Cornetas, tambores y megáfonos: la Granada que surgió de la lucha vecinal
Del simple asfaltado de calles a la bombilla que iluminaba dos calles, los barrios del entonces extrarradio de la ciudad crecieron en base a la lucha de sus habitantes
"Encontré sentido a la política al ver llorar a una anciana cuando caía agua del grifo de su casa", recuerda el alcalde de la época de la lucha vecinal, Antonio Jara

Granada/Ahora que vienen los Premios Goya, y que una de las grandes candidatas a triunfar es El 47, en todas aquellas ciudades donde se ha visto el film protagonizado por Eduard Fernández han encontrado paralelismos. Aquel conductor de autobús que luchó por cambiar las cosas de su barrio, aislado de aquella Barcelona charnega a la que llegaban por oleadas emigrantes del campo a la ciudad, de Andalucía y Extemadura, a la gran urbe para tener un futuro, y que pelearon por tener no solo un lugar donde vivir, sino que este fuera habitable. La historia de la película se desarrolla a finales de los años 70, en concreto en 1978. La época dorada del movimiento vecinal en España, los estertores de la dictadura de Franco y los albores de la democracia. En Granada también. Quizás no hizo falta que un conductor de autobús secuestrara uno, como hizo Manolo Vital, pero sí que se consiguieron cosas a base de megáfono, coche y desafíos a una autoridad que no estaba aún acostumbrada a que le discutieran sus decisiones.
En Granada hay grandes nombres en la lucha vecinal. Empezando por Encarna Olmedo, histórica líder vecinal de la zona Norte, desde los años setenta hasta casi su fallecimiento en 2021, al que el alcalde entonces de la ciudad Antonio Jara (1979-1991) describió como una mujer que "valía por diez concejales", y que consiguió el primer consultorio de salud para lo que se llamó el Polígono de Cartuja. Un lugar donde "una sola bombilla iluminaba dos calles", recuerda asimismo el propio Jara a este diario, en los primeros años ochenta, cuando desde los barrios el clamor llegaba al centro de las ciudades. El entonces regidor de una ciudad que tenia todo por hacer rememora la enemistad que le supuso con algunos concejales que no invirtiera tanto en el centro y sí hacerlo en la periferia.
De Encarna pasando a Carmela González, en Bobadilla, aquel barrio "del que casi nadie se acordaba" porque creció sin darse cuenta junto a la Azucarera de San Isidro, que de aquí a no mucho, y si los planes no se quedan en promesas mojadas, no solo tendrán tren de Cercanías con parada, sino un gran campus universitario de primer nivel. Evolución, se llama.
Y si en Granada han avanzado los barrios hasta el punto de ser capaces de quitarse el sambenito de ciudades "sin Dios ni ley", esos son el Zaidín y La Chana. De su testimonio quedan vivos y con salud de hierro dos especies de "Manolo Vital" de cada uno de ellos: Antonio Fernández Morales, histórico presidente de la Asociación de Vecinos del Zaidín, y José Fernández Ocaña, a quien todo el mundo conoce más bien como Rufo, homólogo en La Chana.
Con 85 años pero una voz y una memoria, que salvo por detalles precisos, no hace honor a su edad, Fernández Morales recuerda haber pisado por primera vez el que sería su barrio de toda la vida con apenas quince años, a mediados de los cincuenta del siglo pasado, para ver a un amigo que se había mudado a la entonces nueva barriada del Comandante Valdés, bautizada así en honor a uno de los militares implicados en el asesinato de Federico García Lorca. Era 1956 y el Zaidín se "construía a pegotes", empezando por aquella urbanización que ahora son esa serie de casas bajas a espaldas del hoy hotel Saray.
"El Zaidín estaba lleno de cortijos y de vaquerías y de urbanizaciones aisladas, que eran como hongos en mitad de la Vega. Esto era de Armilla y de Granada, no estaba claro. Cuando yo me vine en el año 66-67 por mi casa pasaba una acequia, y cuando regaban, toda la calle estaba inundada", cuenta Fernández, que recuerda que esto mismo provocó que un autobús de línea volcara "al no ver la acequia y meterse en ella".
