Cervezas Alhambra cumple cien años y se convierte en la fábrica en activo más antigua de España
La empresa fue creada en 1925 por un empresario catalán y otro vasco, dos profesionales del sector
Damm y Cruzcampo la vendieron por 55 millones de pesetas en 1995 y doce años más tarde la adquirió Mahou-San Miguel por 200 millones de euros (32.000 millones de pesetas)
La fuente del Avellano, el manantial de los dos sabores

En esas conmemoraciones centenarias con las que marca el calendario los viejos proyectos, está Cervezas Alhambra, que este año cumple un siglo de existencia y que, por méritos propios, está en el ADN de Granada. Cuando un granadino bebe una cerveza Alhambra, siente el orgullo por su tierra. Piensa que está haciendo bien las cosas. En definitiva, una de las marcas que más sentimiento de pertenencia despierta entre los granadinos.
En Granada se bebe cerveza desde finales de 1859. Así lo atestigua mi colega Gabriel Pozo, que repasando periódicos antiguos comprobó que la prensa local ya ponía anuncios de una cerveza que con el nombre de La Granadina ofrecía botellas a dos reales, muy por encima de las posibilidades económicas de la mayoría de los mortales. Eso sí, a quién devolvía el casco le daban medio real. Pero a las tabernas aún no había llegado esa bebida hecha a base de lúpulo, malta y agua. Para los parroquianos, acostumbrados al vino peleón, aquel brevaje estaba fuera de sus gustos. A La Granadina le salió pronto la competencia: ese mismo año vino un madrileño a montar otra cervecera, a la que le puso el nombre de La Madrileña. Como se ve, los pioneros cerveceros no se rompían la cabeza a la hora de ponerle nombre a sus productos. Ambas duraron menos que una caña en el mostrador de un chiringuito un día de agosto. En 1884 un matrimonio formado por Francisco Cos y Nicanora Mermería, él de Gerona y ella de Cúllar (la más cercana a Baza), tiraron de ahorros y consiguieron crear otra fábrica a la que le pusieron La Alhambra, que no es la que ha cumplido cien años, sino otra anterior. Estuvo en la Calle Jardines y llegó a importar su cerveza a Almería, Córdoba y Jaén. Su publicidad aseguraba que la cerveza que producía era de primerísima calidad, capaz de competir con cualquier otra de Alemania. Pero no fueron bien las cosas y en 1890 cerró sus puertas por falta de demanda. La cerveza seguía siendo una bebida casi desconocida que solo la bebían los ricos y los esnobs.
Es en 1925, en plena dictadura de Primo de Rivera, cuando llega la marca que nos ocupa y que a lo largo de su historia ha tenido los vaivenes propios de una montaña rusa. Un francés residente en Barcelona llamado Carlos Bouvard (el accionista mayoritario) y el vasco Antonio Knörr, decidieron invertir dos millones y medio de pesetas en la construcción de una nueva cervecera. Esta vez parecía que la cosa iba más en serio. Le pusieron Cervezas Alhambra. Comprobaron que la marca estaba libre por no haber renovado la licencia los antiguos propietarios y la adoptaron como propia.
Además, Bouvard y Knörr no eran novatos en este negocio. Sabían lo que se hacían. El primero era proveedor de maltas y ya había fundado cervezas La Moravia en Barcelona y el segundo ya tenía una cervecera con su apellido en Vitoria. No sólo crearon la fábrica de Granada, sino que lo hicieron en otras provincias españolas donde está bebida no estaba introducida. Una versión de la historia dice que los fundadores de Cervezas Alhambra no encontraron empresarios granadinos dispuestos a invertir en el proyecto y otra versión dice que sí, que hubo varios empresarios locales que pusieron pasta, aunque pocos. El caso es que el catalán y el vasco encontraron unos terrenos muy cerca de la Acequia de Aynadamar en el Camino de El Fargue para montar la fábrica. Compraron la maquinaria en Centroeuropa y contrataron a un maestro cervecero venido de Baviera. Y voilá, el futuro estaba en marcha. El envase de vidrio verde que se utilizó era igual al que lleva hoy la cerveza 1925, de la que hablaremos más adelante. El caso es que el público granadino poco a poco empezó a tomarle gustó a ese líquido rubio y con espuma al tiempo que los médicos no veían mal que se bebiera como tonificante. Y si lo dicen los médicos… Además, bien fría entraba bastante bien. Al poco tiempo la cerveza granadina tenía los adeptos necesarios para que el negocio funcionara.
