El exorcista chapucero
Historias de Granada | El exorcismo de Encarnación Guardia
En 1990 la albaicinera Encarnación Guardia murió en una pantomima de exorcismo tras haber sido empalada y haberle hecho ingerir tres kilos de sal
Ella misma estaba convencida de que había sido poseída por Lucifer y pidió a un pastelero y a dos primas que se lo extrajeran
Granada/Lo mismo que hay fontaneros que los llamas para que te arreglen un grifo y te provocan una inundación, hay exorcistas a los que llamas para que te saquen el demonio del cuerpo y te pueden provocar un desastre. Eso es lo que le pasó a una vecina del Albaicín que pretendía que un pastelero del Zaidín y dos primas suyas le extrajera del maligno de su interior. Murió la mujer tras haber sido empalada y obligada a beber agua con ingentes cantidades de sal. Hasta tal punto aquella sesión fue una chapuza que cuando en el juicio una de las acusadas dijo que le habían extraído a la víctima una bola de carne del ano que se suponían que pertenecían al demonio, el fiscal le tuvo que aclarar que eran las almorranas de la supuesta poseída. Yo fui uno de los testigos periodísticos de aquel suceso que atrajo la atención de medios de comunicación de todo el mundo.
Ahora mismo tengo delante de mí la primera página de Ideal del día uno de febrero en el que hay una exclusiva periodística con titular terrible: "Una mujer de Haza Grande, en coma profundo tras ser sometida a un ritual satánico". La información que hay dentro, en la página de Sucesos, está firmada por Juan Jesús Hernández -conocido en el ambiente periodístico por Jota Jota- y por el que ven ustedes en la fotillo de arriba. En esa crónica se relata el caso de uno de los episodios más increíbles y espeluznantes de los que han sucedido en Granada en los últimos 50 años.
Aquella noche me pilló de cierre. Eran casi las doce de la noche cuando cogí el teléfono y una voz anónima me preguntaba si quería una primicia. Por supuesto le dije que sí. Decirle a un periodista si quiere una primicia es como decirle a un alcohólico si quiere un güisqui en una despedida de soltero. Entonces me contó que en el Ruiz de Alda había ingresada una mujer muy grave por un presunto exorcismo practicado en el Albaicín. "La han empalado y han hecho cosas horribles con su cuerpo", dijo la voz anónima. Era demasiado increíble como para no creérselo. Le pregunté quién era y enseguida me colgó. No lo dudé ni un instante. Cogí mi dos caballos y me fui al Ruiz de Alda. Pregunté en recepción de Urgencias y me dijeron que, efectivamente, una mujer estaba ingresada en la UVI con esas características. El informante anónimo no me había engañado. Me fui a la sala en donde esperan los familiares de las personas que están en la UVI.
Allí había un hombre que se llamaba José Guardia. Era el padre de la víctima y lo que me contó fue una historia de horror en estado bruto, de esas que crees que no es posible que haya pasado y que te inducen a cerrar los ojos para imaginar que nada de lo que te cuentan ha sucedido. Y me lo contaba con el rostro ensombrecido y la mirada en el suelo, como queriendo encontrar un punto invisible para no desmayarse. La mujer que se debatía entre la vida y la muerte, su hija, se llamaba Encarnación Guardia Moreno y tenía 36 años. Estaba divorciada y tenía dos hijos. Según me contó el padre, el martes 30 de enero, su hija fue llamada por tres primas para participar en una casa de la calle San Luis, en el barrio del Albaicín. Me dijo también, con la voz quebrada por la indignación, que su hija había acudido a esa sesión sin saber exactamente a qué iba y que la culpa la había tenido un tal Mariano que había hecho de exorcista porque le había asegurado a su hija que tenía el demonio en el cuerpo y que, por lo tanto, había que sacárselo. Y que debido a las heridas sufridas durante el pretendido exorcismo su hija estaba en coma.
Llamé al periódico para reservar espacio en la primera página porque, sin duda, aquel suceso tenía enjundia. Jota Jota, que fue el que cogió la llamada, me dijo que había que conseguir más datos, además de las fotos. Y nos pusimos manos a la obra. Hablé con el médico de urgencias. Lo que me contó ha entrado dentro de los anales de los asuntos macabros de los que se llenan las páginas de sucesos de los periódicos. A Encarnación Guardia le habían hecho tragar una gran cantidad de sal y bicarbonato, sufría heridas muy graves con múltiples desgarraduras en la vagina y en el ano, además de numerosos hematomas producidos por el exorcista y otras tres personas en un intento de hacerle expulsar "los demonios" del cuerpo.
