La niña que tocaba con Falla
La hija de don Fernando de los Ríos tuvo una infancia privilegiada, al lado de presencias como Lorca o Juan Ramón, que acabó bruscamente en 1937 con el exilio en Nueva York
Laura de los Ríos Giner nació en Granada en 1913. Dos años antes, don Fernando de los Ríos, su padre, tomaba posesión de la cátedra de Derecho Político de la Universidad de Granada. Su madre, doña Gloria Giner, era profesora de Geografía e historia de la Escuela Normal de Granada y autora de esenciales libros de texto. Con ellos llegó a la ciudad el espíritu humanístico de la Institución Libre de Enseñanza, basado en métodos pedagógicos revolucionarios. La institución fomentó la formación cultural de la mujer con la progresista, y por entonces escandalosa, coeducación. Recordemos que en Francia no se crearon los colegios y liceos de señoritas hasta 1882 (Ley Sée) y, hasta el año siguiente, no se establece en Finlandia la primera escuela mixta hasta el bachillerato.
Laura no asistió a la escuela, su maestra fue su madre, gran pedagoga, formaba parte de las cinco muchachas que integraron la primera promoción de la Escuela Superior de Magisterio. Entre los seis y siete años, se unió fraternalmente, a su vida y a sus estudios la niña Isabel García Lorca. Un día, Federico, su hermano mayor, la llevó de la mano a la casa de la familia Ríos-Giner y ya, prácticamente, no separaron sus vidas. Federico le dedicaría a Laurita en su libro Canciones (1927), el poema Dos lunas de la tarde (A Laurita amiga de mi hermana). No solo gozó de este privilegio sino que las dos niñas recibirían del poeta su primer magisterio musical. Les enseñaba canciones populares acompañadas por él al piano, las vestía de máscaras y las convertía en mariposas. En 1923, fueron las voces en la representación del teatro de Cachiporra, en el Misterio de la Reyes Magos (siglo XIII). La privilegiada infancia de Laurita estuvo poblada de presencias, como la Zenobia y Juan Ramón Jiménez y, especialmente, la del Manuel de Falla, con el que la niña solía interpretar al piano a cuatro manos, en las tertulias del músico en su carmen de la Antequeruela.
Pero, en el festín, que ella reconocía fueron sus años granadinos, hubo también grandes sobresaltos. En una entrevista, aparecida en la revista Triunfo, nos contaba Laura, que en Granada, a partir de la revuelta popular de 1919, su padre se convirtió en el símbolo de la lucha contra el pernicioso caciquismo, lo que le granjeó amenazas y anónimos. Era frecuente que, a altas horas de la madrugada, la despertaran con pavor los aldabonazos en la puerta, podía ser la Guardia Civil que, según nos confesó, fue su "infierno particular" o, las gentes de la sierra de Huéscar, que llegaban, tras horas de camino, a pedirle ayuda: Don Fernando, que nos persiguen, que nos maltratan, que nos han quitado la cosecha… "Mi padre se vestía, se ponía su capote, se montaba en la mula o en el caballo y se iba con ellos". Al día siguiente, don Fernando ponía en el Gobierno Civil la competente denuncia en defensa de aquellas gentes acorraladas. "Con decirte cómo sería mi infancia en este aspecto, que todavía, con los años que tengo, una de mis pesadillas es que llama a la puerta la Guardia Civil…Y el oír a los niños por la calle, como un insulto: 'Tu padre es socialista, por estar con el mundo obrero en la Casa del Pueblo y en la tribuna. En la vía pública los obreros lo saludaban quitándose su gorra y don Fernando les correspondía con su chistera, con la que asistía a sus clases en la Universidad. Esta actitud de cercanía le ocasionó antipatías por lo que la burguesía calificaba de 'traidor a su clase".
Laura fue una de las primeras universitarias granadinas, que estuvo al frente de cargos directivos, nombrada por la Junta de Gobierno de la A.P.E.F.L. de la Federación Universitaria Escolar (F.U.E.).
