La leyenda del Castillo de La Caba
La fortaleza está situada sobre un espolón rocoso controlando la subida al Puerto de La Ragua La bella Florinda es la protagonista de una historia que se supone sucedió allí
LA localidad de Aldeire está situada a 1.297 metros de altitud, en la parte meridional de la comarca de Guadix, en un valle formado por dos colinas en plena cara norte de Sierra Nevada. Es la población de la comarca del Marquesado del Zenete que más se adentra en la Sierra. Durante siglos fue parada obligada de los que querían atravesar la Sierra hacia los pueblos de la Alpujarra y de la Costa. El largo, y a veces duro, viaje, convirtió a esta localidad en un lugar estratégico para el comercio entre ambas vertientes e hizo que fuera testigo del paso de numerosos e ilustres viajeros.
El Castillo de Aldeire, conocido como de la Caba, está situado sobre un espolón rocoso controlando la subida al Puerto de La Ragua, y es una importante obra de época califal, realizada probablemente hacia el siglo XI. Sin embargo, la cerámica encontrada en el recinto y sus inmediaciones es mayoritariamente nazarí, de los siglos XIII y XIV. Conserva varios paños de muralla con torres adosadas, una de ellas semicircular. Hay también restos de otra torre más pequeña que pudo ser la puerta de entrada a la fortaleza. También se conservan restos de la estructura de unos baños moriscos.
Hay numerosos vestigios que confirman no obstante que esta zona estuvo poblada desde tiempos prehistóricos con asentamientos de la Cultura del Argar que llegaron buscando los yacimientos de cobre. Hay abundantes referencias también a su pasado fenicio, romano y visigodo, periodo en el que se ambienta esta leyenda.
En el año 709 muere el caudillo Witiza, al que sucede Roderico protagonista de la leyenda del Castillo de la Caba, una construcción que debió estar situada en el emplazamiento del actual castillo. Sus paredes encierran una historia que, de ser cierta, condicionó la historia de España, siendo decisiva para la contribución del conde Don Julián a la derrota de las tropas visigodas en la batalla del Guadalete por el bereber Tarik, lo que facilitó la posterior conquista por los musulmanes de la Península a principios del siglo VIII.
Cuenta la leyenda que el gobernador visigodo de Septem (la actual Ceuta), el noble Olian, envío a su hija doña Florinda, a la que luego apodarían los árabes 'La Caba', a la corte de Toledo para que fuera educada. Otras versiones señalan que fue el rey Don Rodrigo quien alejó al padre a territorio fronterizo.
Este último rey visigodo estaba enfermo de sarna, y eligió a la bella Florinda entre su real corte con el fin de que ejerciera de enfermera y limpiase sus heridas con un alfiler de oro. La muchacha, con delicadas manos, hacía su trabajo con tal finura que pronto las heridas producidas por el infeccioso ácaro mejoraron notablemente. Su figura no pasó inadvertida para el monarca, a quien la joven, además, le despertó los más bajos instintos, ideando un plan para vencer su posible resistencia.
Don Rodrigo preparó un viaje de inspección por las tierras del Sur con el pretexto de comprobar que las defensas del reino estaban seguras. Salió de Toledo con destino a Sevilla, pero antes de dirigirse a la capital andaluza pensó en el castillo cercano a Acci (Guadix) para dar rienda suelta a sus lujuriosas intenciones. Se desvió de su camino y ordenó al capitán de su escolta que acompañara a Florinda hasta el castillo, con la excusa de que era la única que sabía aliviar los terribles picores sarnosos. A pesar de las objeciones de la bella, finalmente tuvo que ceder ante la amenaza de devolverla con su padre a Ceuta.
De nada sirvieron los llantos y súplicas de Florinda ante el ataque de Don Rodrigo que pudo consumar su plan y que destrozó la honra de la joven, dejándola recluida en el castillo mientras continuaba su campaña como nuevo rey.
La joven consiguió contar lo sucedido a su padre a través de un comerciante de sedas que pasó por la localidad con destino al norte de África. No tardó el padre en rescatar a su hija del castillo de Aldeire ayudado por algunos herederos del antiguo caudillo visigodo Witiza, desterrados por don Rodrigo. Don Julián juró venganza eterna y a fe que lo cumplió si se hace caso a la leyenda de su traición.
La leyenda incluye un soborno al soldado que la custodiaba con la promesa de entregarle un fabuloso tesoro cuando fuera liberada. Cierto es que la joven cumplió su promesa con el soldado entregándole un fabuloso tesoro, aunque este poco pudo disfrutarlo pues después de enterrarlo cerca de un joven castaño a la ribera del río Benéjar para que nadie supiera de él, perdió la cabeza y se olvidó donde lo guardó, algo en lo que, según las malas lenguas, tuvo mucho que ver el agua del lugar.
Otra versión sitúa esta leyenda en un torreón junto al río Tajo, en Toledo. Cuentan que Don Rodrigo vio bañarse a la bella hija del conde Don Julián que había salido con sus doncellas por los jardines de su residencia y no se había percatado del rey mirón. La visión de la bella joven enloqueció al monarca que se obsesionó con ella y acabó forzándola. Hay quien afirma que en la torre se ve, en noches de luna llena, el espectro de la desdichada joven.
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