Jota jota se fue al Albaicín y consiguió hablar con un familiar cercano de la víctima que se llamaba Carmen. Esta le contó que al ver que Encarnación no regresaba a casa, fue a la de una vecina porque sabía que había ido allí. Cuando llegó se encontró un panorama desgarrador: Encarnación estaba en la cama totalmente desnuda en un gran charco de sangre. El exorcista, conocido por El Pastelero, le dijo que no le pasaba nada, que dentro de poco iba a reaccionar. Pero Carmen llamó a su hijo, liaron a Encarnación en un edredón y se la llevaron a Urgencias.
Cuando se publicó la exclusiva, Encarnación no había muerto. Estaba en coma. La noticia se publicó con fotos que nos había facilitado la familia. En la de la portada se ve a una mujer de rasgos hermosos, con unos enormes ojos castaños que parecían dibujados por alguien a punto de estar triste. En otra foto se la ve con el pelo rizado, pantalón ceñido y subida en una baranda, en su época de cuando estuvo de emigrante en Francia. Viendo las fotos te costaba entender cómo una mujer de esa fisonomía tan atractiva había acabado de esa manera.
Encarnación falleció a las pocas horas y entonces se supo el resto de la historia y quienes habían sido los protagonistas en aquel suceso, sin duda uno de los más funestos y macabros de la historia policial de Granada. Las televisiones y los demás medios acudieron como moscas a la miel. Con aquel suceso se escribieron en los días posteriores cientos y cientos páginas de periódicos y ocuparon decenas de horas en los telediarios y en los espacios informativos de la radio.
El principal protagonista había sido, como había dicho el padre de Encarnación, Mariano Fuentes Vallejo, un tipo con el coeficiente intelectual fácil de superar, pero con un gran poder de manipulación. Su madre había sido curandera y él había heredado sus presuntos poderes. Era pastelero de profesión, de ahí el mote que lucía cuando se le nombraba. A él acudían esas personas que eran proclives a creer que las enfermedades también se curan por arte de magia o por una simple imposición de manos. Por lo visto Encarnación lo había conocido en una visita que le había hecho a su tío Bernardo, el cual era 'paciente' del pastelero.
Las otras protagonistas y encausadas fueron la dueña de la casa donde sucedió el exorcismo, dos primas de la víctima llamadas Isabel, Enriqueta y una sobrina llamada Josefa. Todos colaboraron en el acontecimiento esperpéntico en el que Encarnación perdió la vida.
Manuel García Blázquez, médico forense, fue el facultativo que efectuó la autopsia del cuerpo de Encarnación. Él escribiría dos años después un relato novelado titulado El exorcismo del Albaicín. En él diría que lo que había acabado con la vida de Encarnación habían sido los tres kilos de sal que había ingerido. Y que los acusados habían entrado en una especie de "alucinación colectiva" que sufren a veces aquellos que creen hablar con los espíritus. También César Girón dedicó muchas horas a investigar las cuestiones misteriosas y extrañas, casi exotéricas, que rodearon el caso. Publicó un extenso trabajo sobre el mismo.
Por lo visto Encarnación Guardia estaba convencida de que había sido poseída por el demonio. Así lo creía desde que había regresado de Francia, donde había participado en algunas sesiones de magia negra. Y que por eso pidió ayuda al Pastelero. La sesión duró muchas horas. El 30 por la tarde las primas comenzaron a preparar el exorcismo. Le hicieron beber a Encarnación agua caliente mezclada con sal. Tantos vasos que Encarnación comenzó a vomitar. Creyeron que la cosa iba bien. Seguidamente la desnudaron y quemaron la ropa que llevaba puesta, se deshicieron de las joyas y alhajas que llevaba por decir el curandero que estaban contaminadas por el demonio.
Después de ello la hicieron sentarse en el retrete con el fin de que expulsase el espíritu maligno de Satán o de Lucifer que la había poseído. Permaneció intentándolo al menos durante dos horas, hasta quedar extenuada. A todo esto, además de no dejar de darle vasos de agua caliente con sal, también le hacían beber un brebaje compuesto por zumo de naranja, agua, aceite, vinagre, sal y pimienta. Si la poseída decía basta, sus primas y el pastelero le daban golpes y la zarandeaban violentamente para que ingiriera el líquido.
