Manolo Ruiz, más que un amigo

Granada/Lamentablemente hoy me tengo que despedir de Manolo Ruiz, un hombre que dejó una huella imborrable en quienes tuvimos el privilegio de conocerlo, disfrutarlo y hasta de padecerlo. Mucho más que un amigo para mí, se me ha muerto “como del rayo”, como diría Miguel Hernández sobre Ramón Sijé en su elegía. Y cuando escribo estas palabras lo hago con el sentimiento embargado por la pena y la incomprensión hacia lo absurdo que tiene la vida, que cuando más puedes disfrutarla se te acaba.

Como a él le habría gustado, debo decir que Manolo era un socialista de convicciones profundas, que vivía su ideología como una fe a la que se entregaba con una pasión y una incoherencia humana admirables, sólo propias de quién la lealtad era su primer valor personal. Pero más allá de la política, era un buen amigo, un señor, una persona excepcional.

Durante los últimos treinta y cinco años, Manolo ha tenido una presencia constante en mi vida. Juntos nos embarcamos en aventuras en las que él trataba de comandarme ―sin lograrlo la mayoría de las veces, pero allí estaba él para recomponer la situación―. Aprendí mucho con él de la vida y de lo que no es la vida; discutimos, reímos y lloramos al unísono. Sus enseñanzas, siempre impregnadas de sabiduría padecida y repletas de bonhomía, quedan como un legado que llevaré conmigo siempre. También tuvimos desacuerdos, pero fueron siempre debates apasionados que enriquecieron y fortalecieron nuestra inquebrantable amistad. Manolo tenía una manera única de ver la vida, que combinaba un profundo amor por los placeres sencillos con una visión crítica y reflexiva sobre el mundo.

Se nos va demasiado joven y de forma casi inesperada, aunque su salud ya daba avisos. Quizá, en cierto modo, buscó este desenlace, porque amaba intensamente la buena vida y no estaba dispuesto a renunciar a ella ―tu vida fue en mucho el Talmud del exceso, como me acaba de decir nuestro Manu―. Ese amor por vivir también se reflejaba en su devoción por el Real Madrid, un equipo que seguía con pasión y que le daba tantas alegrías, su única diferencia notable con Jesús y Javier, sus dos señoritos, ambos dos culés irredentos.

Manolo era padre de tres hijos a los que amaba con igual intensidad. Eran su mayor orgullo, su razón de ser. Hablaba de ellos con una ternura que conmovía, sólo comprensible en un padre apasionado, mientras sus ojos brillaban de emoción al mencionar sus logros y sueños. Pilar, Mau y Sol eran el centro de su vida y su herencia de amor y valores quedará en ellos como el testimonio de un padre singular y en tanto ejemplar. Manolo amaba a todos los miembros de su extensa familia, a sus hermanos, a sus sobrinos, a sus primos, a su madre a la que tenía devoción… y a sus “nietucos” a los que quería en la distancia más cercana.

Aunque siempre se declaró agnóstico, su corazón estaba impregnado de una espiritualidad propia de lo mejor de nuestra cultura judeocristiana. Yo solía decirle que era un creyente profundo, a pesar de no querer reconocerlo. Y es que Manolo, cámara en mano, no podía evitar emocionarse fotografiando nuestras tradiciones cristianas, buscando capturar ese algo trascendente que, en el fondo, también formaba parte de él.

Manolo: mi amigo, mi maestro,“mi marío” como te gustaba decir que eras para mí, fuiste mi compañero de risas y penas. Me dejas desolado. Hoy lloro tu pérdida, pero más celebro tu vida”. Una existencia vivida con pasión, con generosidad y con enormidad, de la que como me acaba de decir Raquel, “siempre recordaremos con una sonrisa”.

Gracias por estas décadas de enseñanzas, de aventuras, de cariño. Nos dejas a todos los que te conocimos un vacío enorme, mas también, la certeza de que viviste con plenitud tratando de dejar un mundo mejor que el que te encontraste.

Descansa en paz, amigo. Estarás en nuestro recuerdo, inspirándonos vivir con el mismo amor, pero un poquito de menos intensidad que con la que tú lo hiciste… Ah, y perdóname si no te he sabido hacer con estas palabras una buena fotografía de tu alma, como te mereces. Lo entenderás, porque tu también, aunque le ponías mucho empeño, eras muy mal fotógrafo; Y sin embargo, te queríamos...