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Carmen Pérez
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Granada/En pleno corazón de Granada, en el mismo kilómetro cero de la malafollá, se encuentra la llamada Fuente de las Batallas, que un colectivo sin conocimientos patrimonialistas quiere renombrar simbólicamente como Fuente de la Paz. Digo sin conocimientos patrimonialistas porque el nombre de la fuente, al parecer, no se debe a ningún sinónimo de guerra o conflicto, sino a las batallas florales (con declamación de poetas incluida) que se daban en su entorno cuando estaba en la confluencia de los paseos del Salón y del Violón, allá por comienzos del siglo pasado, cuando presidía el Consistorio granadino Germán García Gil de Gibaja, que como era natural de Gabia la Grande, provincia de Granada, lo llamaban el alcalde de las ‘Siete Ges’. Fue en 1940, con motivo del embovedado del Darro, cuando fue trasladada al emplazamiento en el que se encuentra hoy. Gallego Burín quiso embellecer el solar que había dejado dicho embovedado y nada mejor que una fuente. Protagonista de todo tipo de acontecimientos a lo largo de los años, se ha convertido en un material primordial a la hora de analizar el ADN de Granada. Gran parte de la vida social de la ciudad gravita en el entorno de ella.
No se sabe bien de donde salió esta fuente. Gómez Moreno, en su esencial guía, la llama Fuente de la Reina y Molina Fajardo apuesta porque es una fuente que perteneció al convento de Belén, de los frailes mercedarios descalzos, que estaba en donde hoy están los llamados hotelitos de Belén y que en su día fueron casas de lujo de la gran burguesía granadina en el Realejo. Fue después de la desaparición del convento, consecuencia de la Desamortización de Mendizábal, cuando se instaló en el Paseo del Salón. Circula también la teoría de que el nombre de la fuente es mucho más antiguo. Algunos cronistas dicen que el nombre es el odónimo popular de un espacio en el que, en el siglo XVIII, se reunían las unidades de los ejércitos, a las que llamaban batallas. Cualquiera sabe.
Los estudiosos del arte dicen que la fuente, de estilo barroco, no tiene demasiado interés arquitectónico, aunque sí mucho valor sentimental por ser ese espacio que representa el paso del tiempo, de las costumbres y de las tradiciones. Recién acabada la guerra, el alcalde Gallego Burín hacía traer desde Motril decenas de miles de claveles con los que cubría las carrozas que participaban en el Día de la Cruz. Había un concurso y siempre ganada la de la Fábrica de Pólvora de El Fargue porque era la que más empeño le ponía en quedar vistosa. La parada más significativa del desfile era precisamente en la Fuente de las Batallas, que por aquellos años estaba rodeada de asfalto por donde podían pasar los vehículos.
La Fuente de las Batallas ha sido siempre ese sitio en el que todo sucede. Desde 1948 se organizaba en sus aledaños la llamaba Tómbola de la Caridad, que organizaba anualmente la Asociación Benéfica Constructora de Nuestra Señora de las Angustias. El propósito de la tómbola no era otro que recaudar dinero para financiar proyectos de vivienda social que llevaba a cabo dicha asociación, presidida por el arzobispo de la capital. Las llamadas ‘casas baratas’ de la Chana se hicieron gracias a esta tómbola. María Pilar Puertas, autora de La vivienda social en Granada de la posguerra, dice la estrategia de la Iglesia con este tipo de iniciativas no era inocente. “Contraria a las viejas identidades colectivas de la izquierda que habían derrotado durante la guerra, cuyos valores se basaban en la solidaridad y la igualdad, los organizadores de la tómbola trataban de realizar un acercamiento a las clases populares imponiendo su visión jerárquica de la sociedad y su modelo caritativo. La limosna que limpiaba la conciencia de los ricos y atenuaba la miseria de los pobres, pero salvaguardaba el statu quo”, dice Puertas.
Rafael Guillén, en su libro Tiempos de Vino y poesía, dice que en la Fuente de la Batallas era el punto intermedio y esencial de lo que se llamaban el tontódromo, ese lugar (desde el principio de Reyes Católicos hasta el final de la Carrera del Genil) al que, a mediados del siglo pasado, iban a pasearse los jóvenes con el fin de iniciar un rito que podía acabar en una relación. Eran paseos de ida y vuelta que se emprendían con el fin de conseguir una mirada o una sonrisa que te permitieran seguir en el empeño de un futuro idilio. “Al cruzarse los que iban para bajo le echaban el ojo a las que iban para arriba y viceversa en lo de para abajo y para arriba y en lo de ellos y ellas. Al final del paseo se giraba en redondo y vuelta a empezar”, dice el poeta. Si alguno había decidido abordar a la muchacha de turno, sería a la altura de la Fuente de las Batallas.
Esta hermosa fuente, que en los últimos años el Ayuntamiento ha procurado tenerla decente, se ha convertido en un punto de encuentro de todos aquellos colectivos que han tenido algo que decir: desde las campañas sanitarias a los mercados de artesanía o a los puestos con libros en determinadas épocas del año. Por no decir que se ha convertido en el punto de encuentro de los aficionados al fútbol. Todos aquellos hinchas tienen un sitio a donde ir cada vez que su equipo les da un alegrón, con la consiguiente preocupación de los munícipes, que se adelantan al acontecimiento vallando el perímetro para evitar el destrozo de la fuente y su base sembrada de pensamientos. Memorable fue la noche del 25 de junio de 2011 cuando se congregaron casi 25.000 personas para festejar el ascenso del Granada a Primera División. El equipo de la ciudad había estado nada menos que 35 años en categoría inferiores y el aficionado deseaba expresar su alborozo de alguna manera. La última celebración fue en junio cuando la selección española consiguió ser la campeona de Europa. Desde entonces no ha habido nada que celebrar.
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