Enrique Villanueva Cañadas: el ojo clínico pericial
Pasado con presente incluido
Catedrático de Medicina Legal, lo ha sido todo en esta disciplina; desde director de Departamento durante 30 años a presidente de la Academia Internacional
Creó una escuela en la que se han formado gran cantidad de forenses
Le gusta el golf y el Real Madrid
Enrique Villanueva Cañadas tiene una historia que contar y que sucedió cuando era niño. Trata de cuando unos supuestos maquis secuestraron a su padre, médico de Rubite, y pidieron por el rescate 46.000 pesetas.
Él tenía seis años, pero dice que lo recuerda con mucha nitidez. Que recuerda el afán de su madre por recaudar algún dinero en el pueblo para hacer frente al rescate y la inquietud de toda la familia por la suerte que podía correr el facultativo.
Me cuenta Enrique que su madre consiguió recaudar de la vecindad un dinero –por supuesto no las 46.000 pesetas, que en aquella época era un capitalazo– y fue a entregarlo a los secuestradores a un lugar determinado de la Sierra de Lújar. Me cuenta también que unos cazadores que había por allí lograron identificar al secuestrado cuando estaba con los secuestradores y que se liaron a tiros con ellos.
En ese momento los supuestos maquis liberaron al médico y se fueron con el dinero que había recaudado su madre, con un reloj y una manta. “Yo por eso siempre he intentado desmitificar el fenómeno maquis. Habría quien estaba huido por problemas políticos o ideológicos, pero la mayoría eran delincuentes que huían de la justicia por otros motivos”, dice Enrique, que tiene viva la esperanza de contar por escrito aquella historia sobre su padre.
Enrique Villanueva Cañadas es un referente nacional de la Medicina Legal. No hay nada que desconozca de esta materia, donde lo ha sido prácticamente todo: catedrático, presidente de la Academia Internacional, presidente de la Comisión Nacional, director del Departamento…
En su currículum, extenso como un desplegable, tiene anotado que ha sido decano de la Facultad de Medicina entre 1981 y 1984, que ha sido presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Andalucía Oriental desde 1996 hasta 2004 y que es el único español que posee el Premio Internacional a la Investigación Médico Legal Bucheri la Ferla. También es Doctor Honoris Causa de la Universidad de Coimbra, ha sido presidente de la Comisión Deontológica del Colegio de Médicos de Granada y es vocal de la misma en el Consejo Andaluz de Colegios Médicos.
Eso sin contar con otros premios y méritos que darían para rellenar una página de periódico. Por estos méritos consideré que Enrique Villanueva Cañadas podría ser un candidato ideal para entrevistar en esta sección dominical sobre personas que tienen un pasado que contar.
El médico de Rubite
Me recibe Enrique en su despacho de la calle Trajano. Sentado en una butaca enfrente de mí, lo veo en su estado natural, rodeado de libros, informes, diplomas y fotografías de sus hijos y sus nietos. En un momento determinado, Enrique puede pasar por una persona que da muestras de esa suficiencia que adquieren los triunfadores, pero hablando con él, navegando por el proceloso mar de los recuerdos, uno se da cuenta de que la arrogancia no está entre sus defectos y de que, al fin y al cabo, todavía es aquel niño que está esperando noticias sobre el secuestro de su padre.
Tiene Enrique el porte de un senador romano, de aquellos que se levantaban y todo el mundo tenía que escuchar lo que dijera. La voz segura y firme, los ojos con el brillo que da la experiencia y un rostro que no dejar de ser común, pero con ese gesto de persona que no se ha arrepentido de la profesión que eligió.
