El Padre Suárez, viendo venir la historia
El ADN de Granada
En los expedientes académicos constan que García Lorca no pasaba del cinco ‘pelao’, que Andrés Segovia hacía pellas para tocar la guitarra y Francisco Ayala tenía faltas de ortografía
Natalio Rivas y Fernando Wilhelmi, personas claves en la siempre aplazada terminación del centro
Bar Aliatar, cuando la tradición se sirve en un bocadillo
En los sótanos del Instituto Padre Suárez hay cientos de legajos que contienen los nombres de decenas de miles de alumnos que han pasado por este centro. Están por ejemplo los nombres de Américo Castro, Ángel Ganivet, Federico García Lorca, Andrés Segovia, Francisco Ayala, Elena Martín Vivaldi, Federico Olóriz, el doctor Barraquer… Y tantos otros que se han significado en el campo de las letras, las ciencias y las artes en general. En ese archivo están los expedientes académicos de todos y entra en el terreno de lo morboso comprobar que García Lorca aprobaba muchas asignaturas con un cinco pelao, que Andrés Segovia hacía muchas pellas y se escondía para tocar la guitarra o que el escritor Francisco Ayala tenía faltas de ortografía. Algunos de estos expedientes se guardan en una caja de seguridad que se abre con tres llaves diferentes. Como debe ser.
El Instituto Padre Suárez está en el ADN de Granada porque es uno de los más antiguos de España y porque, de alguna manera, es el más visible referente de la instrucción escolar en Granada. A ver. En la época en la que se fundó (en el año 1845) en España la educación no estaba para tirar cohetes. El panorama docente era bochornoso. El historiador económico John Chamberlain hizo una especie de memorándum sobre la enseñanza en nuestro país y escribió: “Con ese desdén con que miran las enseñanzas las personas que carecen de cultura, así se ha mirado siempre en España la instrucción escolar. Y ni gobiernos, ni ayuntamiento, ni vecinos ni nadie, se han ocupado de construir escuelas. Éstas son hoy las mimas que hace dos siglos”. Pues en ese sombrío panorama empezó a funcionar que Padre Suárez, que fue fundado por el Rectorado de la Universidad, la Diputación y el Arzobispado. No se llamó así al principio. Su nombre era de Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Granada y su primera sede estuvo en la calle Santa Inés. Después se trasladó a lo que es hoy el Colegio Bartolomé y Santiago (un viejo edificio destartalado y ruinoso), hasta que a finales del siglo XIX se inician las obras de la tercera y actual ubicación.
El libro de Castellón
Hay un interesante libro escrito por Luis Castellón, que fuera profesor de allí y director del Museo hasta el 2014, en el que cuenta la historia completa de este centro. El primer director se llamaría Manuel Rodríguez. Eran tiempos de necesidades que no se podían o no se querían acometer. El centro estuvo navegando en las aguas procelosas de la incompetencia y el desdén, hasta que fue nombrado director Rafael García y Álvarez, el hombre que actuará de apaga fuegos y conseguirá su estabilidad. Es cuando el centro empieza a cobrar protagonismo en la sociedad granadina. Este catedrático puso en valor el Instituto creando ese magnífico Museo de Ciencias, que ha sobrevivido gracias al entusiasmo de profesores que pensaban como él. García y Álvarez fue secundado por su amigo y colaborador Pedro Arozamena, catedrático de Mitología y de Geografía e Historia. Todo un lumbreras que trabajó en la modernización de la institución. Debido a sus ideas liberales y darwinistas, fue cesado de su cargo durante la Restauración.
Pero no nos desviemos. A finales del siglo XIX se inician las obras del nuevo edificio coincidiendo con las reformas urbanísticas de la Gran Vía. Aprovechando una visita que hace Alfonso XIII a Granada en 1904, invitan al monarca a que ponga la primera piedra, aunque aún no se tenía el permiso para construir. El caso es que las obras se eternizan, bien por el excesivo papeleo, bien por falta de presupuesto, por problemas laborales o por desfalcos. Las sucesivas ralentizaciones y paralizaciones se deben principalmente a la demora en el pago de las liquidaciones de obra por parte de la Diputación, que inicia en 1907 un expediente de recisión del contrato ante el malestar general y amenazas de huelgas. Granada es muy sabia y la historia, en este sitio en el que los moros tardaron casi tres siglos en construir la Alhambra, discurre muy despacio.
La construcción comienza por fin y tras no pocos problemas y dilaciones el edificio se ocupa el 10 de enero de 1918, aunque las obras no se dan por terminadas hasta 1923, casi 20 años después. Fueron, según Castellón, el subsecretario de Instrucción Pública Natalio Rivas y el arquitecto Fernando Wilhelmi, los que más trabajaron porque el edificio tuviera su fin, los que trataron por todos los medios desmadejar el lío burocrático y laboral que se había creado entono al centro. Por poner un ejemplo, las esculturas y ornatos de la fachada principal la terminaron canteros y escultores de Palencia, ya que los de aquí se habían declarado en huelga.
No fue la única polémica en la construcción de la fachada principal. De estilo modernista, no gustó a todo el mundo e incluso en la época franquista un gobernador civil conminó al director del centro a que ordenara la demolición de los escudos que coronan el edificio por considerar que eran republicanos. Lo que parece cierto es que aquel gobernador no sabía heráldica.
Cambio de nombre
El Instituto pasa a denominarse Padre Suárez el trece de febrero de 1934, a propuesta del claustro presidido por el director Manuel Calderón Jiménez. Los profesores que eligen ese nombre piensan que había que rescatar del olvido la figura del padre Francisco Suárez, un granadino del Realejo que había sido una de las figuras más brillantes de la Iglesia española durante el reinado de Felipe II. Fue un personaje importante e influyente, gran filósofo, eminente teólogo, reputado jurisca, místico y diplomático… En fin, un tipo cuyo nombre engrandecería el Instituto. Bossuet decía que los escritos de Suárez contenían la totalidad de la Filosofía Escolástica. Werner afirmó que si Suárez no es el primer teólogo de su tiempo, sí está entre los primeros. Y Mackintosh lo considera uno de los fundadores del Derecho Internacional. Murió en Coimbra (hay estudiosos que dicen que murió en Lisboa) en 1617. El caso es que falleció lejos de su ciudad natal y se merecía el homenaje de sus paisanos.
Y con el nombre del jesuita del Realejo lleva 90 años.
En cuanto a la relación de profesores ilustres que ha tenido el centro, Castellón cita, además de a Rafael García y Álvarez, a José Taboada, Fernando Mascaró, María Teresa Gracia, Rafael Martínez Aguirre, el dramaturgo José Martín Recuerda y el historiador Antonio Domínguez Ortíz, entre muchos otros. El 19 de febrero de 2018 el Instituto Padre Suárez fue distinguido como Instituto Histórico Educativo de Andalucía, reconocimiento que coincidió con los actos de celebración del centenario del edificio durante el curso 2017-2018. En una exposición con motivo de dicho centenario se mostraron algunas piezas del Museo, que exhibe nada menos que unos 4.600 elementos de Ciencias Naturales (algunos tan raros como unos gemelos siameses de ovejas, disecados en el siglo XIX) y 600 aparatos de Física, algunos de ellos valiosísimos. Un museo que todo granadino debería conocer. Otra cosa es que se pueda porque no está abierto al público. Pienso que posiblemente, ningún otro lugar de Granada escenifique con tanta literalidad la historia de la enseñanza en España como el Instituto Padre Suárez. Y ahí, ahí está.
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