12.000 euros por morir ahogado: el caso de la mujer detenida en Granada que tiró a los migrantes desde una narcolancha al agua
Inmigración
La investigación por los cinco migrantes muertos en Cádiz descubre una organización criminal con ramificaciones en España, a la que pertenecía la que se escondía en la capital granadina
Detenidos en Granada por la muerte de cinco inmigrantes arrojados al mar desde una narcolancha
El pasado 18 de marzo, Bouchra B.M., nacida en Tánger y de 47 años de edad, fue detenida en una vivienda de Granada en el marco de la Operación Phantom, desarrollada por la Policía Nacional y la Guardia Civil junto a la Europol. Ella y otros dos hombres son detenidos en Cádiz como presuntos responsables de la muerte por ahogamiento de cinco migrantes que fueron arrojados al mar el pasado 29 de noviembre en la playa de Camposoto, en San Fernando, y en el Poblado de Sancti Petriresponsables de la muerte por ahogamiento de cinco migrantes. Ella, en el momento de los hechos, mantenía una relación sentimental con el piloto de la embarcación -uno de los dos detenidos- y según el relato de los testigos protegidos, participó activamente en el desembarco, amenazando a los 37 inmigrantes que viajaron buscando un futuro mejor.
El relato de lo ocurrido aquel día en las costas gaditanas y del viaje se ha conocido ahora, una lúgubre historia de como estos inmigrantes llegaron a pagar hasta 12.000 euros por jugarse la vida y hacerlo en una narcolancha, y no en una endeble embarcación neumática. Pero el sueño de cinco de ellos acabó ahogado en las traicioneras aguas de Camposoto y Sancti Petri, adonde fueron empujados por los tres detenidos, armados con machetes. Esta es la historia de esa infamia.
La noche del viaje al grueso de los expedicionarios se les cita en el barrio de Irfan. Antes del peaje de Larache se les hace bajar de una furgoneta y cambian a un vehículo donde también viajan dos marroquíes y una chica blanca, la detenida a posteriori en Granada.
Los inmigrantes fueron obligados a inflar con sus propias manos bajo amenaza de muerte una pequeña embarcación en la que subieron para aproximarse dentro del mar a la narcolancha de tres motores fuera borda de 300 cv y 10 metros de eslora. En esa embarcación, marca Phantom -nombre que se le dio a la operación policial posterior- ya hay tres personas aguardándolos. Dos parecen españoles, y el tercero es menor de edad. Hablan castellano, pero a veces, por teléfono pasan al árabe. La mujer que va con ellos les grita “si no subo yo la primera a la embarcación que nos vamos a encontrar no sube nadie, porque para eso soy la mujer del conductor”. Cuando embarca se besa con el piloto.
Pasadas las 7 de la mañana del 23 de noviembre, la narcolancha pone rumbo a España. A las 12:40 llega frente a la playa gaditana de Camposoto. Se acerca a unos 100 metros de la orilla y el piloto les dice que se lancen al mar. Los ocupantes de la embarcación se niegan, ya que alguno ni siquiera sabe nadar. El piloto, uno de sus ayudantes y la mujer se ponen violentos. El piloto da la vuelta hace amago de volver a Marruecos, pero regresa y saca un machate. “O saltáis por las buenas o saltáis por las malas”.
El ayudante marroquí que pilotó la zodiac que inflaron en la playa empieza a insultarles: “¡Si no sabéis nadar para qué venís hijos de puta! ¡Si no bajáis de la embarcación, os voy a empujar y vais a morir ahogados!”, les dice según cuentan varios supervivientes. Otro de los que logró alcanzar la orilla cuenta a los investigadores que había cuatro de ellos aterrados porque no sabían nadar. “La mujer se les acercó y empujándolos los tiró al agua”, afirman.
De los 37 ocupantes que la Guardia Civil piensa que iban en la narcolancha, 28 de ellos fueron obligados a jugarse la vida en un cara o cruz macabro. Los más fuertes, los mejores nadadores, fueron capaces de llegar a tierra medio muertos. Otros cuatro no lo consiguieron.
A las 13:01, la embarcación hace su segunda parada frente a Sancti Petri. Quedan nueve pasajeros. Los ocupantes de la embarcación sacan los machetes y les amenazan con pasarlos por la borda como si fueran piratas. Ocho de ellos se lanzan a la zona del caño, donde poderosas corrientes les impiden avanzar pese a sus brazadas desesperadas. El último en la phantom aguanta hasta que el piloto se le encara y lo empuja salvajemente y sin piedad. Cuando consigue tirarlo al agua, vuelve a los mandos y arranca. Aparece ahogado días después frente a las costas de Conil. Pudo ser identificado gracias al ADN obtenido de uno de sus familiares en Marruecos y a la colaboración de una ONG.
Días después, el GPS hallado en una embarcación varada en el Caño de Sancti Petri permitió a los investigadores de la Guardia Civil conocer el recorrido y posicionamiento de la narcolancha. El estudio no arrojaba dudas: era la misma que se empleó en los dos desembarcos de migrantes.
Las triangulaciones de los móviles del trío de detenidos les sitúan en la embarcación durante su mortífera ruta que acabó con el fallecimiento de cinco personas que sólo buscaban un mundo mejor.
Una organización perfectamente estructurada
La muerte de estos cinco migrantes en aguas gaditanas no es un caso aislado. La organización criminal investigada a raíz del lamentable suceso funciona como una peligrosa agencia de viajes con sede en Tánger que no sólo se encarga de preparar las expediciones, sino de buscar pilotos, marineros con conocimientos del Estrecho de Gibraltar y que mantiene una infraestructura en España capaz de recibirlos, proporcionarles transporte, ayudarles a eludir a los cuerpos policiales y alojarlos en una cultura que desconocen.
Los investigadores han llegado a la conclusión de que la red criminal usa pisos de seguridad en Marruecos a modo de hoteles donde mantener agrupados y ocultos a los migrantes los días previos a su partida hacia España. Cuentan con una serie de conductores que los trasladan en furgonetas hasta la zona de embarque en la que, previamente, han comprado los permisos de acceso sobornando a agentes de la gendarmería marroquí.
La organización llega a ofrecer movimientos interiores entre países europeos mediante una red de colaboradores conocidos como taxistas piratas, algo que explicaría por qué el recuento de los migrantes, obtenido de las declaraciones de los testigos, siempre es menor que los que son interceptados al llegar a la costa por los agentes. Este servicio extra supone un precio adicional al que no todos los migrantes pueden hacer frente.
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