El español, el lenguaje de la paella

¿Es el español un lenguaje culto o cabe el riesgo de que llegue a ser el lenguaje de lo cotidiano?

Alicia Benarroch Benarroch Y Francisco González García

06 de noviembre 2018 - 02:31

A finales del año 2017, el Instituto Cervantes anunció que el español era la segunda lengua más hablada del mundo, detrás del chino mandarín, con un total de 572 millones de habitantes, de los cuales 477,6 hablantes originarios, lo que supone un 7,8% de la población mundial.

La realidad ha superado todas las expectativas respecto al número de habitantes que habla española. Los pronósticos de hace tan solo unos años, cuando el español era la cuarta lengua tras el chino, el hindú y el inglés, ya nos anunciaban que llegaría a la segunda posición del ranking, pero ello se esperaba ¡para el 2030 y no para el 2018!

El lenguaje hegemónico por excelencia de la ciencia es el inglés

Además de lo anterior, el español es la lengua materna en veintidós países y la segunda lengua más hablada en otros (EEUU). A pesar de esta dispersa implantación espacial, es una lengua relativamente homogénea (en su gramática, léxico y ortografía). Es cercana, por su origen latino, a otras lenguas social y culturalmente relevantes (francés, portugués, italiano), cuyos hablantes pueden aprenderla o comprenderla con relativa facilidad.

Y, por todo ello, el español es la segunda lengua más aprendida por los hablantes de otras lenguas. En definitiva, no cabe duda de que el español goza de muy buena salud demográfica y social. Su potencia parece ser sólida y confiable. Pero… ¿Se puede decir lo mismo del español como lenguaje del conocimiento científico-tecnológico? ¿Es el español un lenguaje culto o cabe el riesgo de que llegue a ser el lenguaje de lo cotidiano, de campo y playa, o de la paella?

El lenguaje hegemónico por excelencia de la ciencia es el inglés. Incluso un 98% de las publicaciones del CSIC, la principal institución pública dedicada a la investigación en España, están escritas en inglés. Esta fue la conclusión de un trabajo del grupo ACUTE dirigido por María Bordons en el que se indagaba en la base de datos internacional Web of Science entre 2011 y 2016. Anteriormente, entre 2005 y 2010, otro estudio bibliométrico de la Fundación Telefónica, revelaba conclusiones similares sobre el porcentaje de trabajos escritos en inglés.

¿Cómo es posible tanto contraste? ¿Desde cuándo y cómo el inglés se ha impuesto sobre los restantes lenguajes en general, y sobre el español en particular, relegándolos al ámbito de lo cotidiano?

Hagamos un poco de historia. Desde el siglo XIII se inició la traducción de los textos griegos y latinos, siendo España pionera, con la obra de Alfonso X, en reconocer el castellano como lengua propia diferenciada del latín. En los siglos XIV al XVI, los reyes impulsaron el uso de las lenguas romances para apoyar la autonomía de su poder frente al Imperio y el Papa que utilizaban el latín. Ya vemos que el uso político de la lengua viene de muy atrás. La aparición de la imprenta favoreció que más gente conociera las lenguas nacionales aunque de forma muy limitada para la mayor parte de la población. Por el contrario el pensamiento científico siguió expresándose en latín, principalmente por dos razones: ya había una terminología científica en latín y era difícil recrearla en las lenguas propias y sobre todo porque las universidades estaban en poder de la Iglesia y usaban el latín. Solo aquellos que aceptaban la ortodoxia religiosa podían tener conocimientos y acceder a la ciencia establecida, todo ello en latín.

Así, el latín fue el lenguaje culto por excelencia hasta principios del siglo XVIII. En este idioma, Isaac Newton escribió los Principia y en latín, Galileo se carteaba con Kepler. Sin embargo ya desde el siglo XVI las lenguas nacionales se fueron asentando y se impulsó la creación de terminologías científicas propias. Se dieron dos patrones básicos: en las lenguas romances y el inglés se optó por la adaptación o transliteración de las palabras latinas, pero en alemán y ruso se prefirió por la traducción del vocablo. Ya en el siglo XVII el latín está en retroceso y solo mantiene su hegemonía en los estudios religiosos. En el siglo XVIII el impulso de los nuevos conocimientos políticos, el proyecto de la Enciclopedia de Diderot, y las Academias Nacionales fundadas entonces rematan la tarea. De todas las lenguas nacionales es el francés el que en el siglo XVIII se impone como la lengua más dominante en la ciencia, de mano del poder político de Francia, y se mantiene en parte del siglo XIX.

Ese dominio del francés es muy fuerte en España cuya vida política se liga profundamente a la francesa durante todo ese tiempo. En el resto de Europa, la decadencia del poder francés y la emergencia de Alemania llevan a un progreso del alemán como lengua de comunicación para los progresos científicos del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. En el siglo XX, tras la fuga de cerebros de Alemania a EE.UU desde 1936 y la emergencia de ese país como potencia mundial, el inglés se convierte en la lengua universal de la ciencia, pero con la particularidad de que es un inglés hablado mayoritariamente por no americanos y no anglófonos.

Estos movimientos desde el latín al francés, al alemán e inglés, tienen sus reflejos en los sucesivos planes de estudio de las universidades españolas y posteriormente en la enseñanza general de la población.

Durante todo este devenir histórico, el español se ha defendido bien. Aunque no ha sido el lenguaje de la generación del conocimiento, sí que ha sido capaz de traducir y adaptar el léxico y las expresiones necesarias para su difusión. Sin embargo, en las dos últimas décadas, la situación ha empeorado rápidamente. Se dice que nacen cada año 4000 nuevos conceptos. A este ritmo, la capacidad de traducir al español los nuevos conceptos y expresiones es mucho más lenta que la producción de nuevo léxico, por lo que éste finalmente queda cristalizado en el idioma en que se generó (se aprecia particularmente en tecnologías informáticas: cliquear, tuitear, resetear…).

Hay iniciativas aisladas en marcha que tratan de ayudar al apoyo y difusión del español como lengua de conocimiento especializado. Vale la pena citar alguna de ellas. Así, La Real Academia de Ingeniería ha desarrollado un diccionario de términos técnicos: http://diccionario.raing.es; el CSIC ha desarrollado el Corpus Iberia, para el "estudio, apoyo y difusión del español como lengua de conocimiento especializado" http://iberia.cchs.csic.es/cgi-bin/iberia.cgi; o la iniciativa MEDES de la Fundación Lilly, (Medicina en Español), https://medes.com/Public/PublicationsResults.aspx?term=e797f 87hhcWpRQA%3d.

Son iniciativas interesantes que hay que apoyar, pero si no las interrelacionamos y complementamos con otras, con carácter de urgencia, seguirá existiendo la amenaza de ver convertido el español en el lenguaje de la paella.

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