Al Zaidín se llegaba no por los Alminares, como se conoce ahora y que vino mucho más tarde, sino desde el Paseo del Violón, por el Callejón del Ángel, el mismo que ahora es una calle de apenas un coche y residencial. Los autobuses llegaban al barrio por ahí, no sin antes tener que talar un árbol histórico que dificultaba el paso de los antiguos coches de la Rober. El camino, de tierra, con socavones, barro y charcos en invierno, desembocaba por la avenida de Dílar hasta la casi actual avenida de América, que no existía. "Aquí se construyó sin urbanizar, no se hacían calles ni aceras", rememora Fernández, quien añade que no se distinguía bien qué pertenecía a Granada y qué a Armilla: "Aquello estaba muy enfollonado. En las casillas que hay por el río Monachil. Los servicios los daba Granada pero otras cosas las pagaba Armilla". Sin aceras, ni asfalto, casi sin calles, "el cura hacía bautizos en palangana en la plaza Federico Mayo".
La especulación que acabó con un barrio
La historia de Rufo en La Chana es parecida. El histórico dirigente vecinal llegó al que ha sido su barrio poco antes de 1970. Lo hizo desde quizás uno de los barrios desaparecidos más emblemáticos de la ciudad con La Manigua: San Lázaro. La historia bien podría ser la de cualquiera en la actualidad: "Eran unas casas muy antiguas y, aparte, era una zona muy apetitosa, entonces los propios propietarios casi forzaron a la gente a irse porque eran alquiladas. Poco a poco nos fueron echando a todos y claro, nos fuimos buscando la vida".
Rufo y su familia acabaron en La Chana para siempre. "Nos encontramos un barrio que eran unos cuántos bloques, con las calles sin asfaltar, y donde estaba todo virgen, sin explotar", cuenta Fernández Ocaña, que casi calca el relato de un barrio que se creó a retales: que si la barriada de Las Angustias, La Guita, Los Transportes, hasta la famosa Virgencica, en el ahora Cerrillo de Maracena.
"Estaba todo por hacer y la gente que vinimos aquí teníamos muchas ganas, éramos jóvenes. Las calles, conforme iba creciendo el barrio y se iban haciendo edificios, había que estructurarlas, pero las principales como Sagrada Familia eran todo barrizales". Y fue entonces cuando empezaron los movimientos vecinales. "Yo entré por mis niños y por el tema del fútbol. La asociación de vecinos empezó a llamar a los diferentes colectivos para potenciarla. Se luchó y se consiguió mejorar las calles, pero también un centro de salud, la biblioteca, el campo de fútbol...", recuerda.
No solo pancartas
Pero para lograr resultados hubo que hacer mucho ruido. Rufo ha estado detrás de pancartas mucho tiempo, la última, para pedir que la llegada del AVE fuera soterrada, la famosa Marea Amarilla, que finalmente quedó en nada hasta que el ministro de Transportes anunció el año pasado que el tren en Chana y Rosaleda se integrará. Nueve años han pasado. Hubo otras reivindicaciones más modestas que llegaron a buen puerto como la biblioteca de La Chana.
"Teníamos entonces en la asociación de vecinos una banda de cornetas y tambores, y nos íbamos todos los días al espacio que nos habían concedido para biblioteca a tocar para exigir que de verdad la construyeran", cuenta Rufo, también recuerda el gran enfrentamiento "con detenidos" que hubo en las protestas para cambiar la ubicación de los mercadillos del barrio. Eso fue ya rozando los años 90, aunque la asociación fue creada en 1974. "Antes nos reuníamos clandestinamente en la tienda de algún vecino, en algún comercio, en las casas particulares".
Fernández Morales usaba como arma su coche y su megáfono. Así logró para su barrio un servicio esencial también como un banco. "La Caja de Ahorros tenía una sucursal en la avenida de Dílar que era muy pequeña, y a primeros de mes, todos los mayores querían sacar el dinero de su pensión", contextualiza el dirigente zaidinero, que recuerda que incluso los pensionistas se llegaban sillas y banquetas para hacer cola ante la entidad. "Un día dijimos que esto se había acabado". Y frente a la sucursal llegó Antonio con su coche y su megáfono para exigir mejoras: "Inmediatamente mandaron un mensaje diciendo que mañana nos esperaban en la Caja de Ahorros a las nueve de la mañana". Un mes más tarde, en el sótano del local se abrió una ampliación de la oficina, no sin susto, ya que el día de la inauguración se había inundado.
Y así, la lucha contra las vaquerías del barrio y sus malos olores, o la lucha por la construcción de escuelas. "Había censados 2.500 niños y solo había dos", relata Fernández, que recuerda que entonces su habilitaban bajos en locales o en iglesias como la del Corpus Christi. También tuvo que sacar a relucir el altavoz para pedir, ya no que hicieran un colegio, sino que al menos las autoridades terminaran unos barracones que sirvieron de colegio cerca de la avenida América. "Cogimos a los niños y nos fuimos al Gobierno Civil. Nos pararon los policías y preguntaron quiénes éramos los responsables y dijimos que todos". Lograron hablar con el gobernador, en lo que es ahora la Subdelegación del Gobierno en la Gran Vía, y "al día siguiente las aulas prefabricadas estaban llenas de brigadas con cristaleros, carpinteros y de todo. En una semana las arreglaron y se inauguraron".
