Muere el arquitecto Luis García de Sola, la discreción del oficio

Su llegada a Granada se produce en 1969 y realiza destacados trabajos en Almuñécar y en Granada capital

El apartahotel Chinasol, los apartamentos la Pirámide, el hotel Helios o la urbanización La Najarrá, entre sus grandes planteamientos

Luis García de Sola
Luis García de Sola
Ricardo Hernández Soriano - Doctor Arquitecto

22 de julio 2024 - 22:08

La pasada semana falleció en Madrid el arquitecto Luis García de Sola a los 79 años de edad. Titulado en la Escuela de Arquitectura de Madrid, formó equipo durante 45 años con Pepe Hernández Arriaza y Amador Urda González, constituyendo un meritorio modelo de continuidad, sólido por su metódico proceso de trabajo y ejemplar por su compromiso con el oficio de arquitecto. Su estudio de Granada, que durante muchos años extendió la oficina a Almuñécar, fue honrado superviviente de una época de descontrolado crecimiento urbano a la que aportaron mesura, honestidad profesional y una heroica resistencia a la fugacidad de las modas.

Luis García de Sola perteneció a la Promoción 120 de la Escuela de Madrid (1961-1969) junto a compañeros como José María Pérez 'Peridis', previa superación del examen de ingreso establecido por el Plan de estudios de 1957. Tuvo como profesores a los maestros Alejandro de la Sota y Sáenz de Oíza, titulados ya después de la Guerra Civil, que protagonizaron desde posturas diferentes el rescate de los principios de la modernidad que habían sido apartados por el academicismo impuesto desde el régimen. La llamada “década orgánica” acaba en 1968 con la conclusión de Torres Blancas y la confirmación del éxito de la indagación de Oíza frente a los dictados del Estilo Internacional.

En la formación de García de Sola también influyó la segunda generación de arquitectos de posguerra, donde los jóvenes Javier Carvajal y Juan Daniel Fullaondo se incorporaron a las aulas compartiendo su entusiasmo docente con un fuerte posicionamiento crítico y un brillante ejercicio profesional.

La llegada de Luis García de Sola a Granada se produce en 1969, simultaneando el ejercicio de la profesión, compartido desde sus orígenes con Hernández Arriaza y Urda González, con el cargo de arquitecto municipal de Almuñécar entre 1970 y 1978. La Granada de los sesenta asiste a un importante incremento demográfico en el que, pese a superarse los oscuros años de posguerra y autarquía, apenas eran reconocibles puentes culturales con Madrid y Barcelona. La mejora de las condiciones económicas y sociales permitió a los arquitectos locales titulados la década anterior ejercitarse en el nuevo estilo desde el comienzo de su actividad profesional. Entre ellos, José Jiménez Jimena y Carlos Pfeifer (con quien García de Sola colaboró aun siendo estudiante) marcaron el punto de inflexión, explorando en las distintas opciones modernas y recibiendo la influencia de algunos de los maestros de la Escuela de Madrid que trabajaron en la provincia.

Estos esperanzadores aires de apertura estimularon el trabajo profesional del estudio García de Sola-Hernández-Urda, tanto en lo referente al problema de la vivienda en la ciudad consolidada como a las certeras respuestas que ofrecieron al nacimiento del turismo en la costa granadina.

Los primeros hoteles destinados al turismo de masas en España en los años sesenta explotaron la proximidad al mar, permitiendo a los arquitectos mayor libertad de expresión frente a la rigidez de las tipologías hoteleras urbanas. La presencia puntual en Almuñécar de Rafael De la Hoz y Fernando Higueras puso en evidencia la certeza de que el desarrollo turístico granadino podría haberse encauzado de manera respetuosa y sensible con el territorio. De la Hoz construye en Almuñécar la urbanización Los Marinos (1962), unas viviendas en ladera de calles peatonales empinadas y vistas al mar con volúmenes puros de irreprochable compromiso moderno. Fernando Higueras y Antonio Miró ejecutan el conjunto escalonado Las Terrazas en La Herradura (1964), la casa de Andrés Segovia en la Punta de la Mona (1965) y un edificio de viviendas en el Paseo del Altillo (1967) con una lúcida ordenación funcional, reconocible por sus prismáticas jardineras de hormigón visto.

Con estos referentes, el estudio García de Sola-Hernández-Urda entiende el auge del turismo de masas como una oportunidad: la exigencia de terrazas y vistas al mar les permitió investigar en nuevos planteamientos tipológicos, figurativos y formales y los numerosos servicios vinculados en planta baja en las tipologías hoteleras otorgó a sus proyectos una comprometida vocación urbana, con grandes zócalos de usos compartidos.

Edificio la Pirámide, en Almuñécar
Edificio la Pirámide, en Almuñécar

En la playa de San Cristóbal construyen tres grandes hitos, reflejo inequívoco de sus firmes planteamientos profesionales: el aparthotel Chinasol (1972-75), el edificio de apartamentos La Pirámide (1973-76) y el Hotel Helios (1985) eluden la trasposición mimética del hotel de ciudad al hotel de playa, planteando nuevos modelos tipológicos con características compositivas y formales vinculadas al valor del mar y de las vistas para convertir los alzados planos en una matriz profunda de volúmenes abstractos, claroscuros cúbicos y aristas de sol y sombra. Partiendo de elaboradas tipologías arquitectónicas y sugerentes recorridos interiores, las agrupaciones de módulos simulando un monumental puzle tridimensional crean fachadas de gran riqueza plástica por la repetición aditiva de piezas, los estables juegos de volúmenes, la abstracta composición de escorzos y la conversión de los retranqueos en mecanismos de ordenada disolución.