–Nací en 1940 en Órgiva. Mi padre era el médico de Rubite, allí le cogió la guerra civil. Mi abuelo, el padre de mi padre, era farmacéutico en Órgiva y alcalde de derechas en esa ciudad cuando empezó el conflicto. El río Guadalfeo era el que separaba la zona republicana, donde estaba mi padre, de la zona nacional, donde estaba mi abuelo. Y eso solo a unos pocos kilómetros de distancia. Mi padre llegó a ser comandante del ejército republicano y estuvo como médico en Adra. Un día le regalaron un saco de azúcar, de la fábrica en la que estaba destinado, y con ese saco de un producto tan cotizado en aquel tiempo pudo sacar de la cárcel a su hermano, que estaba preso porque le habían encontrado unos recortes del ABC. Mi padre fue uno de aquellos cinco mil ‘rojos’ que en 1939, cuando estaba acabando la contienda, se pasaron al bando nacional. Estuvo en un campo de concentración y al final fue rehabilitado. Y entonces nací yo, el 29 de enero, un día de mucho frío.
La infancia de Enrique Villanueva corresponde a plena posguerra. Durante esa etapa de privaciones él, como niño despierto que era, oyó todo lo que tenía que oír y vio todo lo que tenía que ver. Las historias de maquis sobrevolaban todos los ambientes, sobre todo desde el episodio de su padre.
–Oía muchas historias del Cura de Cáñar porque una de las partidas que obedecían a este hombre fue la que secuestró a mi padre. Estoy convencidos de que los maquis existieron hasta que Franco quiso porque así, de alguna forma, nos tenía entretenidos. Era algo ficticio e irreal porque la mayoría de los maquis no eran personas que luchaban contra el fascismo como querían hacernos ver, sino que habían encontrado una manera más de supervivencia.
Hasta los seis años Enrique vivió en Rubite. En 1946 su familia se trasladó a Órgiva. Enrique me lo cuenta sin parar de hacer circular su silla giratoria en la que está sentado.
Está retrepado sobre ella y su imagen parece proyectar el molde exacto de la satisfacción personal. Estudió en la escuela pública e hizo por libre el bachiller, primero en el Padre Suárez y luego en Los Escolapios. Hasta que en 1957 se vino a Granada para estudiar lo que se llamaba el selectivo de Ciencias.
–Aquello era una escabechina, aprobaban solo el cinco por ciento de los examinados. Yo lo logré y después ingresé en Medicina, cuando la carrera era de siete años. Estuve en el Isabel la Católica. Luego hice Clínicas y fui alumno interno por oposición, lo que hoy se puede decir que es el MIR. Me formé con Arsacio Peña. Yo era el encargado de 16 camas en el Clínico, que por aquellos años tenía un prestigio enorme.
Se licenció en Medicina y Cirugía en la Facultad de Medicina de Granada en 1964 con premio extraordinario. Las circunstancias por las que Enrique se interesó la Medicina Legal tienen que ver con que fuera nombrado forense de Órgiva el doctor Juan Antonio Gisbert Calabuig, que sería también vicedecano de la Facultad de Medicina y catedrático de Medicina Legal.
–Mis conversaciones con el doctor Gisbert y el que a mí también me gustara mucho el Derecho, fue lo que hizo que me decantara por esta materia. Fui a ver a don Arsacio y le dije mis pretensiones. Él era un profesor que, aunque era de Anatomía Patológica, tenía una visión muy completa de lo que era la Universidad. Así que me dijo: ‘Villanueva, si usted se decide por la Medicina Legal, en 1973 podrá ser catedrático’. Él sabía que en ese año se iba a quedar vacante la plaza y me animó a apostar por la Medicina Legal. En el 71 hice la oposición a cátedra, pero no la saqué de milagro y la dejaron desierta. Fue en el 75, cuando estaba agonizando Franco, cuando la saqué con el número uno.
Disciplina apasionante
Como digo y todo el mundo sabe, en la Medicina Legal Enrique Villanueva lo ha sido todo. Es autor de más de 200 publicaciones sobre la materia y director de quince tesis doctorales. Tiene trece discípulos que son catedráticos y más de 60 médicos forenses se han formado en su escuela. Ha prestado servicios ininterrumpidos a la Universidad de Granada desde 1964 en los distintos escalones docentes, miembro del Claustro Universitario, Junta de Gobierno y Junta de Facultad en varias legislaturas. Hasta acabar de profesor emérito.
