La cruz de los Ganapanes
Las reliquias de santos encontradas hicieron del Sacromonte lugar de peregrinación. Algunas cruces quedan todavía como la que levantaron "los humildes ganapanes". La cruz, de símbolo de martirio a fiesta popularLos ganapanes o palanquines eran mozos que llevaban bultos a sus espaldas; gente ruda y sin profesión que se ganaba el pan con lo que salía a diario
Eran los ganapanes o palanquines mozos de cuerda que llevaban bultos a sus espaldas; gentes rudas y sin ninguna profesión que se ganaban el pan con lo que salía a diario, generalmente llevando paquetes o cualquier mercancía. Eran fuertes y humildes y sus ingresos hacían bueno el refrán de "lo comido por lo servido". Y el hecho de llamarlos también palanquines era porque a veces se servían de una palanca para subir la carga.
Yo recuerdo haberlos visto en la puerta de la Estación; esperaban a los viajeros para cargar sus maletas a la espalda con unas gruesas maromas. Todavía habrá quien recuerde que uno de los campos de Fuentenueva, cercano a la Estación, recibía el popular nombre de "campillo de los maleteros", por ser frecuentado por estos ganapanes y algunas señoritas de vida ligera, expertas en trabajos manuales y de aspecto pinturero que aliviaban a bajo precio la vehemencia de "quintos" y mozuelos.
Pero es profesión igual de antigua esta de los ganapanes. Los cita Cervantes en el capítulo XIV de la segunda parte del Quijote, menospreciando la labor de arrastrar piedras como "más propia de ganapanes que de caballeros". Y en la comedia de Rojas Zorrilla Abre el ojo son precisamente unos ganapanes los que harán la mudanza de la casa llevando a cuestas los muebles.
En esos Paseos por Granada que dejó escritos el Padre Velázquez de Echeverría en 1764, concretamente en el número XXIX, el granadino y el forastero se encuentran en el Sacromonte donde "los nobles, los ricos, los poderosos particulares, los Gremios, las Cofradías, las Comunidades y hasta los pobres, levantaron a su costa altas y corpulentas cruces". Tantas erigieron que se contaban por centenares, hasta el punto de que Don Pedro de Castro y Quiñones, arzobispo de Granada y fundador de la Abadía del Sacromonte, tuvo que mandar quitar algunas y prohibir que se levantaran más.
Las reliquias de santos allí encontradas, entre ellas las del santo patrón San Cecilio, hicieron del monte sagrado lugar de peregrinación y vía crucis. Y algunas cruces quedan todavía; entre ellas la que levantaron en 1602 "los humildes ganapanes de la Plaza de Bibarrambla y Plaza Nueva", según reza la lápida grabada al pie de la cruz. Cruz modesta si la comparamos con la de alabastro blanco que allí mismo dejaron los del gremio de torcedores de la seda o la muy decorada, aunque ya deteriorada, de los soldados y canteros de la Alhambra.
Es curioso que sea la cruz, que era instrumento de tormento y de ejecución capital, uno de los símbolos más representativos del Cristianismo, cuando precisamente fue un madero en forma de cruz el lugar donde murió maltratado Jesús y por ello aborrecida por los primeros cristianos.
Habría que esperar al siglo IV nada menos para que se adoptara la cruz como santo y seña del Cristianismo. Sobre todo a partir de aquel suceso acaecido el día 27 de octubre del año 312 cerca del Puente Milvio en el que se dice que al emperador Constantino se le apareció una cruz, ganó la batalla contra Majencio y acabó convertido a esa nueva religión, que el emperador legalizó en el año 313 sacando a los cristianos clandestinos de las catacumbas.
A partir de ahí el mundo cristiano se llena de cruces. Pero lo más curioso es que se haga de ese signo de martirio, pasión y muerte una de las fiestas más alegre, popular y hasta populachera: el Día de la Cruz, en el que se suele rezar poco y beber mucho. No salgo de mi asombro. Tal vez los primeros cristianos, poco contaminados, tenían razón.
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