Un peculiar sapo 'trepador'
El sapo partero bético es un endemismo de las Sierras Béticas y fue descrito como nueva especie hace apenas 20 años Es un perfecto bioindicador del cambio climático
El sapo partero ibérico es una de las diez especies de anfibios presentes en el macizo de Sierra Nevada. Se trata de un pequeño sapo (de entre 4 y 6 centímetros de longitud), de aspecto rechoncho, cabeza grande y hocico corto y puntiagudo. Los ojos son grandes con pupilas verticales oscuras, sobre un fondo de iris de color cobrizo. El tímpano, redondeado, es claramente visible, situado detrás de los ojos. La coloración de la piel es variable, aunque es frecuente que el color de fondo sea grisáceo e incluso blanco sucio, sobre el que aparecen una serie de manchas irregulares de color verdoso. La zona del vientre suele ser blanca. Sobre el cuerpo aparecen unas granulaciones no muy grandes y no tiene verrugas como otros sapos. Las diferencias físicas entre machos y hembras son poco apreciables a simple vista.
Los renacuajos son muy robustos y llegan a alcanzar un tamaño considerable, hasta 6 o 7 centímetros, fruto de un desarrollo larvario muy prolongado que depende de la abundancia de comida y de la temperatura del agua. La cola es larga y gruesa acabada en punta redondeada. La cresta es baja y nace al final del dorso. El color es plateado con multitud de manchas de color marrón oscuro.
Es un endemismo de las Sierras Béticas que se encuentra desde la Sierra de Tejeda, en el límite provincial entre Granada y Málaga, en el oeste, hasta las Sierras de Alcaraz en Albacete, Caravaca y Moratalla en Murcia y Gádor en Almería, en la zona oriental.
En la provincia de Granada habita en la mayor parte de sus sierras, siendo más escaso en zonas de llanura. Se conocen más de 30 puntos de reproducción localizados en los Montes Orientales, Sierra de Parapanda, Colomera, Sierras de Huétor y Arana, Sierra de Baza, Sierra Nevada, Sierra de Lújar, la Almijara, las Albuñuelas y las sierras del nordeste provincial (La Sagra y Castril).
Requieren para su desarrollo zonas de aguas permanentes y limpias, lo que supone la principal amenaza para la especie, ya que estanques, abrevaderos o albercas suelen estar modificados para usos ganaderos y agrícolas, con lo que se pierden los hábitats o quedan muy fragmentados, limitando sus posibilidades de desarrollo. Pueden encontrarse desde zonas con poca altitud, unos 300 metros en Los Guájares, hasta otras que superan los 2.000 metros en Sierra Nevada, donde se ha encontrado la población a mayor cota en el Valle del Guarnón (2.500 metros).
Las larvas se nutren con toda la materia orgánica, tanto animal como vegetal que puedan encontrar en el agua. Juveniles y adultos se alimentan de multitud de pequeños animalillos: invertebrados, lombrices, arañas, insectos, etc.
Entre sus enemigos naturales se encuentran mamíferos como el erizo o el jabalí. También son depredados por aves rapaces nocturnas y por macro-invertebrados acuáticos como las larvas de libélula. Uno de sus enemigos es la culebra de agua, tanto la viperina (Natrix maura) como la de collar (Natrix natrix), lo que podría explicar en parte el acantonamiento de estos sapos en las zonas de sierra, pues a mayor altitud, menos común es la presencia de estos ofidios.
La necesidad de zonas con agua limpia y bien oxigenada, para el correcto desarrollo larvario, determina la mayoría de los problemas que amenazan la supervivencia de nuestro sapo endémico. A la pérdida de puntos aptos para la reproducción, se une la introducción de especies exóticas en albercas y arroyos, principalmente carpas y cangrejo rojo americano.
El estudio de las poblaciones de sapo partero bético es importante para comprobar los efectos del cambio climático pues es muy sensible a las modificaciones en las temperaturas y a las alteraciones que pueda sufrir el medio donde viven por lo que se ha convertido en uno de los indicadores del grupo de fauna del Observatorio del Cambio Global de Sierra Nevada.
La mayoría de los sapos van a reproducirse a zonas húmedas donde tras la cópula o amplexus, depositan miles de huevos. Las larvas que eclosionan son depredadas en gran número por macro-invertebrados acuáticos, peces, otros anfibios o reptiles, pero casi siempre sobreviven suficientes para garantizar el relevo poblacional.
El sapo partero utiliza una estrategia distinta. Generalmente lleva una vida discreta, principalmente nocturna y pasa el día escondido bajo piedras y en grietas o enterrado en la tierra. En la época de celo, los machos emergen a la superficie y emiten un canto muy característico, que atrae a las hembras. Una vez juntos el macho abraza a la hembra y esta comienza a soltar un cordón formado de unos 40 huevos. Entonces el macho fecunda los huevos, recoge el cordón y se lo enrolla en las patas traseras. El macho puede aparearse con más hembras y acumular más huevos, a veces más de 100. Desde este momento permanece escondido en su refugio, para mantener los huevos en buenas condiciones de humedad, saliendo ocasionalmente para alimentarse.
Al cabo de unos 30 a 40 días, los huevos han madurado y el macho se acerca al agua y moviendo las patas traseras deja caer la masa de huevos. Casi de inmediato los pequeños renacuajos eclosionan y comienzan a nadar y a alimentarse por lo que la escena se asemeja a un parto y de ahí el nombre de estos peculiares anfibios. Esta estrategia le permite al sapo evitar la depredación directa de las masas de huevos y que los renacuajos nazcan más desarrollados y preparados para la supervivencia.
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