A las ocho de la mañana, ya del día 31, se procedería al exorcismo en sí. La elegida para extraerle el demonio del cuerpo de Encarnación era su sobrina Josefa. Había que hacerlo porque si no Lucifer se metería en otra de las mujeres de la familia que estuviera embarazada. A media mañana del miércoles 31 de enero los intervinientes se mostraban contrariados porque Encarnación no conseguir expulsar el demonio del cuerpo. Había que hacer algo más. Es entonces cuando viene la parte más macabra del asunto. "Encarnación -escribe César Girón- comenzó a convulsionar y a manifestar temblores. El Pastelero se subió encima de ella apoyando fuertemente sus rodillas en el vientre llegando incluso a ponerse de pie sobre el abdomen haciendo flexiones para incrementar la fuerza y lograr expulsar el demonio del cuerpo de Encarnación. Durante estas violentas maniobras del exorcista, Isabel y Enriqueta le sujetaban fuertemente las piernas asiéndola por los muslos y Josefa introducía las manos por la vagina de la 'endemoniada', llegando incluso a proveerse de una aguja de lana con la que ayudarse".
El estado de la víctima era lamentable. Aun así, el pastelero estaba seguro de que Encarnación se recuperaría. Fue Carmen, la hermana de la víctima, alertada de lo que estaba pasando, la que entró en la casa con su hijo y entre ambos se llevaron a Encarnación del lugar de los hechos. Primero a su casa y después a Urgencias del Hospital Ruiz de Alda. Los médicos que la atendieron no daban crédito a lo que estaban viendo y, al final, nada pudieron hacer por salvarle la vida. Pocas horas después, los participantes en el exorcismo eran detenidos.
El juicio
El juicio en la Audiencia Provincial se celebró casi dos años después. Comenzó el 15 de enero de 1992 y duró varios días. Yo cubrí la noticia para la agencia Colpisa, que, como todos los medios y agencias del país, estaba interesada en la celebración del mismo. La expectación delante del palacio de la Real Chancillería era impresionante.
El hombre que estaba sentado en el banquillo de los acusados tenía la piel cerosa de los presos y sus ojos no miraban nada en concreto. Parecía estar tranquilo. Se había dejado la barba y llevaba un vistoso jersey de rombos debajo de una rebeca de lana. También las cuatro acusadas parecían tranquilas. Sin duda la procesión la llevaban por dentro y si miraban a algún sitio era para el suelo. "Yo solo quería ayudarla, pero ella nos dominaba porque llevaba el diablo dentro y hacía con nosotros lo que quería", dijo El Pastelero cuando le preguntó el abogado por los hechos de aquel día. Las acusadas también fueron por el mismo camino: Encarnación estaba convencida de que llevaba el demonio en el cuerpo y quería que se lo sacaran.
Las declaraciones de las primas de la fallecida estuvieron pobladas de titubeos y rectificaciones. Se dio por sentado que Josefa también participó en los hechos, aunque se incorporó al ritual algunas horas después de haberse iniciado el exorcismo. Isabel y Enriqueta recondujeron sus declaraciones iniciales, en las que atribuían mayor culpabilidad a Josefa por haber destrozado los genitales de la víctima, para finalizar acusando en primer término a Mariano Vallejo, El Pastelero.
El relato del fiscal fue contundente y dejó constancia de que la víctima había sido en parte la causante de su propia muerte. Dijo que Encarnación Guardia, que con anterioridad había participado en rituales de este tipo, había convencido a su familia de que se encontraba embarazada del propio demonio, por lo que se planeó una sesión de exorcismo para expulsar el feto de su cuerpo. Según el fiscal, durante el ritual se produjeron innumerables brutalidades a la víctima: además de administrarle pócimas con alto contenido en sal, sufrió empalamientos anales, golpes y presentaba parte de sus músculos internos arrancados por haberle introducido una mano por vía vaginal y anal.
Las veces que El Pastelero intervino en la vista fue para aportar un relato en el que hablaba de voces de ultratumba, de demonios y de apariciones. Dijo que Encarnación suplicaba: "¡Sacadme este demonio que tengo dentro!". Luego se transformaba en diablo y gritaba: "¡Soy Lucifer y no podréis conmigo!". Según el acusado, Josefa "metió la mano en la vagina de Encarnación en múltiples ocasiones, al menos una decena, sin encontrar nada". Añadió que a la fallecida le salió posteriormente "una bola por el ano", que entraba y salía de su cuerpo" y que Josefa se la arrancó de las entrañas. "Al sacarla, echaba humo y fuego", dijo El Pastelero. Fue el fiscal el que le aclaró que esas bolas de carne eran las almorranas. También quedó claro que Encarnación estaba embarazada del dueño del establecimiento francés donde había trabajado.
La sentencia fue pronunciada el 17 de marzo de 1992. El Pastelero y las dos primas fueron condenados a cinco años de prisión, Josefa a dos años y medio y la dueña de la casa donde se llevó a cabo la sesión resultó absuelta. El Pastelero moriría pocos años después totalmente convencido de que lo que había hecho era necesario para que Encarnación expulsara el demonio del cuerpo.
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