Una mirada a un colegio de élite
El Granada College es el único centro laico de la provincia que, al no contar con ayudas públicas, gestiona la enseñanza de 800 alumnos con métodos pedagógicos diferentes pero de similar currículo

Hace algunos años que la enseñanza reglada está seriamente en entredicho en todos los ámbitos de la sociedad. Los informes de diagnóstico revelan unos bajos niveles de conocimiento en las competencias básicas del alumnado no universitario, un alto índice de fracaso escolar (casi el 40%) y un abandono prematuro del sistema educativo. Y la causa no está en la falta de recursos, pues Andalucía (junto a Madrid y Cataluña) es la comunidad que más dinero gasta en Educación, con una media de 7.000 millones de euros al año. Entonces, ¿por qué existe la creencia de que el sistema público se está degradando? Una mirada a un centro privado, considerado de élite entre un sector de la ciudadanía, puede ayudar a entender dónde están las diferencias.
El Granada College es el único colegio laico que se sustenta sin ayudas públicas en la provincia, lo que significa que, aunque los contenidos curriculares sean los mismos que los de cualquier centro dependiente de la Administración, su gestión y enseñanza está en manos de un equipo directivo y docente autónomo.
Un profesor, Javier Jiménez, decidió hace una década invertir en educación y, con ayuda de una pedagoga, María José Martínez, elaboró un proyecto diferente cuyos métodos y resultados revisan constantemente. La carta de presentación del Granada College fue el bilingüismo (materias impartidas en inglés por docentes nativos), toda una seña de identidad en una época en la que aún no había llegado el plurilingüismo a las aulas públicas.
Un entorno natural casi paradisíaco, instalaciones deportivas de categoría profesional, buena dotación de medios informáticos y un horario lectivo más amplio hicieron el resto. "Nuestro proyecto educativo nace de los principios básicos de la Logse, pero la gestión que realizamos de los recursos es muy diferente", explica el director, Javier Jiménez.
Curiosamente, los 800 alumnos que acuden diariamente a este colegio son, en su mayoría, hijos de docentes y sanitarios, principalmente catedráticos de universidad y médicos, pero también hay un porcentaje importante de empresarios y políticos. "Progenitores, ambos trabajadores, que deciden sacrificar una parte importante de sus ingresos [cada mensualidad ronda los 450 euros] e invertirlos en la educación de sus hijos", dice Jiménez.
Los alumnos entran a las 9:30 de la mañana en clase, pues el centro está ubicado cerca del pantano de Cubillas y la mayoría se desplaza en autobús escolar desde la capital. De allí no saldrán hasta las 17:15, aunque la jornada se interrumpe a las 13:30 para almorzar (en el comedor del centro) y se reanuda a las 15:30.
De este modo, reciben una hora más de clase que sus compañeros de Infantil y Primaria de la pública. Y una hora diaria se nota en la formación. Así, les imparten cinco horas semanales de lengua, cinco de matemáticas, cinco de ciencias y otras cinco de deporte; y disponen de dos horas más al día para las demás asignaturas.
Sea el curso que sea (desde Infantil a Bachillerato), cada materia comienza con una pequeña asamblea, que no es mas que unos minutos de debate donde el profesor explica en qué va a consistir la clase y los estudiantes transmiten sus dudas o dificultades. La ratio de alumnos es similar al del sistema público, pero en cada tramo de edad emplean un método diferente para captar la atención del estudiante durante una hora.
Las clases de Infantil están compartimentadas en varios espacios, lo que permite dividir al alumnado. "Cada grupo realiza una tarea diferente de manera simultánea -cuenta la directora de Pedagogía, María José Martínez- y pasados unos minutos rotan". Todos los pequeños trabajan la misma materia, por ejemplo los números, pero mientras unos lo hacen a través de fichas en su pupitre, otros leen cuentos matemáticos junto a una librería, un grupo moldea figuras geométricas con plastilina y otros hacen ejercicios en los ordenadores del aula. Al finalizar la actividad pegan su foto en la primera fila de un enorme tablón, cuando concluyen la segunda hacen los mismo en la fila siguiente y así el maestro visualiza el recorrido de cada uno. "Desde que son pequeños trabajamos su autonomía y responsabilidad", insiste la pedagoga.
En Primaria la arbitrariedad del mobiliario del aula se mantiene y los recursos audiovisuales son mayores, pero la enseñanza se hace más estática. Es el momento de reforzar el inglés.
Una clase de primero desfila por el pasillo camino del patio mientras su profesor de gimnasia insiste: "Camon, let's go!". No les dirá ni una sola palabra en castellano, ni dentro ni fuera del aula. Un alumno levanta la mano en su andadura para preguntarle, también en inglés, si puede ir al servicio. "Incluso si el maestro se lo encontrara por la calle acompañado de sus padres o lo llamara por teléfono se dirigirá siempre al alumno en inglés". La que matiza este aspecto es Linda Hollinger, la coordinadora de Idiomas desde el segundo año de creación del Granada College.
Sus armas son, según ella, un profesorado nativo bien formado y con dedicación. "Para conseguir esta inmersión tuvimos que confeccionar nosotros mismos el material, ahora seguimos el método de Oxford", explica.
En Infantil la inmersión se realiza de forma oral, con juegos principalmente; a partir de Primaria el 60% de las materias se dan en inglés y se les incorpora a un proceso de intercambios con centros de EEUU o del Reino Unido que les acompañará hasta el Bachillerato. Todos los letreros del centro están en español y su traducción al inglés. Las aulas llevan los nombres de científicos y filósofos de renombre: Edison, Copérnico, Descartes o Da Vinci invitan al alumno en su actividad diaria, de quienes deberán hacer un estudio durante el curso.
Trabajan mucho los espacios comunes. Los pasillos están profusamente decorados con murales y fotos de las actividades que realizan sus estudiantes. En un mismo pasillo tienen mezclados varios ciclos (por ejemplo, el aula de primero de Primaria junto al de tercero de ESO) para que no suponga un choque la superación de un curso. Y el comedor es un espacio al que pueden acceder las familias. "Casi todos los viernes vienen padres que terminan antes su trabajo y se acercan al centro a comer con sus hijos", informa Jiménez. "Se les sitúa en una mesa independiente, pero todos comemos lo mismo", dice. Esta política de "puertas abiertas" es la mejor invitación a las familias, que se gastan un buen dinero en la educación de sus hijos y demandan un mayor control.
En el éxito del proyecto no se puede obviar varios factores que consumen muchos de los esfuerzos de la Administración en el sistema público educativo.
Lo primero es que el centro lleva una década bajo la misma batuta. "La figura del director es fundamental", advierte Jiménez. Este gestor, independientemente de las leyes educativas que se han aprobado, ha continuado con el mismo proyecto todos estos años. Lo ha moldeado según las necesidades, sin dejar de revisar sus métodos, pero la base es la misma, con la confianza que eso genera en los enseñantes y familias.
En segundo lugar, en el colegio cogen a los alumnos con 4 años y no los sueltan hasta que llegan a la Universidad con 18. No admiten alumnos después de los primeros cursos de Primaria, salvo excepciones (traslado de los padres) y siempre que demuestren un nivel de inglés muy alto como para poder incorporarse a las clases bilingües. El niño tiene la misma metodología pedagógica durante toda su formación reglada.
Pero aún hay más. No hay inmigrantes en sus aulas (sólo un 3% son extranjeros, ingleses únicamente); el profesorado está supeditado a unos resultados académicos (100% de aprobados en Selectividad) y la implicación de las familias es total.
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