Ahora, después de tanto ajetreo en su vida, un día corriente para él comienza a las siete y media cuando se levanta y comienza a preparar sus conferencias, sus artículos periodísticos o sus pruebas periciales, esas que serán cruciales en un juicio. Enrique piensa que la Medicina Legal, en su parte doctrinal, investigadora, docente y forense, es apasionante. A él le llena esta disciplina plenamente, ya que su campo de acción va desde lo más objetivo, como es la física, a lo más subjetivo como es la criminología o la psiquiatría forense.
Cuando redacta un informe pericial sabe que son muchos y muy importantes los intereses en juego y que cada fracaso es también una frustración. Alguna vez le he oído decir que hay que vivir el momento en que con su informe pericial da ciertas esperanzas, por ejemplo, a un joven acusado de matar a su novia y el veredicto es 23 años de prisión. “Los peritos no ganamos los juicios, se suele decir, pero eso es una falacia, cuando te implicas esencialmente, y así debería ser siempre, un revés judicial te duele especialmente”, comentaba en una entrevista. Está convencido de que valor ético del perito se mide con la aceptación de la pericia. Y para él no se deben aceptar pericias que no se puedan defender, desde la ciencia y la desde la ética. Y cuando no está escribiendo o elaborado sus pruebas periciales, está con sus pasatiempos preferidos.
–Me gusta mucho el golf, que practico una vez a la semana. Pero en general todo el deporte. He practicado la caza, el fútbol y el tenis. Si me preguntas por mi equipo preferido, soy del Real Madrid. Pero más que del Real Madrid como equipo, de determinados futbolistas. Me gustan mucho, por ejemplo, Marcelo, Modric y Bale, aunque este último creo que ha sido un incomprendido.
En su vida personal, resalta que en 1967 se casó con María Luisa de la Torre, una compañera de estudios que hizo Oftalmología. Con ella ha tenido tres hijas, que a su vez le han dado siete nietos. La segunda de sus hijas siguió sus pasos y es médico-forense en Málaga.
–¿Sabes? En general me encuentro satisfecho con mi vida, tanto en mi ámbito familiar como en el profesional, donde he ocupado todos los cargos posibles en una especialidad como la Medicina Legal. Y estoy satisfecho porque nunca he hecho un programa electoral ni he hecho nada por ser elegido. He dejado creada una Escuela muy potente de donde han salido trece catedráticos y creo que he abierto la Medicina Legal moderna a otros campos como la genética o la toxicología médica. En fin. Además, me siento querido y respetado en mi profesión, que todavía ejercito cuando privadamente alguien requiere mis servicios. Este mismo miércoles tengo un juicio en Málaga.
–¿Te queda algo por conquistar en tu profesión?
–Pues mira, sí. Tengo un reto que está a punto de ser superado. La situación de la especialidad de Medicina Legal y Forense en España hasta ahora ha sido muy caótica. Son muchas las razones que justifican este caos y muchos los actores que hemos participado en este drama. Y lo peor es que es un tema muy fácil de resolver y es copiar el sistema de otros países. El principal reto de la Medicina Legal es conseguir que sea una especialidad más, como las otras, con su integración hospitalaria, con sus MIR, con sus plazas vinculadas. Si así fuera, se resolverían muchos de nuestros problemas actuales y de futuro. Al fin habrá que aceptar que los futuros médicos forenses saldrán de alumnos formados en las Facultades de Medicina, de los MIR y que será necesario que haya profesores que los formen. Pero ese problema está a punto de resolverse. Seguramente cuando salga publicada esta entrevista ya se habrá aprobado el decreto.
–La entrevista sale publicada el próximo domingo.
-¡Ah! Entonces no.
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