Jara, los años 80
Ambos señalan a Antonio Jara como el artífice de la modernización de la Granada del extrarradio. El alcalde socialista de la época recuerda a este diario que "el movimiento vecinal de aquel momento no es el movimiento que hay hoy. Era una palanca de transformación y eran cómplices y críticos del poder local a la vez". "El decenio de los 80 fue una fórmula de cambio brutal, acelerado y muy de micropolítica", añade Jara, que pone cifras a aquella transformación que llegó desde los vecinos: "Me encontré con 300 calles del casco urbano de Granada que nunca antes habían sido asfaltadas y construimos cincuenta pequeñas plazas repartidas por todo el casco urbano, pequeños rincones pero que para el barrio eran importante".
Ejemplo de aquella Granada es que "la primera plaza que inauguré fue la del barrio de Cartuja, entonces 28 de Febrero. Poníamos una bombilla en el encuentro de dos calles y con la misma iluminábamos dos que confluían. No había para más". Valía una peseta, cuenta Jara Andreu. Esa simple bombilla la "aplaudía" el barrio. Un vecino de Cartuja me dijo "oye, he tenido que ir todos estos años y todas las noches de invierno salir a recoger a mi hija, que viene de las clases de corte y confección, porque la calle estaba oscura y teníamos que ir a encontrarla. Ahora mi hija ya puede venir sola a mi casa".
Los centros sociales
Eso sí, Jara empezó mirando a la zona Sur, al Zaidín, para él, "todo aquello que estaba al otro lado del río". "Había del orden de 60.000 habitantes que no tenían buena comunicación". Por lo que una de sus primeras decisiones fue construir el Puente Blanco, o "puente de los Sánchez", junto al puente romano. O que suyo fue el empeño de construir en su ubicación actual el Palacio de Congresos, el cual la Diputación, con UCD en el poder, "se quería llevar a Santa Fe". "Mi empeño era revitalizar el barrio". La lucha por los colegios y por ganar espacio "en las vaquerías", o pone en Fontiveros la réplica de la Fuente de Canaletas que le regaló el entonces alcalde de Barcelona, Narcís Serra.
De ahí viró a la zona Norte, con la lucha por abrir al ciudadano las instalaciones de la actual Facultad de Ciencias del Deporte, pero con la urgencia que demandaban los vecinos socialmente en una zona que aún no ha remontado. De la mano de Jara vino el primer centro de servicios sociales de Granada en Cartuja. "Se concibió como un centro polivalente que atendía desde prevenciones de drogadicción hasta centro de salud, incluyendo programas de alfabetización de adultos, cursos de corte y confección", detalla el excalde. Figura clave fue la del concejal Antonio Millán, quien erradicó de la faz de la ciudad el concepto de beneficiencia. Comedores, guarderías, centros de tercera edad. Aquello por lo que luchaba Encarna Olmedo lo canalizaron aquellos gobiernos municipales del PSOE.
"Así se hacían las cosas en los 80"
Un Jara que también se 'disfrazó' de activista, jugándose el tipo por barrios de apenas cinco votos. Porque en los años 80 había barrios de Granada sin agua, como Bola de Oro-Las Conejeras, en la carretera de La Zubia, o en Bobadilla. Cuando intentaron llevar el agua potable a ese último barrio "abrimos una zanja desde La Chana por la carretera antigua de Málaga y la Dirección General de Carreteras me paró la obra. Les dije voy a seguir habiendo la zanja. Si quiere, me manda a la Policía y yo mandaré a la Local y haremos una guerra, pero yo voy a seguir llevando agua y saneamiento a Bobadilla".
Algo así hizo cuando ordenó cavar otra zanja para llevar el agua del depósito de Las Conejeras a las casas. "Entonces apareció un señor con un Mercedes y me paró la obra. Le dije voy a meter por aquí el agua potable en su finca y no le voy a cobrar. Si usted se opone, yo le voy a pasar la factura y además voy a meter el agua. Así se hacían las cosas en los años 80", recuerda bravucón y risueño Jara a su 78 años. No siempre lo tuvo difícil. En aquellas casas junto al río Monachil, se le quedó clavada aquella anciana que, rosario en mano, lloraba al ver caer agua del grifo de su casa: "Ahí encontré sentido a la política".
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