José Manuel Fernández Cuesta, un luchador incansable con vocación de ayudar a los demás
Homenaje al primer médico fallecido por coronavirus en Granada
Sus seres queridos lo recuerdan como una persona sencilla, un excelente profesional y con "esa media sonrisa permanente"
Las grandes pasiones de este vecino de Cogollos de la Vega, nacido en Deifontes, eran el campo, la naturaleza y los helados de Los Italianos
Granada/Sencillo, bueno, agradable, humilde, cariñoso, cercano, responsable, comprometido, servicial, competente, reivindicativo. Los adjetivos del diccionario se quedan cortos para definir a la excelente persona y al enorme profesional que fue José Manuel Fernández Cuesta, el primer médico fallecido por coronavirus en Granada. El facultativo de 61 años murió el miércoles como consecuencia del virus tras llevar más de dos semanas hospitalizado en el hospital Virgen de las Nieve. "Son días complicados porque no podemos estar toda la familia. Eso empeora mucho las cosas. Me está ayudando mucho todos los mensajes y el afecto que estamos recibiendo. Nos está levantando. Ver que los compañeros le querían tanto nos llena mucho de ánimos en estos momentos", reconoce Natalia Fernández, la sobrina de José Manuel.
Fernández siempre fue, en palabras de su sobrino Ricardo Luzón, "un pilar fundamental" en la familia. A los 19 años, el joven nacido en Deifontes y criado en Cogollos Vega perdió a su padre en un accidente. "Nos tocó la desgracia de quedarnos sin padre en 1978. Él desde entonces hizo de padre y de hermano para nosotros. Margarita, la más pequeña, tenía 6 años; Rafael Ángel diez; y yo poquitos más. Nos ha guiado en todo momento. Entre mi madre y él nos sacaron adelante. En aquellos años se pasaban fatigas. Mi familia era humilde. Mis padres tenían olivos. Él cultivaba las tierras. Así hemos salido adelante", cuenta su hermana María Adela Fernández con orgullo. "Él supo que en ese momento su papel era tirar del carro con mi abuela y lo asumió. Es algo característico en él. Es lo que ha hecho en su vida: tomar las riendas y no mirar hacia atrás, sino hacia delante y ayudar a quien haga falta", destaca Natalia.
Su pasión por la Medicina la manifestó antes de matricularse en la Universidad de Granada y así lo resume María Adela: "Terminó su último año en el Instituto Emilio Muñoz. Mis padres le preguntaron que iba a estudiar. "Voy a hacer Medicina", le contestó de inmediato. Mis padres se sorprendieron. "¿Pero Manuel, vas a valer para eso?", dudaron. Él dijo que sí mientras rellenaba la solicitud para la beca. Luego en octubre de ese año murió mi padre. Él no lo vio empezar la carrera", relata. Desde entonces, José Manuel alternó sus faenas en el campo y sus estudios. Todos los días, recuerda su hermana, bajaba en el autobús del pueblo para asistir a las clases. "Mi madre siempre le daba dinero para el billete y por si tenía que comprar algo. Terminaba la semana y ella le preguntaba: "¿No has gastado nada?". Lo que se gastaba en el autobús. Mientras, continuaba llevando el campo", destaca la hermana, que recuerda una anécdota de aquellos años relacionada con su futura profesión. "El año que empezó la carrera teníamos dos cerdos. Al matarlos y colgarlos, el se mareó y se cayó en el suelo del patio al ver la sangre. "¡Pero tú estás estudiando Medicina y te has mareado! ¿Vas a poder ver la sangre de los enfermos?", le espetó mi madre", recuerda entre risas.
De pueblo en pueblo conduciendo un Renault 6
"Le costó mucho esfuerzo sacarse la carrera porque a la vez iba a trabajar al campo. Sus primeros sueldos se los daba a mi abuela para echar una mano en casa. Empezó con contratos muy breves, temporales", subraya la sobrina. Al acabar la carrera en 1984, José Manuel hizo la mili aunque podría haberse librado del servicio militar al ser hijo de viuda. Tras sus peripecias en Cerro Muriano y Granada, empezó a buscar trabajo por todos sitios. No dudó en desplazarse a otras provincias para desarrollar su carrera médica. Su familia lo recuerda con aquel Renault 6 verde metalizado pateándose pueblos de la Alpujarra y de Jaén. "Los primeros contratos duraban una semana, tres días, dos semanas. No le importaba", señala su hermana. Entre sus destinos estuvieron Turón, Pozo Alcón, Priego de Córdoba, Fuente Palmera y Churriana de la Vega.
