La mujer, la limosna y el ciego de Granada

ADN Granada

Se cumplen cien años de la muerte de Francisco de Icaza, que consiguió componer una cuarteta que forma parte del mapa genético de la ciudad de la Alhambra

Al poeta mexicano se le ocurrieron estos versos cuando estaba de viaje de novios, pues hacía días que se había casado con Beatriz de León, una joven con raíces granadinas

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La placa en el jardin de los Adarves
La placa en el jardin de los Adarves / A. C.

Nunca cuatro versos han dado tanto de sí. No hay granadino que al menos no los haya recitado alguna vez en su vida ni foráneo que no los haya oído. Pertenecen a Francisco de Icaza, embajador y poeta mejicano, del que dijo Antonio Machado que tenía perfil de virrey. A este hombre se le ocurrió un poemilla que ha emocionado a millones de personas. Se había enamorado de una joven cubana con raíces granadinas llamada Beatriz de León y Loynaz, con la que se casó y con la que se iría a vivir a Madrid. Icaza casi doblaba en edad a su bella esposa, a la que, según se ha escrito, el mismo Alfonso XIII le tiraba los tejos, cosa bastante frecuente en el abuelo de don Juan Carlos I. Los cuatro versos famosos se le ocurrió cuando paseaba cerca de la Alhambra con su esposa. Estaban recién casados. De pronto un mendigo ciego se les acercó y les tendió la mano para pedirles una limosna. Entonces él le dijo a su esposa:

-Dale limosna, mujer…

Cuando Beatriz le dio unas monedas al ciego, el diplomático poeta improvisó el resto de la cuarteta:

-Que no hay en la vida nada/como la pena de ser/ciego en Granada

Enseguida sacó de su bolsillo un papel y un lápiz y escribió aquello que se le había ocurrido. El verso brotó espontáneo y sonaba muy bien. En realidad, había compuesto la estrofa más famosa que se haya escrito sobre la ciudad de la Alhambra. Su famosa cuarteta la integró después en un libro de poemas que se llamaría Cancionero de la vida honda y de la emoción fugitiva.

Francisco de Icaza
Francisco de Icaza / A. C.

Pero… ¿quién era Francisco de Icaza? Se sabe que pasó la mayor parte de su vida en España. Fue ministro plenipotenciario en Berlín y Madrid, a donde llegó tras el estallido de la Revolución mexicana en condición de exiliado. Icaza fue un perfecto conocedor de la vida y obra de Miguel de Cervantes y en 1901 fue premiado por su libro sobre las Novelas ejemplares de Cervantes. En Madrid frecuentaba tertulias literarias en compañía de Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset y Rubén Darío, entre otros famosos escritores de la época. En 1925, poco antes de morir, obtuvo el Premio Nacional de Literatura por su estudio en la obra Lope de Vega, sus amores y sus odios. Llegó a ser presidente de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid. En definitiva, un hombre culto y amante de la literatura del llamado Siglo de Oro.

La bella Beatriz

Del ciego que recibió la limosna se sabe muy poco. Parece ser que era el mismo del que habla Ángel Ganivet en su relato El Rey de la Alhambra, un viejo que además de ciego era sordo y que se hincaba de rodillas para pedir en la puerta de la Justicia. Pero sí se sabe de la mujer que inspiró a Francisco de Icaza los famosos versos. Como ya hemos dicho, se llamaba Beatriz de León y era tan bella que hacía girar el pescuezo a los viandantes allá por donde iba. Ella tenía 17 años cuando se casó con Icaza, que tenía 32. En la sección Ecos de Sociedad de El Imparcial del 27 de enero de 1985, se da cuenta del suntuoso baile organizado en casa de la marquesa de Squilache, tía de Beatriz. "Una bella cubana se destacaba en primer término entre aquel conjunto de hermosuras: la señorita Beatriz de León atraía todas las miradas, no llevaba ni una flor, ni una joya, pero su espléndida belleza, de líneas clásicas, se destacaba de entre la seda y las gasas azules de su traje, como se destacan las figuras de los ángeles, entre fondos de nubes que circundan las concepciones de Murillo". Ahí es ná. La pretendían muchos debido a su posición y su belleza, pero fue el poeta mexicano quien se llevó el gato al agua, como aquí se dice. Icaza era menudito y muy elegante y su barba puntiaguda recordaba a los personajes de El Greco en el cuadro El entierro del Conde de Orgaz, según manifestaba el escritor granadino Melchor Fernández Almagro, que tuvo amistad con él.

Carmen de Icaza y Gallego Burin en la inauguración de la placa
Carmen de Icaza y Gallego Burin en la inauguración de la placa / A. C.

Beatriz había nacido en La Habana y era hija y nieta de una estirpe de oficiales de Caballería, maestrantes de Granada, y sobrina de la marquesa de Squilache, fundadora de la fábrica del Pilar de Motril. Pero, además, su bisabuela paterna, María de los Dolores Navarrete, había nacido en una calle céntrica de la capital granadina. Beatriz siempre destacó entre la alta sociedad madrileña, en la que «brilló por su inteligencia y simpatía». Fue dama de la Real Orden de la Reina María Luisa y era frecuente ver su nombre entre las audiencias del rey y en las aristocráticas fiestas de las que puntualmente informaban periódicos como Abc. El matrimonio tuvo cinco hijos, Carmen, Ana María, Francisco, Sonsoles y Mari Luz que falleció en 1922 a los 18 años. Tres años más tarde, en 1925, moriría en la capital de España Francisco de Icaza.

La placa

Cuando fue nombrado director general de Bellas Artes Antonio Gallego Burín, una de las cosas que hizo fue pedir que se grabaran esos versos en una placa de mármol para ponerla en la muralla que hay cerca de la Puerta del Vino de la Alhambra. A esta puesta de placa vino la hija del poeta mexicano, la escritora Carmen de Icaza, quien habló de su padre y de su querencia por Granada. Carmen de Icaza era colaboradora en los periódicos YaABC y de la revista Blanco y Negro. Además, fue autora de novelas rosas que se vendieron como churros en los años inmediatos a la postguerra. De su novela Vestida de tul se vendieron 10.000 ejemplares en una semana. Tiene una calle dedicada en el barrio del Zaidín. Según las crónicas de la época, en esta inauguración dijo que las evocadoras sílabas del nombre de Granada tenían para ella una "fabulosa resonancia de cuento y prodigio". También recordó que su padre, aun siendo adolescente, se había creado la visión de Granada como la de un "paraje mágico, de un lugar de ensueño que un día iría a conocer". Lo hizo por primera vez a la edad de veinte años y volvió en viaje de novios con Beatriz. Fue en ese viaje de novios, como queda dicho, donde Icaza se le ocurrió ese poema. El poeta malagueño Salvador Rueda escribió años después otro poema en el que deja patente lo que no pudo ver el ciego de Granada: “quedan los ojos perplejos/ de tanta luz admirados/ al ver lanzar sus reflejos/ los finos alicatados/ y los vivos azulejos". Pobre ciego.

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