Plaza Mariana Pineda: La estatua que tardó cuarenta años en llegar al pedestal
El ADN de Granada
En la plaza hay una cafetería centenaria, un quiosco con colas permanentes para comprar el pan y una sala que te permite soñar que estás en el Orient Exprés recorriendo Sierra Nevada
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Posiblemente ningún otro lugar de Granada escenifique con tanta literalidad las tensiones entre lo nuevo y lo antiguo. Esa parte de la plaza donde hay edificios con apartamentos de diseño pulcro y esa parte que lleva a callejas con varios siglos a sus espaldas. Y posiblemente ningún otro lugar de Granada tenga ese aroma especial de rebeldía y revolución. Allí, en la plaza Mariana Pineda, está la estatua de esa heroína que el 26 de mayo de 1831 murió en el garrote vil a causa de su compromiso con la causa liberal y contra el absolutismo de Fernando VII. Los granadinos sienten admiración por Marianita Pineda por preferir morir antes de delatar a sus compinches liberares. Podemos ser malafollás, pero nunca chivatos, se dicen los granadinos al tener como ejemplo a esa mujer cuya vida estuvo condensada en seis palabras: amor, persecución, clandestinidad, proceso, prisión y cadalso.
La historia modela lo que la plaza significa, lo que su espejo muestra del devenir de tantos momentos cruciales para una ciudad. Estamos en tiempos en que se suprime la Constitución de 1812 y se implanta en España el absolutismo. Se recortan las libertades, la Iglesia recupera sus privilegios y se restaura el régimen señorial y represivo del primer periodo absolutista. Mariana Pineda, viuda y con dos hijos, de firmes convicciones liberales, acoge en su casa a todos aquellos que estaban en desacuerdo con el régimen absolutista impuesto por Fernando VII y abandera las ideas liberales en su ciudad. Un tal Ramón Pedrosa, que hacía de policía, de juez y de malo de la película, le tira los tejos y al no conseguir los favores que perseguía de la viuda, la implica en el bordado de una bandera subversiva que llevaba el lema de Libertad, Igualdad y Ley. Fue mitad celos y mitad mala suerte. Sería arrestada en el Beaterio de Santa María Egipciaca con la promesa de dejarla libre si daba los nombres de sus camaradas liberales en Granada. O eso o el garrote vil. Mariana Pineda eligió lo segundo.
La idea de ponerle una estatua en aquella plaza –que antes llevaba el nombre de mi pueblo, Bailén– fue aceptada por las Cortes en 1836. Pero no fue hasta 1873 cuando se colocaría la estatua en mármol de Macael, obra de los escultores Miguel Martín y Francisco Morales. Casi cuarenta años tardó la estatua en llegar a su pedestal. Cuando algo se demoraba más de la cuenta, los granadinos decían: “Eso va a tardar más que la estatua de Mariana Pineda”. La sufragaron el Ayuntamiento y la Diputación. No a todos les pareció bien el que fuera en ese lugar. El intelectual José Mora Guarnido, escribió entonces sobre la plaza. “Es una plazuela vulgar, la más vulgar de las plazoletas granadinas sin perspectivas y sin gracia y en el centro una mala estatua de mármol que pretende representar a la pobre Marianita en la figura de una gordezuela matrona roma”. También Gómez Moreno dijo que había sido un diseño poco acertado. Tal vez por críticas como estas, decidieron adecentar el sitio y pusieron una verja de hierro y un pequeño jardincillo con arriates de pensamientos y palmeras incluidas. Ahora sí Mariana parece la reina de la plaza. Las estatuas dan prestancia al sitio, pero ésta más porque está dedicada a una mujer admirada. Grandes creadores como García Lorca y Martín Recuerda la han inmortalizado en sus obras.
El chocolate con churros
Otro emblema de aquella plaza es el Café-bar Fútbol, que poco a poco ha ido adueñándose el espacio público hasta convertirse en una de las terrazas más amplias y visitadas de Granada. El local lleva funcionado más de cien años (102, según reza en el dorsal de los camareros) y en sus mesas se han sentado actores que actuaban en el Teatro Cervantes, cabareteras del Montillana, putas de la Manigua, limpiabotas en espera de clientes, estudiantes al salir de un examen, jóvenes que volvía de una noche de marcha y futbolistas, muchos futbolistas. De ahí su nombre. Hoy reatas de foráneos y turistas se acercan todos los días a tomar ese chocolate con churros convertido en el reconstituyente más eficaz a la hora de matar el hambre.
–Hubo un tiempo en el que el Café-Fútbol era como las funerarias, nunca cerraba. Allí se podía ir a tomar churros a las cinco de la mañana. Pero los tiempos cambian –dice Fernando, cliente mañanero.
Y es verdad. A mí, personalmente, cada vez que voy por allí el pensamiento me retrotrae a aquellos tiempos en que las noches pertenecían a cuatro profesiones que empezaban por ‘p’: putas, periodistas, policías y panaderos. Cuando terminábamos el periódico, a eso de las cuatro o las cinco de la madrugada, íbamos al Fútbol a buscar el aroma del primer café de la mañana. Y allí estaban los representantes oficiales de la noche. En tiempos más recientes recogía las voluntades de los que regresaban del botellón o de las noches en blanco. El establecimiento tiene el germen en una modesta tienda de leche. Fue en 1922 cuando se creó la cafetería como tal. Quien lo regenta actualmente es la cuarta generación del precursor: Antonio Suárez Rodríguez. Y, visto el éxito del establecimiento, hay chocolate para rato.
Mariana Pineda, que tiene tirón también para las palomas, observa todos los días desde su posición privilegiada el devenir de la plaza. Ve a Geni (Eugenia) vender su pan de Alfacar desde ese quiosco en el que es difícil no ver una cola. Y ve a Emilio, que es el que regenta ahora el quiosco de prensa. Antes estaban Pepe y Kubala, que voceaba los periódicos por las calles y hasta las noticias más importantes que iban en primera página. Y antes que Pepe y Kubala, su madre Carmen. Mariana ya ha visto a varias generaciones de vendedores de periódicos. También la estatua ha sido testigo de la demolición de la casa de la Tortajada y de la remodelación de la calle Ángel Ganivet en tiempos de Gallego Burín. Los negocios de hostelería también han florecido en la plaza. Javi es un empresario al que le gusta la esquinas y le pone su nombre a sus negocios de pescadito frito: La esquinita de Javi. En la plaza hay dos. También está desde hace relativamente poco tiempo la Sala Premier, donde se puede escuchar música en directo y te permite tomarte cómodamente una cerveza pensando que vas en el Orient Exprés o que estás en la celda de Hanníbal Lecter. Un buen sitio para soñar, que al fin y al cabo es de lo que se trata. Como soñaba Marian Pineda con la libertad.
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