Orgullo de Rosa

Rosa León recibe este viernes el premio Orgullo Granada 2024 por ser pionera en dar espacio a las mujeres en su locales, visibilidad y cabida a cualquier persona del colectivo

Pregón, manifestación y premios por el Día del Orgullo en Granada

Rosa León.
Rosa León. / G. H.
José Javier León

28 de junio 2024 - 09:00

Granada/Volvía de la calle, despeinada y un poco desarrapada, haciendo con los labios aquel tic rebelde de patita dibujada por Disney. “Mamá, mira lo que te traigo”, avisaba, y abría sus pequeñas manos llenas de monedas. “Dios mío, mamá, la niña ha vuelto a bailar en los bares, ¡y ha pedido dinero!”, explicaba innecesariamente su hermano mayor, entre el reproche, el sonrojo y la protección.

Entraba en el bar de Raspa, en el de Paulino, en el de Santiago y, alzando la voz, anunciaba: “¡Hombres, miradme, que voy a bailar!”. Sola, pequeña, traviesa, preciosa. Levantaba los brazos y se acompañaba ella misma cantando melodías aflamencadas e iba luego pidiendo pesetas por las mesas a quienes jugaban a las cartas o al dominó, o a los que apuraban su copa de montilla con tapa de chivo en la barra. “¡Voy a bailar otra vez! ¡Pero tú no me mires, que no me has dado nada!”. Los hombres reían la gracia indudable. Al hermano mayor ¿le daba vergüenza o, secretamente, la admiraba? Era la alegría, era el desparpajo y el desdén de lo adecuado en aquella aldea distante.

Con 18 años se pasó definitivamente al otro lado, se colocó detrás de la barra. Corría 1985 y Rosa empezaba a servir copas en el primer bar abierta y alegremente gay de Granada, “Al pie de la Vela”, que estaba en la Carrera del Darro, junto al puente del Cadí. Lo regentaba un señor llamado la Tártara y tenía una decoración de panteras recostadas con largos collares de bisutería y un angelote al que se disfrazaba según la ocasión: de flamenca, de mantilla, de niñojesús, de superhéroe. Con el buen tiempo la gente salía con la bebida a la calle; la imagen, al pasear por la carrera, era la de una larga fila jovial de hombres y alguna mujer sentados en el lugar más fresco de Granada, el pretil del Darro, charlando, fumando, ligando y bebiendo. En 1991 se mudó a “La Sal” y fue, desde el primer día, la imagen de ese local, el icono siempre pulcro, carmín en los labios y tacón alto, el pelo más largo y la sonrisa más grata, pero también parca y enigmática. Las generaciones se sucedían, ella permanecía, como una Monica Vitti o una Judit Mascó de los bares de copas, durante los 20 años que duró aquel periplo. En 2012 abrió “La Rosa”, en calle Elvira, un bar en el que, sola o con la ayuda alterna de su mujer y de su madre, demostró la buena mano que tenía y tiene para la cocina en platos y tapas que la pandemia se llevó.

En todos y cada uno de esos lugares la vimos hacer inmejorablemente lo que ha hecho siempre: servir, ofrecer un entorno hospitalario para personas cuyo encuentro –por la sencilla razón de amar y yacer de manera diversa– era difícil, imposible incluso, proteger al débil y enfrentarse, con una convicción y una fuerza que el rouge de labios intensificaba, al chorizo y al homófobo. Detrás de la barra o por entre las mesas imperó con gallardía, ejerció una actividad cuya naturaleza es pública, y fue luminosa, brava y cortés. Hizo, pues, política, vital y efectiva.

Rosa León Sillero recibe hoy, en son de fiesta, un homenaje y un premio justos. Su hermano tal vez no sea el más adecuado para alabarla en público, pero lo adecuado no es siempre lo civil; bien lo saben quienes dieron y dan la cara, tienden la mano y exponen el pecho.

Felicidades, Rosa, hermana. Voglio vederti danzare!

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