El forense de momias que pasa consulta
El científico de la UGR Miguel Botella, que participa en la misión arqueológica de Qubbet el Hawa en Egipto, dedica su tiempo libre a atender a los enfermos de la zona
Asuán/Al caer la noche, el antropólogo español Miguel Botella cuelga el turbante azul que viste en la excavación arqueológica donde trabaja para ponerse la bata de médico. Durante un mes se convierte en el doctor de las aldeas del este de Asuán, cuyos habitantes esperan su llegada para que les alivie sus patologías. Cada día, sobre las 19.30 horas locales, da comienzo la consulta. Una ristra de gente se amontona en el salón de la entrada de una casa de cuatro pisos, situada enfrente del entramado urbanístico de Asuán y que acoge la misión arqueológica de Qubbet el Hawa, de la que forma parte Botella.
Esto sucede cada temporada, desde hace prácticamente una década, cuando la gente del pueblo se enteró de que Botella era médico, además de trabajar como antropólogo forense estudiando las momias en la excavación, que se remonta a la época faraónica.
A Botella le apodan en el pueblo como "Abu Digui", que para ellos significa "el hombre respetable con barba", que el médico luce con orgullo y que siempre manosea en cuanto se acerca a un paciente para realizar el diagnóstico. Un coche recoge al doctor para llevarle a una casa nubia del pueblo, donde una familia espera a Botella, para que atienda a un hombre sin apenas conciencia. Tras un diagnóstico negativo, lo único que pide es que le lleven inmediatamente al hospital. Dos días después, una llamada le anuncia que el paciente ha muerto.
"A veces es muy frustrante. Con los casos graves no puedes hacer nada. No tienen posibilidades porque no tienen dinero, porque no tienen dónde ir. Si consigues aliviarles el dolor ya estás haciendo algo", indica, y añade que, pese a todo, la experiencia es "enormemente positiva".
Una vez acabada la reunión en la que se encuentran los miembros del equipo arqueológico español de Qubbet el Hawa, liderado por la Universidad de Jaén (sur), Botella baja las escaleras para otra consulta. Esta vez viene un padre con su pequeño, totalmente dormido. El progenitor busca un remedio para que a su hijo le crezca la pierna izquierda, que fruto de una luxación congénita de cadera podría impedirle que siga caminando. La solución es que siga un tratamiento en la capital, El Cairo, a unos 1.000 kilómetros al norte de Asuán, aunque el padre asegura con la mirada perdida que no puede costearlo más, que ha vendido sus dientes y hasta su tumba. "Son experiencias que no tienen precio. Es una cosa enormemente difícil, pero tan gratificante que merece la pena", arguye, al agregar que no quiere que se lo agradezcan ya que esa es su labor voluntaria. "Por poco que hagas estás ayudando. Te cogen la mano y te dicen gracias. Y eso no tiene precio".
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