El atlas celular humano
¿Por qué nos fascinan los dinosaurios?
Los conocimientos científicos se hacen populares tras pasar el filtro de los medios de comunicación. Los dinosaurios, un ejemplo de libro
Dado que voy a hablarles de unos seres vivos que desaparecieron hace muchos millones de años (o puede que no) no está de más que comience con algunas cuestiones que para muchos de nuestros jóvenes estudiantes les parece que ocurrieron, pues eso, casi en la prehistoria, cuando no directamente en la época de los dinosaurios. Aquellos que estudiamos la prehistórica EGB, esa etapa educativa del tardofranquismo que ha resultado ser la que mayor permanencia en el tiempo ha tenido, recordaremos sin duda una serie de dibujos animados denominada Los Picapiedra. Emitida en Estados Unidos de 1960 a 1966, llegó a España en 1967 y ocupó buena parte de los años en que se estudiaban aquellos cursos de educación general y básica. No sé si su objetivo era vendernos, subliminalmente, el acomodado modo de vida de la clase media americana con el coche utilitario familiar, sus cines de verano dentro de los tronco-móviles y los picnics en el jardín con un asado de costillas de brontosaurio. Recuerdo con mucho cariño cómo las máquinas y algunos de los electrodomésticos al uso eran presentados por la acción de animales, más concretamente por diferentes dinosaurios. El triturador de basura lo encarnaba algún tipo de pequeño dinosaurio carnívoro, la aspiradora era un mamut (por supuesto que esto era una licencia claramente equivocada), la maquinaria pesada donde trabajaba Pedro eran grandes dinosaurios herbívoros, los aviones algún tipo de pterosaurios, etc. La mascota de la familia Picapiedra era una especie de pequeño saurópodo llamado, no podía ser de otra manera, Dino. Dino era como un perrito pero bastante tontorrón. Inolvidable era la escena final donde la mascota dejaba fuera de casa a Pedro y este se veía amenazado por un tigre dientes de sable (otra licencia paleontológicamente poco correcta).
Valgan estos elementos de recuerdo televisivo como introducción al hecho sociocultural que quiero comentarles tomando como ejemplo a los dinosaurios. Los conocimientos científicos, extraídos de la investigación que realizan los investigadores, se instalan en el conocimiento popular tras pasar por el filtro de los medios de comunicación y también por las agencias de enculturación de la sociedad. El caso de los dinosaurios es un ejemplo de libro.
Los primeros descubrimientos de restos de dinosaurios que fueron interpretados de forma relativamente moderna ocurrieron entre 1820 y 1830. Los restos de los nombrados por entonces como Megalosaurus e Iguanodon fueron generando la idea de que antes de la existencia del hombre, en la era mesozoica, habían existido grandes reptiles terrestres de tamaños no alcanzado por ningún animal actual. Los descubridores de estos restos fueron naturalistas británicos que caracterizaron a estos animales como enormes lagartos. La popularización de estos enormes animales se produjo de mano del gran naturalista del siglo XIX, Richard Owen, que montó las primeras reconstrucciones en volumen de estos dinosaurios. Estos modelos de cartón-piedra se exhibieron en la Gran Exposición Mundial de Londres (1851); mostrando a los dinosaurios no como lagartos que se arrastraban sino como grandes reptiles de cuatro patas más próximos en sus acciones a los rinocerontes o elefantes africanos. La conciencia colectiva empezó a quedar fascinada ante la existencia de estos animales anteriores al diluvio, antediluvianos como se les describía.
El siguiente empujón hacia la fascinación por los dinosaurios llegó desde los Estados Unidos, pero desde un país que por entonces -mitad del XIX- solo tenía unas 30 estrellas en su bandera puesto que la mayoría de los territorios del centro-oeste estaban siendo arrebatados a los indígenas y los del Sur y la costa del Pacífico eran mexicanos o estaban sin explorar. Precisamente los indios americanos fueron los primeros en aportar restos de huesos a los naturalistas americanos que en sus exploraciones por el 'salvaje Oeste' buscaban restos de aquellos gigantes. Surgieron los cazadores de dinosaurios, aventureros que exploraban en busca de vertebrados fósiles. Hombres como Joseph Leidy, Edward Cope y Otheniel Charles Marsh actuaban como Buffalo Bill, cazando huesos, en la gran epopeya del Oeste. Y ciertamente que los encontraron por cientos, por miles, describiendo una multitud de formas que superaba a las pocas formas descritas en Europa. A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX se desencadenó una verdadera fiebre por los restos de dinosaurios; las grandes extensiones americanas encerraban multitud de yacimientos y los grandes museos de Pittsburg (Carnegie) y New York (Natural History) pagaban y organizaban expediciones. Hubo disputas académicas, escándalos y polémicas. Todo ello aireado por la prensa americana de la época, todo a lo grande como se hacía en aquel país en construcción. Y los paleontólogos americanos presentaban todos sus descubrimientos bajo un prisma muy distinto al de sus colegas europeos. Los dinosaurios no eran réplicas de lagartos o mamíferos como decían en el Viejo Continente. De la enorme diversidad de formas que estaban apareciendo se podía deducir que los dinosaurios habían sido un mundo alternativo de vertebrados, una forma diferente jamás conocida, otro mundo… como los Estados Unidos era otro mundo para los millones de europeos que emigraban a sus tierras. Ese era el mensaje que caló profundamente en la conciencia colectiva de los estadounidenses de las primeras décadas del siglo XX.
Hasta ese momento la fascinación por los dinosaurios emanaba de la información más o menos directa de los naturalistas y de su traslación por la prensa y las exposiciones públicas de los museos. También la literatura jugó un gran papel. Hay que centrar las fechas. En 1864 Julio Verne publica Viaje al centro de la Tierra. En esta novela, todo un manual de mineralogía para la época, se describe una lucha entre dos reptiles marinos (un ictiosaurio y un plesiosaurio). Con gran probabilidad Verne se inspiró en un libro ilustrado de Luois Figuier, La Tierra antes del diluvio, publicado un año antes y que intentaba explicar los datos paleontológicos del momento. Verne no habla de dinosaurios en su obra original, aunque las múltiples versiones visuales posteriores insisten en colocar dinosaurios en este viaje. Empero Verne coloca su relato en lugar casi imposible, pura fantasía. Será un gran escritor escocés el que colocará finalmente a los dinosaurios sobre nuestro planeta y en el momento presente. Con ello los dinosaurios se instalarán definitivamente en la imaginación popular a través de la literatura de aventuras. En El Mundo Perdido (1912) se plantea que los dinosaurios aún existen en algún lugar remoto de la selva amazónica y en una aventura científica se encuentran hombres y dinosaurios. La genial novela de Arthur Conan Doyle, el mismo creador de Sherlock Holmes, es la fuente de cientos y cientos de relatos derivados y sobre todo de las múltiples versiones de cine que han ido consolidando el encanto y la admiración por los dinosaurios. Pero esa es otra historia que se merece un premio muy especial.
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