Apartahotel Chinasol, en la playa de San Cristóbal, Almuñécar
Apartahotel Chinasol, en la playa de San Cristóbal, Almuñécar

También en Almuñécar construyen las urbanizaciones La Najarra (1973-74), La Palmera (1975-76) y un edificio en el Paseo Puerta del Mar (1979). En todos ellos, la racionalidad formal del planteamiento, la honestidad constructiva, el ejemplar envejecimiento y la componente ética de su arquitectura constituyen un valeroso planteamiento que ha resistido con dignidad la apuesta masiva por una arquitectura turística agresiva en su implantación, con un consumo de suelo desenfrenado que extendió sin escrúpulos degradantes versiones casticistas por todo el litoral costero granadino.

En la capital, aún durante los años de formación de Luis García de Sola, la innovación en el ámbito residencial se vincula a la figura de José María García de Paredes, maestro de la Escuela de Madrid adoptado granadino por sus vínculos familiares y profesionales con la ciudad. García de Paredes construye entre 1966 y 1970 tres edificios de viviendas que adaptan a la escala local las inquietudes que se agitaban en Madrid en el campo residencial: una esquina en calle Pavaneras, una parcela abierta a un jardín histórico en Plaza de los Campos y los edificios Elvira en la Avenida de Madrid. En aquellos años, José Antonio Coderch construía en Madrid el edificio Girasol (1966) y Javier Carvajal completaba los apartamentos de calle Monte Esquinza (1966) y la polémica Torre de Valencia (1968), edificios de gran elegancia plástica con innovadoras soluciones tipológicas.

Con estos referentes locales y nacionales, protagonizados por algunos de sus profesores, y con la experiencia acumulada en Almuñécar, el estudio García de Sola-Hernández-Urda traspasó los límites en los que la profesión podría haberse instalado cómodamente para evitar la repetición sistemática de esquemas conocidos proponiendo alternativas formales con una realidad sugerente y renovadora.

Edificio Lindajara, , en el cruce de Camino de Ronda y Avenida del Sur, en Granada capital
Edificio Lindajara, , en el cruce de Camino de Ronda y Avenida del Sur, en Granada capital

El edificio Lindaraja, en el cruce de Camino de Ronda y Avenida del Sur (1976-1981), convierte la esquina entre medianeras en Villarejo en una escultura exenta con juegos de elementos cúbicos que alternan la ubicación de las terrazas vinculadas a los dormitorios para ofrecer un edificio compacto, plástico y rotundo, consecuencia del rechazo a los formatos consumibles y de la experimentación formal y compositiva realizada en los ejercicios de la playa de San Cristóbal.

Sin embargo, el ejemplo más destacado de esta exploración urbana se encuentra en el edificio Arrayanes (1977-1981), conjunto de viviendas entre medianeras en la Avenida de la Constitución construido con elegante fábrica de ladrillo cara vista que, además, completa la manzana hacia las últimas ruinas del viejo barrio de San Lázaro. Viviendas de hasta 200 m2 útiles desarrollan amplios programas funcionales mediante tipologías que incorporan novedosos cánones de flexibilidad, solucionando la zona de servicio con accesos independientes y una tecnificación de sus funciones para articular la vivienda desde la lógica de la producción industrial. Hacia la Avenida de la Constitución, dos viviendas por planta garantizan la privacidad con mecanismos inspirados en el Girasol de Coderch, forzando la asimetría del alzado y desarrollando tipologías más próximas a la vivienda unifamiliar que a la colectiva. El edificio se vincula a la ciudad a través del alarde estructural de un pórtico de hormigón visto ranurado que sustenta la fachada principal y separa las funciones comerciales y de oficinas de las plantas inferiores.

En la memoria del proyecto del edificio Arrayanes, los arquitectos reconocen las dificultades de competir con dos edificaciones singulares colindantes, los edificios Elvira de García de Paredes y la Pirámide de Diego Guarderas, para concluir afirmando que “se integran en el conjunto urbano del que forman parte sin ninguna intención de singularidad”. La trayectoria del estudio García de Sola-Hernández-Urda es consecuencia del encaje esforzado, de las horas de tablero, del trabajo honesto en un equipo que evitó el exceso de proyección personal y fomentó una manera de trabajar alejada de la suma de ansias individualistas en el ejercicio de la arquitectura.

Luis García de Sola era espigado, elegante, extremadamente educado, afable en el trato, de pocas palabras, irradiaba empatía sin imposturas, ejemplo de bonhomía natural. Su distanciamiento de los circuitos más mediáticos de la profesión no era forzado, formaba parte de su propio compromiso ético. Las escasas publicaciones que han recogido su obra metódica y precisa lo han hecho por decantación, no por la persecución obstinada de un fugaz reconocimiento social. La discreción del oficio como seña de identidad: Luis García de Sola ha sido un arquitecto de los que hicieron profesión a partir del silencio y de una forma de saber estar.

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