Las cuevas del Sacromonte, de la prohibición de los ‘felipes’ a sus zambras para entretener turistas
El barrio troglodita, que ha pasado por muchos problemas y vicisitudes, reclama su dosis participación en el futuro
Las inundaciones de 1963 y el asesinato de un taxista en 1978, dos varapalos importantes en el devenir de la zona
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El barrio del Sacromonte es otro de los lugares que está en esos pliegues del espacio en los que la ciudad parece cambiar de rostro y de época. Con esa arquitectura troglodita ha sabido permanecer en su sitio, vadeando problemas, riadas y sobrellevando decadencias varias. El ADN de Granada no estaría completado sin el barrio repleto de cuevas: a pesar de los pesares, nunca produce impresiones contradictorias. Es lo que es.
Empecemos. El origen del barrio es de los que ha dado que hablar y ha permitido varias versiones. Hay quien dice que fue el primitivo refugio de todos aquellos que después del decreto de expulsión de moros y judíos firmado por los Reyes Católicos no sabían a dónde meterse. Eso fue en el siglo XVI. Pero hay también quien sopesa que fue el arrabal en el que se aposentaron los gitanos, pueblo nómada que, procedente de la India, llegó a España en el siglo XV tras un largo deambular por Europa y África. También hay quien asegura que los primeros moradores del Sacromonte fueron los gitanos que hacían de caldereros, forjadores de armas y herreros en el ejército de los Reyes Católicos, que después de conquistar Granada se quedaron aquí. Para qué seguir deambulando, se dijeron. Y luego está, cómo no, la versión romántica convertida en leyenda. Resulta que cuando los moros ricos fueron expulsados de Granada tras la cristianización de ésta, antes de marcharse al exilio y con la creencia de que algún día volverían a pedir cuentas, escondieron muchas riquezas y tesoros en los cerros que circundan Valparaíso. También liberaron a sus esclavos para aligerar su séquito, pues no podían llevárselos a todos. Así que los esclavos, al sentirse libres, comenzaron horadar el monte para buscar los tesoros que habían escondido sus antiguos amos. Hacían grandes huecos en la tierra en busca de las riquezas enterradas. Al no encontrarlas, terminaron por adaptar y habitar las perforaciones que habían hecho.
Personas marginadas
El caso es que la zona se convirtió en lugar de recogida de personas marginadas y con pocos recursos que convirtieron las cuevas en el lugar en el que aposentar sus vidas. Todo un gueto con ansias de sobrevivir. A falta de maestros de obras y arquitectos venidos de Italia, pues estaban todos construyendo las casas de los nobles, los futuros moradores hacían un corte vertical en un cerro en que querían excavar. El corte sería la fachada de la cueva. Luego hacían un arco de medio punto que servía de entrada y finalmente, cuan laboriosos topos, construían las habitaciones a base de escarbar en la tierra. El último toque lo daba la mano de cal, lo que hizo que el barrio poco a poco se pareciera un lugar típico y curioso, listo para saltarse a la torera cualquier decisión administrativa o eclesiástica que viniera de la ciudad.
Durante los siglos XVIII y XIX, el carácter del sitio, su singularidad y las leyendas de tesoros escondidos, hizo que el barrio se convirtiera en un lugar de peregrinación de curiosos viajeros y de turistas en busca de las emociones que no daban ni las catedrales ni los palacios renacentistas.
El escritor Charles Davillier (los franceses fueron los más finos) dijo del Sacromonte que era el cuartel general de los gitanos de Granada que, a falta de dinero para construir casas, cogieron el pico y la pala y horadaron viviendas en los cerros que circundaban el valle de Valparaíso. Cualquier viajero ilustrado que tuviera lápiz y papel a mano podría decir cualquier cosa sobre el barrio: desde el que lo consideraba un sitio curioso, pintoresco y casi mágico, hasta el que lo describía como un lugar en el que acampaba la miseria, el hambre, el robo y la pillería. Se ha escrito de todo.
Luego le llegó la fama. La buena y la mala. En aquellas cuevas, de alguna manera, se escondía la esencia del flamenco. Y, sobre todo, se había convertido en la cuna de la zambra. Los estudiosos explican el nacimiento de la zambra de esta manera: la convivencia de los moriscos más pobres que se quedaron en el barrio y los nómadas gitanos, dio lugar a un calidoscópico espectáculo "a base de ruido, palmoteo y baile acompañado de cante, fusión de voces hermanas y bullicios instrumentales armonizados en brava conjunción orquestal". El diccionario de la RAE dice que es una “fiesta que usaban los moriscos con bulla, regocijo y baile”. Estas celebraciones llenas de alegría se entonaban y bailaban en días de bodas, nacimientos y festividades religiosas, al ritmo de laudes, guitarras, vihuelas, zimbales, panderetas y todo instrumento capaz de llevar un compás. Hasta que llegó el amargado obispo de turno que dijo que aquellas celebraciones estaban llenas de una sensualidad y de una alegría que podían dar paso a la concupiscencia, sobre todo cuando las gitanas en su bailoteo enseñaban el arranque de sus muslos. Desde Felipe II a Felipe V, todos los felipes firmaron decretos contra la zambra. El cronista granadino Francisco Valladar, en 1890, escribió en su guía de Granada: "Las danzas y los cantos gitanos subsisten aún para desdicha del buen nombre de Granada". Los gitanos del Sacromonte eran tildados de pendencieros, aojadores y haraganes. Hoy, después de muchos de evolución y adaptación, la zambra ha quedado para entretener a los turistas en los tablaos montados en las cuevas. Nada que ver con la zambra que interpretaban sus ancestros. Y hay constancia de que Felipe VI ha acudido alguna vez a uno de estos espectáculos cuando era príncipe. La cosa ha cambiado mucho.
Las inundaciones
El barrio y sus cuevas sufrieron un varapalo con las famosas inundaciones del año 1963. Los habitantes se vieron obligados a abandonar sus viviendas debido a las fuertes lluvias que provocaron derrumbes y algunas muertes. Los tres meses seguidos lloviendo sin parar marcaron el destino del barrio. Los vecinos fueron ubicados en asentamientos creados ex profeso como el que dio lugar al barrio de la Virgencica y en otros lugares de la zona norte. Cuando los vecinos encontraron en sus nuevas viviendas grifos por donde salía agua corriente, bombillas que se encendían dándole a un interruptor y retretes para poder hacer cómodamente sus necesidades, ya no quisieron vivir más bajo tierra.
El barrio ya no sería el mismo. Los pocos vecinos que se quedaron quisieron darles otra utilidad a las cuevas. Algunas se convirtieron en tabernas (y hasta discotecas) que recibirían a pandillas de jóvenes con ganas de diversión y trasnochadores varios. Hasta que en 1978 un taxista fue muerto a navajazos por un atracador que le robó la recaudación del día. A partir de ahí el Sacromonte fue considerado maldito y ni los turistas se atrevían a ir por allí. Tampoco los granadinos osaban poner sus pies en el camino del Monte por considerarlo un sitio peligroso. Ahora la mayoría de las cuevas han sido convertidas en viviendas de alquiler para los turistas o lugar en donde contemplar un espectáculo flamenco. No hay tanta inseguridad, aunque en esa inagotable variedad de la vida, los pocos vecinos que quedan salen de vez en cuando en los periódicos para pedir más vigilancia policial en un intento de hacer más seguro su futuro. Lo que fue, ya no será.
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