La importancia de llamarse ‘sanitex’

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Varios veraneantes en un chiringuito de la Costa Tropical.
Varios veraneantes en un chiringuito de la Costa Tropical. / Alba Feixas

En el verano de 1954 a un guasón de Motril se le ocurrió poner el alias de sanitex a los granadinos que procedían de la capital y que bajaban a la costa con toda la comida. Ocupaban la mesa de un chambao y solo invertían lo que valía una gaseosa Sanitex, cuya marca estaba muy extendida por la costa. De ahí el sobrenombre que arrastramos todos los capitalinos que vamos a pasar unos días a algún pueblo costero. No somos los únicos que al desplazarnos a un lugar diferente del que vivimos salimos con un apodo.

Cuando me ganaba la vida recorriendo aldeas casi abandonadas para escribir sobre la sensación del aislamiento que tenían los pocos vecinos que las habitaban (Carriles de silencio, llamé a aquel libro), llegué a un núcleo de Chiclana de Segura llamado Los Mochuelos. En aquellos años (estamos a mediados de los años 70 del siglo pasado) Los Mochuelos tenía alrededor de cien habitantes. Pues bien. Allí me hablaron por primera vez de los lameorzas, que no eran ni más ni menos que aquellos nativos que habían emigrado y que todos los años venían a veranear al pueblo. Al irse se llevaban por la jeta todos aquellos productos que sus familiares o amigos tenían en sus despensas: desde las exquisitas piezas de cerdo que se guardaban en orzas, hasta los productos de la huerta o el aceite depositado en las tinajas para pasar el invierno. Productos todos que el lameorzas, al regresar a su residencia habitual, exponía ante las visitas con orgullo patrio: “Probad esto veréis que bueno. Es de mi pueblo”. Ya no van los lameorzas a Los Mochuelos, entre otras cosas porque allí quedan ya solo doce vecinos.

Un 'sanitex' sostiene una botella de gaseosa de la misma marca en el bar Los Pajaritos de Almuñécar
Un 'sanitex' sostiene una botella de gaseosa de la misma marca en el bar Los Pajaritos de Almuñécar / A. C.

Leyendo a la colega Patricia Gosálvez, me enteré de que en Galicia a aquellos del interior (sobre todo los madrileños) que iban a veranear a los pueblecitos de la costa gallega les llamaban robajureles. Este término se popularizó, dice la colega, en los años 60 cuando en la primera oleada de turismo interior llegó a la costa gallega. En las playas y las lonjas los pescadores ofrecían a los visitantes un poco de pescado barato para catar, hasta que estos, abusando de la hospitalidad, empezaron a ir con los cubos de la playa para llevárselos a puñados.

A los veraneantes que llegan a los pueblecitos de Cantabria con la misma intención de aprovecharse de la buena intención de sus habitantes, les llaman papardos. El papardo es un pez parecido a la japuta que llega a costa solo los meses de calor, que devora todo lo que puede y del que no se aprovecha ni las espinas. 

En el País Vasco les llaman meaplayas y en Navarra son los robasetas. En Granada, en nuestra costa, a los veraneantes que procedemos de fuera, sobre todo de Granada capital, nos llaman los sanitex. O saníteles si el que habla es uno de lenguaje cerrado.

La gaseosa de la Costa

Nuestra costa no sería la misma sin la presencia todos los años de los sanitex, pues, como digo, así llamaban los granaínos de la capital que en los años cincuenta y sesenta bajaban por los Caracolillos de Vélez o por la carretera de La Cabra a la playa con las tarteras a cuestas y no dejaba más beneficio que el coste de una botella de gaseosa. La que más se vendía se llamaba Sanitex y tenía una fábrica en Motril, que había puesto en marcha el entrañable Enrique Esquitino. Al parecer fue un personaje muy popular en Motril el autor del sobrenombre. Este personaje se llamaba El Mirlón, un hombre de “condición simpática, afable y de gracia natural” -a decir del cronista Paco Pérez- que tenía un chambao de cañizo en el que vendía higos chumbos y en la placeta del Tranvía. “El Mirlón era dado a la poesía y hablaba en verso casi sin proponérselo”, dice Paco Pérez. El Mirlón también componía letrillas para el Carnaval. Compuso una que decía: Debe de irles tan mal la cosa/a los que vienen de la capital/que cuando vienen al mar/solo compran la gaseosa

El motrileño Francisco Lorenzo, que pasó su infancia en aquellos años, dice en su blog que la gaseosa era el único capricho que se daban los granadinos que venían a pasar un día de playa a Motril. “Era muy típico ver como estos granadinos llegaban a la playa de Motril o Torrenueva cargados con la comida, el vino, las sillas de playa, la sombrilla, los niños y la abuela. Entonces se acercaban a los chambaos (así eran conocidos los chiringuitos de ahora) y solo pedían su sanitex, que valía dos pesetas. Después se tiraban varias horas en el chambao ocupando una mesa. A partir de ahí a todos los granadinos que llegaban a la Costa se les llamaba como la gaseosa que pedían”. Se acuerda Lorenzo de que los vasos de esa gaseosa costaban dos reales y que había también de sabores como de naranja, fresa y limón. Sanitex se vendía en toda España y se anunciaba con el lema: “Sanitex… ¡qué rica es!”.

Dicen que con el paso del tiempo y la mejora de la vida los sanitex han desaparecido, pero no es así. Es cierto que ya nadie viaja a la Costa por los Caracolillos o la carretera de la Cabra porque hay una autovía y tampoco hay chiringuitos que te permitan consumir comida ajena en sus establecimientos, pero todavía hay muchos granadinos que bajan a la playa con todos los arreos posibles (bocatas, tortilla de patatas y ensaladas incluidas) para gastar lo menos posible, bien porque su economía familiar no se lo permite o porque no están dispuestos a que les cobren doce euros por un espeto de con seis sardinas: a dos euros la sardina. De ahí que el apodo de sanitex será difícil erradicarlo. Y más cuando ya nos hemos acostumbrado a él.

El catedrático de Sociología Fernando Marín dice que en la costa granadina “siempre ha habido una especie de rencor al bárbaro vacacional, a ese individuo impertinente y molesto que va a pasar unos días en verano a un sitio en el que los lugareños viven todo el año”. Sin embargo, afirma, en todas las localidades que dan al mar, el sanitex actual es casi imprescindible para el desarrollo de las mismas. Así que hay una cosa que parece clara: los sanitex no puede vivir sin la costa granadina y la costa granadina no puede vivir sin los sanitex. Así de simple.

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