El campo, la naturaleza y el helado, sus debilidades
Para José Manuel, no suponía ningún sacrificio porque, según su sobrino, "a él siempre la ha gustado su profesión y su pasión era ayudar, estar con la gente y hacerlos sentir bien a pesar de las dificultades por muy duras que fueran las enfermedades". Además de la medicina, el campo y la naturaleza eran dos de sus grandes aficiones. "En casa tiene unos pajaritos (canarios y colorines). Él los cuidaba y siempre estaba pendiente. Me enseñaba los huevos y los polluelos. Él era un enamorado de la vida, de los animales, de su campo", explica Natalia. De hecho, "a veces salía a las ocho de la mañana de las guardias, se cambiaba y se iba directo a la finca. Lo veías con cara de sueño. Le preguntabas de donde venía: "Regando los olivos". Era su otra vida", rememora Ricardo. Su sobrina también recuerda otra de sus pasiones: los helados de los Italianos y los de La via lattea (aquí preparaban sus favoritos). "No olvidaré aquellos días de verano en su terraza comiendo helados o subir a su despacho y verlo estudiar", señala la periodista.
En junio de 2006, el facultativo tomó posesión como médico de familia del Servicio de Urgencias de Atención Primaria en el centro de salud de Gran Capitán. Lo hizo junto a Isabel López Ramón, compañera en innumerables turnos. "Me encontré con una persona sencilla, afable, de lo más buena. No es el típico doctor que mantiene su sitio o que cree que tiene a súbditos como compañeros. Luchaba porque todos fuéramos iguales y tuviéramos los mismos derechos laborales, ya fueras sustituto, enfermero, celador, conductor de ambulancias. Se preocupaba por eso. Era muy reivindicativo pero sin ofender a nadie", subraya su amiga, que lo define como "un médico de toda la vida: humano, sencillo y cercano".
A cualquier hora del día, de la noche, José Manuel "siempre estaba dispuesto aunque no fuera su hora de turno a salir a la calle a ver un paciente. Esa sonrisa siempre la tenía con nosotros, con el paciente, con alguien de la calle. A las personas mayores les decía: "Oye, mozuela, ¿cómo estás?". Era todo bondad. Terminaba de la guardia e iba a ver cómo estaba su madre. No se preocupa por él. Se preocupaba por su familia, su trabajo y su campo. No había otras cosas para él", destaca López, que no duda en recordarlo "venir con su torta de cabello de Cogollos". "Un uno de enero apareció un jamón en la sala de espera. A la hora de la cena, lo partió y lo repartió entre todo el personal. También le encantaban los helados, hasta los del menú", relata Isabel cuando se le pide contar alguna anécdota.
Manuela Reyes Requena, otra colega de trabajo, lo describe como "un guerrero nato y un hombre sencillo y natural, natural como el agua fresca de un manantial, sin ningún aderezo ni complemento". "Fue muy luchador por los derechos de todos. Las guardias las hacía sencillas. Llegaba a la guardia y traía las manos llenas de alegría. Lo daba todo. Los demás a lo mejor llegábamos un día de mal humor o tristes. Él era muy bueno y un profesional como la copa de un pino", destaca la médica, que trabajó por última vez con José Manuel el 28 de marzo. "Él nunca manifestó miedo. Nosotros somos mayores y población de riesgo. Ha sido una situación muy complicada. El análisis lo haré después. Ahora le debo a él una batalla", admite con un tono amargo Reyes, quien no olvida estos 25 años compartiendo amistad.
Manuel Gálvez lo conoció en el centro de salud de Gran Capitán donde él trabajaba en las consultas y él en las Urgencias. El médico da en el clavo cuando habla del granadino: "Era ante todo una buena persona. Amaba su profesión, su trabajo. Lo que todos los que trabajaron con él remarcan es que era servicial. Si alguien necesitaba un cambio de guardia allí estaba él. Con los pacientes mostraba una disposición y paciencia sin límites. Su trato era correcto con todo el mundo. Él era especial, incansable. Algo socarrón, con una fina ironía. Sus miradas, sus silencios eran muy expresivos. No se le recuerda enfadado. Su media sonrisa permanente".
Hace cuatro años, José Manuel se casó con Belén, una mujer "maravillosa". "No lo habíamos visto nunca así de enamorado", admite su hermana. Fue uno de los días más felices que se recuerden en la familia, pues su madre vio colmada su deseo de verlo por fin acompañado. "Era feliz con estar en la casa con ella, con salir un domingo a comer. Él no necesitaba grandes cosas, grandes viajes. Él era feliz en su casa, su campo. No quería más", se despide Isabel. Como diría Lorca, "tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por los olivos".
Francisco Luzón, cuñado de José Manuel, lo recuerda así
"Antes de casarme con su hermana, él y yo éramos amigos y nos desplazamos a diario andando al Instituto Emilio Muñoz de Cogollos de la Vega. Tanto José Manuel como yo durante el bachillerato superior estuvimos en la misma clase y puedo contar como a compañeros que habían faltado a clase por enfermedad u otra causa se dirigían a el para que le prestar los apuntes y el nunca tuvo una negativa con ninguno. Si se tenía que quedar después de las clases y ayudarles no le importaba, aunque tuviese que irse de noche andando desde el Instituto a su casa en Cogollos a dos kilómetros. Era muy querido por sus compañeros y por sus profesores", sostiene.
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