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La emperatriz Eugenia de Montijo

Nació en primavera en la calle Gracia número 12. "Esta niña será más que reina". Se le recuerda como a una mujer guapa, elegante, culta, muy inteligente y algo liberada. Pocas veces vino a Granada; aparecía más por Málaga en su yate 'El Águila', la tenemos en la Avenida de la Constitución, tan serena, gallarda y elegante, con el traje verde que llevó a la inauguración del Canal de Suez

1. La emperatriz, en la Avenida de la Constitución. 2. Retrato de Eugenia de Montijo. /Reportaje Gráfico: José Luis Delgado

14 de marzo 2011 - 01:00

LO dijo una gitana: "esta niña será más que reina". Y lo recordaba la letra de la canción y la película Violetas Imperiales de 1952, refiriéndose a la gitana Violeta. Sabes que ya no habrá primavera / si no estás aquí violetera… / piensa que en esta corte francesa / eres más que gitana princesa.

Dicen que la vida y el destino de esta granadina del barrio de la Magdalena estaban marcados desde el día y en las circunstancias en que tuvo lugar su nacimiento. Allá por la primavera de 1826 ocurrieron en la ciudad varios movimientos sísmicos que obligaron a los granadinos a pasar más de una noche a cielo abierto. Aquellos acomodados que se lo podían permitir utilizaban improvisados campamentos en sus huertos y jardines, plantando tiendas de campaña.

Precisamente fue así, en una noche de mayo, vivaqueando la familia en su huerto de la calle Gracia número 12, vino al mundo aquella niña, la hija, dicen, de D. Cipriano Guzmán, a la que llamaron "la bien nacida", Eugenia. Tal vez fuera su padrino Eugenio, Conde de Montijo, el que le pusiera el nombre.

No es la primera emperatriz marcada por el destino de los terremotos en Granada; todos recordamos el miedo que pasó la bella Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, cuando vino de viaje de novios. Pero los seísmos no le impidieron engendrar aquí al futuro Felipe II, puede que incluso ayudaran.

A pesar de su accidentado nacimiento y de los sufrimientos que padeció Eugenia junto a su marido, el emperador Napoleón III, vivió nada menos que 94 años y se le recuerda como a una mujer guapa, elegante, culta, muy inteligente y bastante liberada.

Las cosas en aquella España del ignorante Fernando VII no estaban para muchos alardes culturales. Por eso su formación la obtiene entre París y Londres, puesto que en Granada apenas vivió tres o cuatro años, aunque ella recuerda con frecuencia su infancia entre nosotros.

La elegancia y el estilo de la bella Eugenia se pusieron de moda en la Corte de París; hacía gentes en los bailes del Elíseo y no debieron faltarle pretendientes y hasta amigos íntimos; y un 30 de enero de 1853 se cumplió la profecía de la gitana. En la Iglesia de Notre-Dame se casó con el emperador Luis Napoleón Bonaparte, al que tampoco le faltaban amiguitas.

Aunque pocas veces vino a Granada; aparecía más por Málaga en su yate El Águila, ahí la tenemos ahora en la Avenida de la Constitución, tan serena, gallarda y elegante, con el mismo traje verde que llevó a la inauguración del Canal de Suez y con el porte de emperatriz de un imperio que no supo defender Luis Napoleón, ni en la guerra franco-prusiana, ni en la de Crimea, ni en México. Cayó el Segundo Imperio francés; Napoleón III murió exiliado en Inglaterra en 1873 y dejó 20 años viuda a nuestra paisana. Para colmo, seis años después los zulúes sudafricanos asesinaron a su único hijo Eugenio. Cansada, operada de la vista por el Doctor Barraquer y con el pelo mutado por el tiempo de pelirrojo a blanco, se retiró a Biarritz, la ciudad que engrandeció con su presencia.

Tuvo tiempo de financiar la apertura del Canal de Suez y hasta de ponerle alcantarillas a los franceses, que buena falta les hacían.

Así decía la popular letra de la canción Eugenia de Montijo que escribió Rafael de León para Cocha Piquer: Eugenia de Montijo / qué pena, pena, / que te vayas de España / para ser reina. / Por las lises de Francia / Granada dejas, / y las aguas del Darro / por las del Sena. / Eugenia de Montijo / qué pena, pena.

De la mugrienta lápida que recuerda su lugar de nacimiento en la calle Gracia mejor ni hablo; pero una céntrica calle, junto a Pedro Antonio de Alarcón, lleva su nombre y ha vuelto a Granada de la mano del escultor Miguel Barranco en la Avenida de la Constitución, donada a la ciudad por Cajasur.

Ahora que se acerca la primavera, la veremos más cercana paseando a su vera.

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