempo, hasta que lo debí perder en una mudanza. Hace poco me lo envió por correo electrónico Miguel Ríos, que lo tenía en su ordenador. Me sigue pareciendo un texto esclarecedor y vigente sobre el carácter de los granadinos. Si alguno de ustedes, queridos lectores, está interesado, no tiene más que pedirme una copia.
Necesidades espirituales
Como digo, en 2022 cumpliré cuarenta años en esta tierra que me acogió y creo que ese tiempo me da la licencia para intentar pergeñar una opinión sobre la forma de ser del granadino. No soy sociólogo como el profesor Murillo, pero me precio ser un buen observador de la realidad que me circunda. En primer lugar, creo que el vecino de la Alhambra sabe perfectamente los tiempos en los que tiene que mostrar su carácter. A mí siempre me he dado la impresión de que está muy satisfecho no tanto de sí mismo como de la ciudad en la que vive o ha nacido. No necesita más que lo que tiene. Alimenta sus necesidades espirituales dando un paseo por Puerta Real y admirando esa ciudad en la que los siglos se han precipitado sobre sus piedras, sobre sus forjados, sobre sus tradiciones.
Tiene el granadino afán de vivir todas sus horas acordándose de su pasado glorioso, con una sucesión cinemática de requerimientos emocionantes que su ciudad le brinda, tan pronto observando la Sierra que lo ampara de todo lo malo, tan pronto andando por los caminos por donde anduvieron sus antepasados. Américo Castro, filólogo y ensayista que había estudiado en nuestra Universidad, decía que el granadino tenía una concepción señorial de la vida, era de los que disfrutaba con el ensimismamiento, con el dejar pasar la vida con unas pocas cosas que se consideran importantes como la lectura, los amigos o simplemente el paisaje, que lo tenemos muy atractivo y muy variado.
Efectivamente, creo que aquí somos muy dados a la abstracción. La abstracción que practicamos al contemplar la Alhambra desde el Paseo de los Tristes o la Sierra culminada de nieve desde Puerta Real. Estamos rodeados de mucha belleza, por eso nuestro sentido estético es muy agudo. García Lorca decía que el granadino estaba rodeado de la naturaleza más espléndida, pero no se va de ella. "Los paisajes son extraordinarios, pero el granadino prefiere mirarlos desde la ventana. Le asustan los elementos y desprecia el vulgo voceador". En otro pasaje de Granada, paraíso cerrado para muchos, dice que el granadino "renuncia a la aventura, a los viajes, a las curiosidades exteriores; las más de las veces renuncia al lujo, a los vestidos, a la urbe". Puede que sea verdad.
Los granadinos somos malos viajeros porque es difícil que nos sorprenda la belleza de otro lugar. Cuando llevamos unos cuantos días fuera, enseguida echamos en falta el mar, la Alhambra, la vista de Sierra Nevada o la taberna de la esquina. Además, nos da por comparar y siempre salimos ganando: "¡Bah! ¡Donde se ponga la Alhambra!", decimos cuando vemos algún edificio interesante en alguno de nuestros viajes. Cada granadino parece tener un imán en el alma que le permite adherirse a todo aquello que deja cuando sale fuera. Hasta restamos importancia a lo sorprendentemente bello de otros países. Aquí viene a cuento ese granadino que está haciendo cola para ver la Capilla Sixtina y ve a un paisano que sale de ella y le pregunta qué le ha parecido:
-Una Capilla Sixtina como toas.
Anclado al paisaje
Conozco a granadinos que no dejarían Granada ni para acostarse con Jennifer López. Conocido es el caso de aquellos dos hermanos del Realejo, con posibles ambos, que decían que disfrutaban mucho pensando en que podían hacer un viaje y no lo hacían, se quedaban en Granada y contando el dinero que se habían ahorrado si hubieran hecho el viaje. Los dos hermanos eran tan agarrados que tenían una querida a media y por no gastar no gastaban ni bromas. Aunque este caso entra dentro de ese tópico del que hablábamos antes y que sitúa a esta bendita tierra en la zona del 'chavico'.
Pepe Ladrón de Guevara, que conocía bien el paño, decía que el granadino, por lo general, se niega a la aventura y se opone tenazmente al destierro. "Es decir, se amontona, se acorrala a sí mismo, entregándose al manoseo del sol o al abaniqueo del aire, según el tiempo". Decía el experto en malafollá granaína que sus paisanos eran dados a tumbarse a la orilla de un río, bajo el sombrajo de una higuera, y "dedicarse a sentir crecer la hierba, a ver pasar las nubes o estudiar atentamente, y yo diría que libidinosamente, los juegos eróticos de las hormigas culonas". Para Pepe Ladrón de Guevara, el granadino nace anclado al paisaje, a su paisaje.
El jesuita Carlos Muñiz Romero, que estuvo de sacerdote muchos años en Granada, llegó a conocer bien a los de su tierra de adopción. Murió en noviembre de 2018, pero en sus escritos dijo que "el granadino es reconcentrado y melancólico, tímido e introvertido". Decía igual que muchos otros investigadores, que no nos gusta el relumbrón. "Y la gracia, cuando la tiene, es sobria". También nos ve como muy pegados a nuestra tierra. "El granadino desconfía con frecuencia, y por eso, cuando rara vez se asoma al mundo, quiere volver a la querencia de su ciudad".
Luis Seco de Lucena, director de El Defensor de Granada, era un tarifeño trasplantado en Granada. Decía que la pereza era una cualidad distintiva de los granadinos, las más justificada y explicable. Cuando escribe sus memorias tiene 84 años dice que aún no se explicaba "el misterioso enigma de la pereza de los granadinos". Escribió eso y se fue a echar una siesta, como está mandao.
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