La primera crisis
La primera crisis de la fábrica llegó tras la guerra civil. La falta de materia prima y la escasez de petróleo para los motores que hacían andar las máquinas hicieron un gran agujero en la economía de la empresa. Pero tras aquellos fatídicos años llamados del hambre, se pudo hacer las reformas necesarias para que la fábrica siguiera para adelante. En los años cincuenta se modernizó la maquinaria y se aumentó la plantilla.
En 1954 murió Carlos Bouvard y se originó otra pequeña crisis. Es entonces cuando entra en el accionariado Cervezas Damm con el fin de inyectar dinero nuevo en la empresa. Es la época en la que se construye la fábrica en la carretera de Murcia y se renueva el proceso de fabricación. Durante varios años se aumenta progresivamente la producción. Entra en el accionariado la marca Cruzcampo y se consigue que Cervezas Alhambra esté en un puesto muy digno del ranking cervecero de España. Pero hacia 1980 comienza la decadencia. Los dueños de la empresa empiezan a estar más pendientes de otras fábricas que la de Granada y la gestión dejaba mucho que desear.
Es a mediados de los noventa cuando viene la crisis seria. La cerveza granadina sufre una gran caída de ventas. Los dueños empiezan a desdeñarla y se suceden los despidos y los recortes con la idea de cerrar la fábrica definitivamente. Incluso contratan a Antonio Perera, nombrado director, para que llevara a cabo un “cierre ordenado”, según llamaron. Pero de ordenado nada, los trabajadores convocan varias manifestaciones y el grito de los granadinos es unánime: Cervezas Alhambra no se cierra. También el director contratado se opone al cierre. Este consigue ayudas institucionales (del IFA) para poder seguir adelante. Al final los dueños, ante tanto ruido y tanta resistencia social, deciden no cerrarla, sino venderla.
Los posibles compradores empiezan a dar la cara. Uno de ellos sería José María Ruiz Mateos, al que enseguida se le vio el plumero porque lo que quería era quedarse con la fábrica para derruirla y construir viviendas en el solar. Y luego fue el empresario llamado Demetrio Fernández y dos socios extranjeros, que la adquirieron por 55 millones de pesetas. La crisis no se cerró del todo, pero las esperanzas de que la fábrica siguiera abierta seguían intactas. Poco a poco los granadinos comenzaron a confiar más en su cerveza. La Alhambra Especial fue muy bien recibida. Y mucho más la Reserva 1925 que fue considerada como la salvadora de la empresa debido al fuerte impacto comercial que provocó en el mercado. La fórmula de esa cerveza embotellada en una botella verde y sin etiqueta, como las primigenias, fue del químico Miguel Hernáiz, un hombre con la humildad suficiente como para no ponerse una medalla si no es compartida con todo el equipo que trabajó en el lanzamiento del producto. El público llegó a pirrarse por la verde o la milno, como también se la conoce. “Usted pone la etiqueta y nosotros la auténtica cerveza”, era el eslogan. A partir de ahí la fábrica no daba abasto para embotellar cervezas. El éxito de la 1925 arrastró a las demás. Y así hasta convertirse hoy en una marca de referencia en el sector. En los últimos cinco años Cervezas Alhambra ha aumentado su facturación un 54,2%. Y lo que son las cosas, en 1995 Damm y Cruzcampo vendieron la empresa por 55 millones de pesetas y doce años más tarde, en 2007, la compra el grupo Mahou-San Miguel por 200 millones de euros (32.000 millones de pesetas). En Damm y Cruzcampo aún se están tirando de los pelos. Y ahí sigue la empresa cervecera creada hace cien años, sacando nuevos productos, invirtiendo en flamantes ideas y recordando a los granadinos que tienen una cerveza de la que presumir en el resto del mundo. Gracias San Miguel.
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