Laura de los Ríos reanudó sus estudios en Madrid al principio del año treinta, en la Universidad Central, por el nombramiento de su padre a la Cátedra de Estudios Superiores en Ciencia Política y Derecho Político. Al margen de sus estudios colaboraba en la Institución Libre de Enseñanza, donde sería profesora a partir de 1935, año de su licenciatura en Filosofía y Letras. La vida de Laura está inmersa en la dinámica cultural y social de sus padres. En 1931, el Gobierno Provisional de la República, nombró a su padre ministro de Justicia y de Instrucción Pública, en diciembre. Su madre, que sería siempre para ella el primer referente, les advirtió: "Yo no voy a renunciar a mi carrera y a vivir de ministra". Y aceptó una plaza en Zamora, donde vivía sola en una habitación de hotel. Pidió dar sus clases tres días consecutivos, y regresar a Madrid, para seguir sus clases en la Institución Libre de Enseñanza. Este fue su programa durante tres cursos. En Zamora, lo más duro fue el vacío de la sociedad zamorana a su persona, por ser mujer de un socialista y no asistir a las prácticas religiosas. También, en Granada, sufrieron la incomprensión de gran parte de la burguesía. La exacerbada maledicencia propagó el infundio, de que a la entrada de su casa, tenían una alfombra con una cruz, para pisarla necesariamente, cada vez que entraban o salían.
Nos recordaba Laura: "En mi casa ha habido siempre un gran respeto por la religión, la que fuera. Mi abuela materna, mujer de mi abuelo Gildo, siguió practicando su catolicismo, que era más estético que otra cosa, como buena artista que era. Pues bien, yo desde niña, le he oído decir cada domingo a mi abuelo: "Ya es hora de que te vayas a misa. Si eres católica, debes cumplir como católica". Esa tolerancia llevó a sus padres a bautizarla, en Granada, ante la encarecida petición de la abuela, pero después, fieles a sus principios, no hizo la primera comunión, ni se casó por la iglesia.
Laura e Isabel García Lorca, el 18 de julio de 1936, debían examinarse de la ultima prueba de los cursillos para cátedra de Instituto de Granada, que llamaban "de colocación". Vivían en la Residencia de Señoritas, que dirigía María de Maeztu. De pronto, la gran conmoción del ventarrón oscuro de la guerra, con uniforme fascista, acabó con todos los proyectos, esquilmó familias en una locura de venganza, persecución y muerte planificada. Laura a finales de 1936 se fue con su familia a París, donde su padre seguía al servicio de la República, después a Washington, con ellos iba Isabel, sobre todos se proyectaba la sombra de Manuel Fernández Montesinos, médico y alcalde de Granada, marido de Concha García Lorca y de Federico, asesinados en agosto de 1936. Hasta los primeros años de los cuarenta, no se reunirán las dos familias en el exilio de Nueva York. Los padres, su hermana Concha y sus hijos. El pasaporte para salir de España, llevaba implícita una orden de silencio: No hablar de la muerte del hijo. Pero el fusilamiento de Federico era ya un haz de luz que irradiaba al mundo.
Laura en Nueva York comenzó su doctorado, su madre daba clases nocturnas. Los ojos de aquel grupo de exiliados miraban a España y a la Europa asolada por el fascismo que España había combatido. En 1942, Laura se casaba con Francisco, el hermano menor de Federico, en Middlebury (Estado de Vermont), en cuya Universidad impartía clases don Fernando y, en la que su yerno será Rector. Testigos de la boda fueron Jorge Guillén, Pedro Salinas, Diez Canedo, Américo Castro, Joaquín Casalduero, y otros personajes del círculo intelectual del exilio español en EEUU. Laura se dedicó a la docencia en el Barnard College, una de las facultades de la Columbia University. Como en sus tiempos de actriz, en La Barraca, hace teatro con Federico de Onís y sus alumnos. Representan obras de los clásicos, y de los nuevos autores, entre ellos: Lorca, Pedro Salinas, Fracisco García Lorca…
En 1945, nacía Gloria, la primera hija de Laura y Francisco, llegaba la renovada savia de los hijos del exilio y, la muerte, en el sueño, se llevaba, a don Federico García, sin despertar del estupor desquiciado por la muerte del hijo.
En 1967 ponían fin a su exilio. En Madrid Laura se incorporaba a la Asociación de Mujeres Universitarias. Con Elvira Ontañón reorganizan las colonias infantiles de vacaciones, inauguradas por la Institución Libre de Enseñanza en 1894, interrumpidas en 1936. Laura, hasta el final de sus días (14-l2-1981), fue el ser bello, entrañable, activo, fecundo, de palabra pacificadora y sabia, fiel a la divisa humanística de la Institución Libre de Enseñanza.
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