Fallece Antonio Luis Gallardo, "el niño de Laurica" que escribió más de 1.000 cartas a los periódicos

Obituario

El Miura que más fuerte le embistió, le dejó malherido y terminó dándole la última estocada, fue el desgraciado cáncer, aunque paradójicamente él decía ser cáncer, vehemente y apasionado

Antonio Luis Gallardo Medina / G. H.

04 de agosto 2024 - 13:17

Antonio Luis Gallardo Medina, habitual escritor de cartas al director de Granada Hoy, falleció la semana pasada a causa de una enfermedad. "Nos dejó el niño de Laurica, el que nació en la calle Cristo de Salobreña, al que crio su abuela Laura, pero veneró a su madre hasta que esta se fue siendo él demasiado joven".

Su viuda y sus hijas, Julia Tijeras, Laura y Marga Gallardo, han destacado que Laurica, su madre, fue una de las personas a las que más añoró durante toda su vida. "Siempre nos hablaba de sus manos prodigiosas para cuidar de las plantas, para criar toda una estirpe de esplendorosos canarios o para preparar la mejor calabaza frita jamás probada". Él heredó las dos primeras, pero nunca sabremos si el talento por la cocina también lo tenía, porque siempre se centró en el deleite de comer todo lo que no debía: una manta de tocinillo, una buena fuente de choto, unas migas maridadas con morcilla picante o un merengue con el que pringarse toda la barba. No recordamos ni una sola vez en la que nos hablara de su madre sin soltar unas lágrimas. Esa herida nunca consiguió cicatrizar.

En un Corpus, un año después de despedirla, conoció al gran amor de su vida: su Julia, natural de Olula del Río, que le vincularía estrechamente con esta provincia. Él en aquel entonces era un titiritero comunista que dormía con la vietnamita escondida debajo de la cama y angustiado por el miedo de que lo pillaran y lo llevaran preso. Detrás de su gran barba, brillaban sus preciosos ojos color caramelo donde se podía leer claramente: "pasión por la vida".

"Después llegamos nosotras, sus hijas, y sus dotes de titiritero le servían para hacernos terminar las lentejas que se nos hacían cuesta arriba. Y como buen amante de la poesía y el teatro, nos fabricaba personajes y escenarios para hacernos dormir, pero nunca consiguió llegar despierto al último acto. Nosotras salíamos del cuarto y anunciábamos: ya se ha dormido papá", han destacado.

Algo que adoraba eran nuestros veranos en Salobreña. Todas las mañanas seguía un riguroso ritual; periódico, sombrero, se sentaba en el escalón de la puerta de sus padres y comenzaban las charlas con los vecinos y amigos. Luego un bañito en su querido Peñón de Salobreña y corriendo para el chiringuito La Bahía, donde pedía un tinto de verano y una cerveza a la vez. El primero para bebérselo del tirón y la segunda para acompañar a un riquísimo pulpo en salsa. Entonces ya empezaba a prepararse para uno de sus momentos favoritos: la siesta. Imperdonable, incuestionable y sagrada. No importaba que hicieran cuarenta grados a la sombra y sí que fuera de al menos dos horas.

"Cuando llegaron los nietos vimos algo insólito en él. De repente desarrolló la capacidad de saltar y tirarse al suelo a jugar con ellos, aunque luego tuviera que llamar a su Julia para que lo remolcara como a una ballena varada y no faltaba su disfraz de Papá Noel todas las navidades. Luego la vida le fue dando varias cornadas profundas".

Tuvo que despedir a muchas personas importantes para él. Pero el miura que más fuerte le embistió, le dejó malherido y terminó dándole la última estocada fue el desgraciado cáncer. Paradójicamente, él decía: "soy cáncer, vehemente y apasionado". "Pasión y ganas no le faltaron en esta batalla. Cuando nosotras desfallecíamos él siempre salía a nuestro rescate diciendo: no os preocupéis que yo me voy a poner bueno", recuerdan sus familiares.

La enfermedad le regaló una jubilación forzosa y aunque al principio no le gustó mucho ese retiro anticipado, poco a poco fue buscando su sitio. Empezó a encontrar en la escritura su refugio. Cada mañana se sentaba en su escritorio, le pedía a Alexa su música de Serrat y empezaba a crear. Era su lugar feliz, su momento de conexión con su yo más profundo y así llegó a escribir más de 1.000 cartas a los periódicos que tan orgulloso le hacía. Y como un sueño, fue dando cuerpo a ese libro con relatos de su Salobreña que le animamos a escribir y que en 2022 pudo compartir con tanta gente y destinar sus beneficios a obras benéficas. Genio y figura, defensor de las injusticias, amigo fiel, el mejor marido, padre y abuelo, orgulloso salobreñero, un jubiloso jubilado..., en definitiva, una fuerza de la naturaleza.  

"Queremos terminar dando las gracias. Primero por todo el cariño que hemos recibido estos días. Ha sido realmente abrumador. Cientos de amigos, sus compañeros de trabajo, enfermeros, médicos y enfermos oncológicos, directores y periodistas de los diarios en los que colaboraba, toda la Huerta del Rasillo, sus paisanos, sus seguidores en redes y su familia. Y segundo, damos las gracias al Universo por habernos concedido el inmenso privilegio de haberlo tenido en nuestras vidas. Ya te has liberado de ese cuerpo maltrecho. Vuela alto. Nosotras seguiremos celebrando tu vida. Te queremos, nuestro héroe", concluye la familia.

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